Amor a la vida y a las cosas que hacen a la vida

¿Por qué amamos un deporte? ¿Por qué nos fascina un vestido, unos zapatos, unos aros? ¿Por qué nos deslumbra un modelo de auto?

Estos elementos nos conciernen y forman parte de nuestra vida cotidiana sin inconvenientes. Estos objetos de deseo juegan un rol primordial en el mercado de la subsistencia, y muchos sujetos -mejor diríamos todos- son los que participan -y deben participar- en el intercambio comercial de todo lo relacionado: compradores y vendedores, fabricantes, empresarios, publicistas, modelos, jugadores de fútbol.

No es lo mismo un escarbadientes, una computadora, un lavarropa, un libro, una remera de fútbol o un automóvil: con ciertos productos nos une un hilo trasmisor de sensaciones muy personales de satisfacción y plenitud.

Directivos de un club no sólo están lidiando con brindar un espectáculo deportivo en un predio, sino con las emociones más primitivas de miles de hombres. Asimismo ocurre con fabricantes de automóviles, que no sólo venden máquinas de transporte, sino bienestar, comodidad y un futuro dichoso.

Tarde o temprano, para sobrevivir, se tendrá que participar en este mercado de objetos, sujetos y subjetividades: algo debemos ofrecer que otro compre. Seremos comerciantes vendiendo bienes y servicios, seremos docentes ofreciendo conocimientos a otros sujetos, venderemos nuestra fuerza de trabajo, venderemos entretenimiento, venderemos imágenes y esperanzas como publicistas, venderemos calidad como futbolistas, venderemos narcóticos o cualquier cosa que exija el mercado y hasta venderemos nuestro cuerpo y nuestra sexualidad con tal de subsistir o mantener un nivel de vida.

Algunos discutirán esto, y centrarán su lucha en lograr un libre comercio dentro de algunos parámetros de moralidad y normalidad acatándose a legislaciones. Sin embargo, siempre habrá demanda que encuentre su oferta, por más insalubre o impensada que sea.

Del comercio de los objetos y subjetividades depende casi todo, cada nación y cada individuo. Soñamos con que nuestros productos y servicios sean más importantes que cualquier otro. El psicólogo requiere del desequilibrado, la seguridad privada, de la desprotección excedida.

A partir del fenómeno de los medios de comunicación y sobre todo la T. V., la propaganda y la publicidad se han desarrollado masivamente, se han tornado medios indispensables para el comercio y más que nunca abrazados a los avances en Marketing y el estudio del inconsciente.

La consecuencia más anhelada, es un aumento en la relevancia de tales objetos, sin importar otros efectos derivados o conductas sociales resultantes, mientras lo que realmente atañe siga dándose, que es el consumo constante y sonante.

Una primera pregunta a realizarse es si todos aquellos elementos que tanto seducen forman parte del mercado porque mueven a las masas, o viceversa. El huevo o la gallina. La T.V. refleja -o concibe- lo que realmente nos beneficia, además de lo que entretiene. Sin quererlo, tal vez, se han determinado algunos valores.

 

Fetichismo

 Uno podría imaginar qué sería de la vestimenta y atavíos que nos cubren si no fuera un elemento de comercialización complejo en la actualidad, alejado de aquella prenda que alguna vez nos cobijó del mal tiempo.

A partir de la exigencia en mercadearse de modo compulsivo, se expande sideralmente el mundo de la moda y una sobrevaloración de estas mercancías. Y adentrándonos aún más en la compleja red, una determinada forma de vestirse en sociedad, la necesidad de un tiempo real y la utilización de nuestro intelecto para seleccionar exactamente con qué cubriremos nuestro cuerpo, el cuidado en el lavado de las telas y sus colores y todo un marco cultural alrededor de la estética que determinarán actitudes, formas de pensar, generarán miles de puestos de trabajo en todo el mundo, nacerán profesiones, formarán personalidades y modos de vida, etc.

Así igual con otras manufacturas, que desde su invención o precaria elaboración y utilización práctica, han evolucionado hasta ser piezas de admiración y asunto de primer orden.

El automóvil, desde su fabricación como eficaz medio de transporte, evolucionó en formas, velocidades, colores, marcas; y estas empresas que competían, le dieron personalidad a sus productos.

Nacieron preferencias en nosotros, un valor subjetivo, un pasatiempo, una obsesión, una alegría, un arte. Fuentes de trabajo y conversación, el auge del deporte y las carreras, profesiones muy respetables y especializaciones en esta materia específicas que determinan profundamente nuestra sociedad.

 

La estimación desmedida e incuestionable de los objetos, consecuencia más bien inducida, ha determinado nuestra consciencia.

La “venta” ha superado los objetos y alcanzado la determinación de la subjetividad. No se venden objetos, sino formas de ser. Y el mercadeo de actividades como el deporte y el arte han acariciado cuestiones realmente abstractas como la felicidad, el amor y la gloria, y se ha sacado provecho de ello. El fútbol hoy en día mueve millones de dólares y almas, por insospechada masividad, deja de ser un simple “deporte”,  se transforma en un estilo de vida con influencia directa en nuestra salud mental.

La generación de ilusiones -vista desde la importancia para nuestra subsistencia psíquica y social- vale muchísimo más que salvaguardar la vida inmediata: de tal modo resultó la evolución de nuestras condiciones materiales y espirituales de vida que un buen jugador de fútbol que genera admiración y respeto tanto como el publicista encargado de esto, ganarán tantos miles o millones más que un vulgar bombero o médico que nos salvará de la muerte.

El antisocial

Así como desde los medios de comunicación se sobrestimaron ciertos elementos -que su intercambio en el mercado determinan nuestra supervivencia- otros bienes fueron cayendo en desuso y a la vez se fue estableciendo el valor del propio ser humano. Por ejemplo, la tele determina, por repetición y exageración, la importancia de los productos ya dichos, pero no, por omisión, de los libros. No como meros objetos de acumulación y consumo (como el resto de los objetos), sino como el formato tradicional e histórico en el cual los conocimientos de la humanidad fueron acumulados.

En este sistema de valores, el mismo ser humano ha quedado en un segundo plano. Es decir, una publicidad que destaca el producto, omite la posibilidad de alcanzar el bienestar  a través del otro, sin intermediarios materiales. Siempre será menester los objetos, ya sea una vestimenta que ayudará a no estar fuera de lugar, o aparatos para comunicarse o simplemente alguna bebida para compartir con amigos. La charla, el goce con el otro, es secundario o consecuencia de aquellos. Además -dicho sea de paso- en este encuentro de personas por simple disfrute, se darán temas de conversación sobre los elementos que determinan la sociedad ya dichos, a saber: autos, vestimentas, vinos, fútbol, otros deportes, etc.

 

Unos lentes Ray Ban o unas zapatillas Nike valen infinitamente más que un libro de sublime filosofía. Y un hombre, vale casi tanto como un Volkswagen, dependiendo del modelo.

La carencia y la imposibilidad de obtener estos elementos generadores de subjetividades, ha provocado grandes trastornos en la psiquis humana. El ser queda incompleto sin ellos, el sujeto carece de personalidad, se transforma en un antisocial, un marginado, un parias.

Estos trastornos provocan una desesperada búsqueda por completar aquello que se puede representar como un gran hueco, un vacío interior. Se evade de esta angustia, se escapa de esta realidad -que me niega al prójimo y los objetos que me acercan al prójimo- con estupefacientes, narcóticos, sedantes, calmantes, antidepresivos, y la subjetividad se completa de modos rústicos, mediante la fuerza y la violencia, sea para destacarse entre otros hombres a falta de otras virtudes, o el arrebato de los elementos antes mencionados.

Es decir, una reacción impulsiva, desmedida, pero si se estudian las circunstancias en profundidad y objetivamente, se observará que este es un resultado o una consecuencia razonable. El sujeto -el sujeto moderno, específicamente- debe completarse. Y la publicidad omnipresente en las pantallas dice que el sujeto se consuma a través del objeto y no de otros sujetos.

Es lógico, por ende, que en la actualidad los hombres quebranten a otros hombres en la búsqueda de su propia felicidad y bienestar.

 

 

Bruno del Barro

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