Crítica al Sentido Común

 Hoy ocurren de diferente modo desfasajes temporales entre, digamos, el presente -o lo que algunos llamarían realidad-, en la lenta evolución institucional y cultural, y los avances en ciencias sociales de los últimos cien años.

En la lucha de las instituciones tradicionales por permanecer inmaculadas e intactas, se ha visto siempre con reticencias toda insignificante modificación en su estructura y pensamiento, para demostrarse coherentes y no contradictorias, porque mantener una idea fija se creía -y todavía se cree- simbolizaba rectitud, pero como también se ha demostrado -según las ciencias sociales-, también terquedad, involución y estancamiento. Por lo cual, siempre se encontrará atrasada con la realidad social de un tiempo determinado, decenas o cientos de años.

 

Lo mismo ocurre con la mente humana, pero por más variadas motivaciones.

Hubo que esperar mucho, por ejemplo, para que la mujer sea cívicamente igual al hombre, para que la homosexualidad no sea una enfermedad a los ojos de la medicina, para que la Iglesia acepte que el amor marital no es eterno, etc.; todo esto hace entrever que lo que estamos debatiendo en la actualidad, corresponde a una fenómeno social lejano (por ejemplo, el amor entre personas del mismo sexo es antiquísimo, pero recién ahora comienza a ser reconocido ante la Ley, luego, el Sentido Común), por lo cual, para los fenómenos presentes, quizá, deberemos esperar algunos años para su reconocimiento y su posterior debate en las altas cámaras religiosas o gubernamentales.

 

Podremos hablar de estancamiento o involución en distintas áreas: en legislación, en tecnología, en política, en las instituciones en general, pero también en el arsenal de ideas que se gestan y desarrollan en la mente de las personas comunes y corrientes. Dicho de otro modo, en los conocimientos sociales estudiados en las academias que no llegan al hombre común y prosaico, que no se suman a la educación y formación regulares y universales.

 

La especialización y mecanismos del pensamiento

 

En este último orden podemos hablar de la especialización y aun de una aristocracia del pensamiento, de ideas de gran valor social que sólo un sector académico llega a conocer. Despojando y constriñendo al sentido común a una serie de tópicos y muletillas que giran sobre si mismas como perro que sigue su cola, pero que atan al hombre común a estas lógicas carentes de ciencias y de historia, y llenas de tramposas experiencias personales.

 

“...se trataría de un hermetismo intelectual. La persona se encuentra con un repertorio de ideas dentro de sí. Decide contentarse con ellas y considerarse intelectualmente completa. […] De una vez para siempre consagra el surtido de tópicos , prejuicios, cabos de ideas o, simplemente, vocablos hueros que el azar ha amontonado en su interior, y con una audacia que sólo por la ingenuidad se explica, los impondrá donde quiera. […] No que el vulgar crea que es sobresaliente y no vulgar, sino que el vulgar proclame e imponga el derecho de la vulgaridad, o la vulgaridad como un derecho.” (1)

 

El hombre común podrá con todo derecho hacerse una idea de política, de ejercicio jurídico, de criminología, de economía, sólo por experiencias en su ámbito cotidiano, sin tener en cuenta, sin siquiera tener una mínima idea de aquellas ciencias, ni tampoco considerar a la sociología o a la psicología. Pues esto, en la división del trabajo, en la era de la especialización, es legado a los “profesionales”, y cualquier conocimiento “superior” universitario no se filtra ni internaliza en el sentido común popular, que formará sus propias reglas de razonamiento.

 

Así hará el verdulero, el empresario, el administrativo, el abogado y el médico, el comerciante, o el diariero de la esquina: opinará sobre todo, la inseguridad, la política, la sociedad, etc., pero a la vez no se acercará a las ciencias que podrían otorgarle un conocimiento más amplio del tema, por el simple hecho de que no es parte de su “especialidad”.

 

Y de esta forma, el hombre común, jamás incorporará conocimientos, métodos básicos y sencillísimos de investigación y acumulación de datos -que a esta altura del siglo XXI deberían haberse "derramado" hacia las clases populares-, que desconoce ese mundillo cerrado y autosuficiente de académicos o universitarios indiferentes de esta situación o simplemente impotentes.

 

Por lo cual, la mecánica de su razonamiento -de su lógica-, la forma de llegar a una conclusión sobre la sociedad que habita, no evolucionará, o por lo menos lo hará muy lentamente. Es así que nos encontramos con pre-juicios -juicios anteriores, formas de enjuiciar y de pensar arcaicos- en la reflexión y argumentación de la mayoría de los ciudadanos.

 

Con esto no me refiero a que se tendrá, indefectiblemente, un juicio errado en ausencia de aquellos conocimientos y uno certero en posesión de ellos -no es importante realmente la “posición” u opinión que se tome respecto a un tema-, sino carente de las herramientas necesarias que a través del tiempo se han incorporado para el saber o los saberes, no para el saber en sí, unívoco y uniforme.

 

Hacia donde debemos dirigirnos -hacia donde precisamente las ciencias sociales se dirigen- es hacia la heterogeneidad, a la multiplicidad de perspectivas y teorías que se estudian en ciertos ámbitos y que son por igual válidas aunque sean de hecho contradictorias y se enseñan por igual sin adelantar un juicio de valor. Este es tan sólo un ejemplo del proceder en los recintos académicos más accesibles: tomar postura es una cuestión última y hasta superficial, primero se deben observar, investigar y aprender muchos puntos de vista.

 

Por el contrario, parece ocurrir entre la ciudadanía en general que tomar posición es lo primero y hasta lo único en detrimento de la diversidad de voces, en un mundo aparentemente binario y por lo tanto moralista (el bien y el mal) tal como lo muestran los medios de comunicación o tal como se representa en los discursos de políticos y clérigos: un mundo de ideas hermético, universal, anacrónico y homogéneo.

 

“En política, en arte, en los usos sociales, en las otras ciencias, tomará posiciones de primitivo, de ignorantísimo; pero las tomará con energía y suficiencia, sin admitirse -y esto es lo paradójico- especialista de esas cosas. Al especializarlo, la civilización le ha hecho hermético y satisfecho dentro de su limitación; pero esta misma sensación íntima de dominio y valía le llevará a querer predominar fuera de su especialidad” (1)

 

Una lógica interpelación a estas observaciones, a esta crítica que realizo de la “cultura popular”, es ¿para qué necesito yo, un ciudadano humilde y laburante que sólo quiere vivir en paz, incorporar conocimientos “complejos”, si con los que ya poseo, puedo tener una vida razonablemente tranquila?

 

Para empezar, la “complejidad” es relativa. Lo  que alguna vez fue excepcional, problemático y "oscuro" hoy es la normalidad y lo habitual de una mayoría estadística (por ejemplo, no hace mucho tiempo en la historia estar alfabetizado, saber leer y escribir o conocer diversos idiomas era el lujo de una minoría favorecida y elitista). Es decir, podríamos cuestionarnos si nuestros conocimientos son realmente “suficientes”, porque esto no es objetivamente contabilizable.

 

No obstante, nos encontraremos -como siempre ocurrió- con instituciones que predican lo contrario y alientan a la conformidad, por ejemplo los medios de comunicación -el "cuarto poder"- que, como entiende el lingüista Noam Chomsky, estimulan “al público a ser complaciente con la mediocridad. Promueven al público a creer que es moda el hecho de ser estúpido, vulgar e inculto…”. Es decir, en palabras más suaves, alientan a estar conformes con los conocimientos que se poseen, a percibirlos como suficientes, a creer que un estado de mediocridad es un estado de “normalidad”.

 

La razón por la cual deberíamos incorporar conocimientos más “elevados” a nuestro sentido común es precisamente para no ser manipulados o “estafados” por dichos especialistas, entre los que se pueden contar políticos, jueces, economistas, sacerdotes, periodistas.

 

Hoy día creemos -según el afamado sentido común- que el "político" debe hacer aquello que le “corresponde” (según parámetros ambiguos y muy generales como "buscar el bien para la nación"), igual que otros "especialistas" como el economista o el jurista, y debemos desembarazarnos de los conocimientos que ellos poseen, limitándonos a interpretar los medios y a estar de acuerdo o no. Se reduce, en fin, a una buena o mala retórica, a un convencimiento argumentativo y a la interpretación que un medio hace de ello. En pocas palabras, al carisma del político, y a que el economista logre o no el objetivo de su plan cuando ya puede ser demasiado tarde.

 

Y con esto no me refiero a “politizar” nuestras ideas según, nuevamente, el sentido común. El filósofo José Ortega y Gasset criticaba en su tiempo al “hombre masa” que había sido absorbido por una política hueca, mutilada de contenido, maniqueista, que no distingue matices entre lo "bueno" y lo "malo", en una palabra, superficial.

 

El politicismo integral, la absorción de todas las cosas y de todo el hombre por la política, es una y misma cosa con el fenómeno de rebelión de masas que aquí se describe. La masa en rebeldía ha perdido toda capacidad de religión y de conocimiento. No puede tener dentro más que política, una política exorbitada, frenética, fuera de sí, puesto que pretende suplantar al conocimiento, a la religión, a la `sagesse´ -en fin, a las únicas cosas que por su sustancia son aptas para ocupar el centro de la mente humana.

 

La política vacía al hombre de soledad e intimidad, y por eso es la predicación del politicismo integral una de las técnicas que se usan para socializarlo. Cuando alguien nos pregunta qué somos en política o, anticipándose con la insolencia que pertenece al estilo de nuestro tiempo, nos adscribe a una, en vez de responder debemos preguntar al impertinente qué piensa él que es el hombre y la naturaleza y la historia, qué es la sociedad y el individuo, la colectividad, el Estado, el uso, el derecho. La política se apresura a apagar las luces para que todos estos gatos resulten pardos.” (1)

 

Elegimos en la democracia, a los mejores especialistas en administración estatal, para desligarnos de responsabilidades respecto al gobernar, y sólo nos ocupamos de votar y pagar impuestos. Me parecería algo reiterativo y redundante explayarme en todos los errores, corrupciones, negligencias y crisis que han ocurrido en Argentina por este tosco proceder. Por confiar del modo antes dicho en una elite gobernante.

 

Debemos tomar cartas en el asunto, aunque el Estado, la educación, las convenciones sociales y el sentido común no nos incite a ello actualmente. Debemos ampliar nuestros conocimientos por motus propio. Para así nunca más ser engañados, embaucados ni sometidos.

 

Mi sentimiento personal es que los ciudadanos de las sociedades democráticas deberían emprender un curso de autodefensa intelectual para protegerse de la manipulación y del control...” (2)

 

Bruno del Barro

2014

 

1.     “La rebelión de las masas”, José Ortega y Gasset

2.    Ilusiones Necesarias”, Noam Chomsky

 

Escribir comentario

Comentarios: 0