El histórico reclamo argentino

El pueblo, a la hora de reclamar a sus autoridades, ruega humildemente por dos o tres cositas nomás. No pide casi nada en realidad. Un laburo que le permita comprar algunos menesteres, vivir tranquilo, que le roben poco o al menos no lo maten, y un asado cada domingo si es posible; construir su pequeño cuchitril junto a su familia, y bueno, la salud va y viene.

Estas demandas restringidas que hasta enternecen, caracterizaron a una clase media que desde mediados del siglo pasado creció voluminosamente y crearon el prototipo del hombre común, una especie de símbolo de la clase trabajadora argentina; germinado a los tumbos en el yirigonoyenismo, cincelado conceptualmente en la época encarnada en la figura del general Perón, cuando el Estado tomó protagonismo.

 

"El comportamiento cultural de la clase baja no era, según los esquemas, transferido de la lucha de clases, y se parecia más al de las clases medias con una esperanza de ascenso en los hechos, ya que la mayoría de los individuos ubicados más alto, de origen inmigratorio, de la clase media de la burguesía, eran de reciente ascenso" *

Con muchísimo empeño y suerte, algunos lograron sobresalir de esa clase media pujante, preocupada en sus propios y humildes intereses, como bien proclamaba el discurso que los contenía, pero que nunca dejaron de identificarse con él al pertenecer a otra clase económica.

"Los inmigrantes que levantaron cabeza constituyeron pronto fortunas que, en muchos casos, superaron las de la `alta clase´; fueron propietarios de casas de renta, preferentemente los italianos, o patrones del alto comercio, preferentemente los españoles." *

No obstante, nadie quiso desprenderse del diploma de "laburante" argentino y sus eslóganes de dignidad, trabajo, igualdad y patria (malformaciones de anteriores reivindicaciones del discurso socialista y anarquista), a pesar de haber sobrepasado largamente el nivel de clase media y de que sus intereses ya eran algo más ambiciosos.

"... los nuevos ricos aparecían masivamente y la clase alta ya tenía seguridad, dictaba cátedra en los salones, en las veladas del Colón, en las tardes de Palermo y en las ruedas de sus clubes, en la escala que empezaba en el Club del Progreso, subía por el Jockey Club y llegaba al Círculo de Armas. [...] Estos no eran herederos y apretaban fuertemente el bolsillo." *

Puede explicarse en parte cómo multitudes tan diversas -desde obreros hasta la reciente burguesía, nacida hacía muy poco del caudal inmigratorio- pretendieron resguardarse bajo el paraguas de consignas tan simples y respetables como las del justicialismo sobre "el trabajador" -descartando a los sectores tradicionales como la oligarquía ociosa, hijos de la generación del 80, y la Iglesia, que naturalmente fueron hostiles a los nuevos ricos de apellidos sin prestigio. Nace el empresariado, el comerciante que se hace desde abajo fruto de su esfuerzo y talento, que no nace con buen nombre sino que lo gana, y por lo tanto, una cultura que predica este proceder a toda la sociedad en casi todos los aspectos de la vida. "Cada uno cree que su mejora es particular y producto de sus aptitudes y no de las condiciones generales... La modificación en el status de todos los grupos en ascenso sólo le parecía legítimo en lo que a él se refería." *

 

"Esta burguesía de origen inmigratorio, carece de `berretines´ y complejos; en todo caso, si le preocupan los status cree que basta con esperar, por la confianza que le inspira el país y que su triunfo acredita: según van las cosas, los `gringos´ ahorrando y capitalizando, y -por el otro lado- la alta clase (tradicional) dilapindando su patrimonio..." *

 

Aspiraciones heterogéneas y hasta opuestas de todo el pueblo se encontraron en pugna por enarbolar aquella bandera "de los trabajadores", sobre todo en aquel enigmático peronismo sin Perón.

Con el tiempo, simpatizantes peronistas o no, todos eran laburantes, patriotas y tenían derecho a exigir “lo que les pertenece”, y al mismo tiempo, paradójicamente, declaraban "no tener nada que ver con política". 

"La burguesía inmigratoria no participa del poder político, y parece no interesarle, tiene una posición parecida a su indiferencia con respecto a los rangos sociales tradicionales. Sus medidas de prestigio están referidas a ella misma en un cotejo de luchadores que miden sus músculos por los músculos de sus paisanos y colegas; sus pautas de distinción están dadas por una rivalidad entre paisanos, o de colectividad..." *

 La mayoría declaraba pertenecer a  la clase media laburante, no obstante sus orígenes y exigencias disímiles que chocaban. "La falsedad de apreciación también resulta de considerar las clases medias como un todo homogéneo, cuando son por naturaleza heterogéneas en su comportamiento, en sus esquemas ideológicos y en los múltiples matices de su composición." *

Las demandas del "pueblo" que comenzaron a tomar forma y a repetirse como muletillas, que parecían pocas por su carácter ambiguo y humilde, desconocían límites en los hechos: en parte por las demarcaciones estructurales del sistema que restringía tales libertades, y en parte precisamente por la propia subjetividad y ambigüedad del discurso simplista del ciudadano "apolitizado" que nunca estableció qué pedía realmente a sus dirigentes, pero que "lo querían ya".

 

Esta supuesta mezquindad en exigencias generó siempre recelo y demonizó a autoridades de turno que no cumplieron con supuestamente tan poca cosa; engendrando a un popurrí opositor apolítico que no coincidía en nada, excepto en el objeto de su odio.

 

Ese poco pedir resumido en pocas palabras altisonantes que evolucionó hasta nuestro presente, hoy parece englobar todas las exigencias en particular, tantas como habitantes tiene Argentina: Comer un asado por semana o irse al Caribe una vez por mes se le llama por igual libertad; juicios justos o pena de muerte, justicia; remediar la marginación social, o poner militares y policías en cada esquina, seguridad; hacer changas o ganar millones de dólares, prosperidad; indigencia absoluta o ganar unos miserables miles de pesos, crisis.

Cada cual con su reclamo personal pero dicho bajo los mismos lemas generalistas, al estilo de la revolución francesa (“Liberté, égalité, fraternité”) donde el sector revolucionario -el tercer estado-, englobaba a burgueses, pequeños comerciantes, artesanos y campesinos, con demandas muy distintas en lo particular.

El discurso del trabajador común, nunca tuvo límites morales ni legales en la acumulación, y toda acción mezquina y codiciosa se justificó en la prosperidad individual del laburante de sol a sol, sea albañil o un acaudalado terrateniente, nadie se quiere despegar de tan noble título.

De esta forma el "trabajador" de cualquier índole no visualiza otro fin que la prosperidad material, pero que siempre le será coartada por razones externas, que sólo reconoce en el rostro visible de quienes representan la autoridad, sea el presidente o su patrón.

Al laburante sólo se le insta a que labure, no a que comprenda las contradicciones del sistema que lo contiene. Entonces, ante una ambigua disconformidad sobre las condiciones materiales de la existencia individual, se interpreta, indistintamente, que la culpa corresponde exclusivamente al jefe, al primer mandatario, a la oposición, a los sindicatos, o a Dios.

Este legítimo ensimismamiento correspondiente a la cultura de la división del trabajo y responsabilidades cada vez más específicas (“zapatero a tus zapatos”), conllevan a una negación del contexto global: la salud del país se miden según mi bienestar, estilo y nivel de vida y lo que puedo comprar o no (no ya, como antaño, si puedo comer o no).

Y este retraimiento en nuestros asuntos –que nos ocupan la mayoría del tiempo- son en parte las causas que impiden observar la situación y el contexto en que el abstraído ciudadano -que se preocupa por tan poco-, se encuentra circundado y va muchísimo más allá de un cuerpo político.

En la Historia Argentina, la disconformidad ambigua pero enérgica ante un gobierno democrático, acostumbró a solidarizarse con el arrebato violento del poder, y a un subsiguiente gobierno coactivo y rústico encabezado por hombres intransigentes y álgidos de las fuerzas armadas, en coincidencia a las exigencias imprecisas y acaloradas de la población, que rápidamente salía a la calle a festejar destituciones.

Juan Domingo Perón, en sus primeras presidencias fue calificado de dictador (primeramente por los medios, la Iglesia, la vieja oligarquía, el campo, etc.), entre otras acusaciones a su gestión, generando discordias y atomización en la ciudadanía, derivando en el derrocamiento violento -acorde a la crispación sectorial creciente-, pero que, paradójicamente -como la Historia dejó en claro-, dejaron al “dictador Perón” como nene de pecho.

Cada sector (médico, docente, transportista, campesino, comerciante, religioso, de amas de casa, de peones, de artistas, de empleados, de abogados, etc.) se nuclea en fuerzas que contengan sus intereses, que serán pocos en su discurso (dignidad, salud, trabajo), pero que no posee límites en los hechos. Todos estos sectores deben lidiar con la representatividad política que administra el Estado para obtener aquello que desea, lo cual sólo se podría resumir en el aumento de algo (aspecto económico), y también en un impreciso "basta de..." (aspecto político). 

De este modo, muchos sectores que sólo entienden la libertad como prosperidad económica individual, pretenden un Estado patovica y descerebrado, que mantenga a raya los malos comportamientos.

La exclusión y la pobreza sólo se convierten en problema cuando está relacionado con mi inseguridad física, siendo que antes de llegar a tal instancia de incontrolable violencia, nada importaba la suerte del marginado. No existe una visión plural e incisiva sobre la compleja red que es la realidad de un orden social, y prima la visión hermética y humilde del que sólo quiere prosperar sin límites (o simplemente “trabajar” en su discurso).

 

La pobreza, por ejemplo, no es un problema per se, el inconveniente es cuán dócil es aquella pobreza. Todo reclamo de inseguridad –“que no me saquen lo poco que tengo”- parece referir a una coacción presurosa hacia esa pobreza y nada más –no hacia un cambio estructural a largo plazo. De hecho, si esa represión ocurriese el problema se habría solucionado a la vista del ciudadano común. Y si éste tuviese trabajo con posibilidades de crecimiento, mientras en las comisarías se desarrollasen masacres, el país estaría “encaminado” desde su punto de vista.

 

Por todo esto, hay que tener cuidado en el reclamo, que no sea un producto de una indignación extraviada de origen mediático, la pura bronca que se lleva por delante lo dictaminado por la agenda televisiva. Seamos críticos, estudiosos, cautelosos, específicos, incisivos, sabios para saber unirnos, y no sólo en la dirección de nuestra bronca, en el objeto de nuestro odio. Y para ser concretos, hay que inferir mucho más que recortes de diarios y noticias descontextualizadas, parciales y tendenciosas, cualquiera sea el tinte político. Y para medir una crisis, hay que mirar mucho más allá del monedero, pues las crisis tienen un largo proceso previo que no se desarrolla en nuestras narices.

Cambios estructurales nada tienen que ver con cambio de presidente, la figurita visible. Si nada cambiamos desde el entorno inmediato, nada va a cambiar, jamás, en ningún otro orden.

 

“El duro trabajo físico, el cuidado del hogar y de los hijos, las mezquinas peleas entre vecinos, el cine, el fútbol, la cerveza y sobre todo, el juego, llenaban su horizonte mental. No era difícil mantenerlos a raya. (…) Todo lo que se les pedía era un patriotismo primitivo al que se recurría en caso de necesidad para que trabajaran horas extraordinarias o aceptaran raciones más pequeñas. E incluso cuando cundía entre ellos el descontento, como ocurría a veces, era un descontento que no servía para nada porque, por carecer de ideas generales, concentraban su instinto de rebeldía en quejas sobre minucias de la vida corriente. Los grandes males, ni los olían.” (1984, George Orwell).

 

Bruno del Barro

2012

 

* Arturo Jauretche, "El medio pelo en la sociedad argentina" (1966)

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