Sobre lo verdaderamente revolucionario

 No existe un manual universal sobre cómo conducirse y revelarse ante una injusticia; un Estado, un individuo o un sistema que se considera opresor. Todo dependerá del contexto en particular. Hasta Carlos Marx afirmó en sus escritos que sólo analizaba lo que sucedía en una época determinada del siglo XIX en un lugar específico que era la Europa de aquel entonces con sus conflictos; y que de nada serviría para futuras generaciones.

En la Red ha circulado una imagen donde niños de bajos recursos se encuentran al aire libre en un ámbito aparentemente hostil, debajo de un puente, aislados de la sociedad y la vorágine de la ciudad, un sitio lúgubre si lo imaginamos de noche, posiblemente cercano a cloacas o basurales. Estos niños pequeños se encuentran reunidos, sentados y atentos frente a un muro de cemento, donde otros dos muchachos se encuentran escribiendo sobre unos pizarrones improvisados sobre la pared de concreto. Sobre esta imagen hay una leyenda: “CUANDO SE NACE POBRE, SER ESTUDIOSO ES EL MAYOR ACTO DE REBELDÍA CONTRA EL SISTEMA”.

Esta frase puede poseer diversas interpretaciones. Sobre todo en sitios donde el acceso a la educación es un lujo, o en dónde la educación es gratuita pero para algunas clases sociales es considerada inútil, intrascendente o una pérdida de tiempo mientras en el hogar no hay comida y los cimientos son roídos por las ratas. Difícil resulta la tarea de demostrar o generar una relación conceptual entre la elevación intelectual y el mejoramiento del individuo; como mucho se lo entiende como una salvación a nuestras penurias, luego de muchos años de estudios académicos, como una salida laboral, una posición puramente pragmática en el sentido de superioridad en la jerarquía social.

En un contexto donde vale chanquear por las calles, acompañar a los padres a revisar la basura en busca de algo útil o vendible, limosnear, robar, el escapismo mediante narcóticos y el alcohol junto a amigos con la misma suerte, rellenar el tiempo y afirmarse en esta sociedad mediante códigos de violencia y jerarquía; leer libros o el simple hecho de detenerse a pensar las cosas que nos rodean, realmente resulta un acto de rebeldía, aún más que cortar una calle, quemar una comisaría o asesinar a un delincuente, un narcotraficante o a un político.

Claro está, que si lo que se intenta es cambiar un orden injusto y desigual, poco podremos encontrar en la educación institucionalizada que funciona de acuerdo a esos mismos intereses, formando y educando con la única intención de mantener todo exactamente como está, comprometiéndose en la labor de generar “mecánicos”, valga la metáfora, para mantener o ajustar las tuercas del sistema, de esta gran maquinaria en dónde circula, vive y muere cada individuo de la sociedad establecida.

Por lo dicho, resulta evidente que el trabajo de “educarse para revelarse” dependerá de nosotros mismos, individual o grupalmente, fuera de toda institución que por más incorruptible y bienintencionada que sea, dependen de una u otra manera del Estado, de intereses propios del establishment, del status quo, delimitando sus acciones a tareas caritativas y solidarias. O poniendo en “su lugar” a los “descarriados” y desobedientes.

No es casualidad que en todos los gobiernos coercitivos y autoritarios de la historia, una de las primeras acciones es la de eliminar y controlar el acceso a la cultura, en pocas palabras, quemar de libros, destruirlos para siempre.

 

El sólo acto de reflexionar, meditar y cuestionar puede ser tan peligroso como la organización de un ejército armado para derrocar un gobierno.

 En sociedades democráticas, la cosa es distinta, nada se debe prohibir.

“En el sistema democrático, las ilusiones necesarias no se pueden imponer por la fuerza. Más bien, se han de instalar en la mente del público por medios más sutiles. Un Estado totalitario puede estar satisfecho con niveles inferiores de lealtad hacia las verdades requeridas. Es suficiente que la gente obedezca (…); pero en un orden político democrático, siempre existe el peligro de que el pensamiento independiente se pueda traducir a acción política, de manera que es importante eliminar la amenaza de raíz.”

“No se puede silenciar el debate, y de hecho, en un sistema de propaganda que funcione adecuadamente, no debería silenciarse, puesto que si queda constreñido a límites adecuados tiene una naturaleza que sirve para reforzar el sistema.” (1)

“Los mensajes implícitos revelados en las revistas románticas (revistas del corazón) o en los semanarios juveniles, pueden ejercer una función mucho más `represiva´ en los estratos sociales sometidos intensamente a ellos, que la propagando política más sutil.” Los medios de comunicación, las nuevas tecnologías y sus esbirros constituyen los mejores “mecanismos reductores de la realidad” (2).

Sin necesidad de reprimir, prohibir ni controlar abiertamente, sin ocultar ni negar los levantamientos o protestas sociales. La clase dominante, dueña de todas las formas de comunicación masiva, impondrá su Verdad, que el sociólogo Mattelart denomina “mitología burguesa”.

Por ejemplo, dando una explicación coherente con el sistema de valores de la burguesía a la rebelión juvenil, el mito permite dar a lo insólito (el emerger de una fuerza de protesta) un rostro conocido y conocible; en una palabra `banaliza´ la información. El público –auditor, lector o espectador- al recibir el fenómeno `rebelión juvenil´ explicado con los instrumentos del sistema, por el medio de comunicación de masas, lo encontrará `natural´ y no intentará interpretarlo como fenómeno que pone a descubierto las crisis que afectan las estructuras de la sociedad existente y la pone en tela de juicio. Así, por ejemplo, el (movimiento) beatniks o el hippie (en EE.UU.), vaciados en su contenido de oposición a los valores éticos-sexuales de la sociedad imperialista, quedan asimilados a una corriente poética o a un grupo que cultiva la holganza. El mito, pues, domestica la realidad, la anexa en provecho de una seudo-realidad: la realidad impuesta por el sistema (…).” (2)

La actual, es una sociedad bastante semejante a la distópica y futurista novela “Un Mundo Feliz”, escrita en 1930 por Aldous Huxley, donde no es necesario el control autoritario ni las delimitaciones al acceso a la cultura, ni quema de libros –como pensó Bradbury en “Fahrenheit 451”- mientras la sociedad se encuentre saturada de entretenimientos virtuales y deportivos, tecnologías ociosas, y una educación condicionada para la sumisión y la eficiencia productiva desde la más tierna infancia.

En ese mundo imaginario no había guerras, policías, ejércitos, ni pobreza ni delincuencia, y eran todos realmente felices, en el sentido más artificial de la palabra, mientras el “soma”, un narcótico promovido por el gobierno, ayudaba a jamás caer en la depresión, la duda, el cuestionamiento o el aburrimiento. No obstante, para que esto fuera posible tampoco existía el amor ni la música, consideradas causas y consecuencias de la infelicidad o malestar.

Por el otro lado tenemos al emblemático “1984” de George Orwell, creador del famoso Gran Hermano, donde se alcanza el control exagerado de la población a través de la vigilancia constante ante cualquier desvío emocional o ideológico del partido dominante.

Los protagonistas de esta historia, antagónicos ante el orden establecido, pero imposibilitados de protesta alguna, se dedicaron sin mayores objetivos a amarse a escondidas. Y en uno de esos días, camuflados en un bosque, el hombre reflexiona inocentemente sobre ese acto de amor improvisado, tan prohibido e inconcebible en ese mundo reinado por las leyes, el terror, el odio y el castigo.

Deja entrever un acto extremadamente revolucionario, el sólo hecho de amarse, instintivamente. Su conclusión es realmente sorprendente y original:

 

“En los viejos tiempos, pensó, un hombre miraba el cuerpo de una muchacha y veía que era deseable y aquí se acababa la historia. Pero ahora no se podía sentir amor puro o deseo puro. Ninguna emoción era pura porque todo estaba mezclado con el miedo y el odio. Su abrazo había sido una batalla, el clímax una victoria. Era un golpe contra el Partido. Era un acto político.” (3)

 Hace unos años, cuando se observaba en todos los noticieros como tema principal la invasión de Irak de parte de EE.UU. encabezado por el presidente Bush, Alejandro Dolina en “La Venganza será Terrible” le responde a un oyente que recriminaba su falta de compromiso periodístico sobre este tema espantoso que era la guerra, al ni siquiera mencionar la cuestión en su programa:

“a lo mejor… lo verdaderamente contestatario… la fuerza que se opone a la brutalidad de Bush, a la estupidez de los funcionarios…, la fuerza que permitirá salvar al pueblo que sufre, es la fuerza de la inteligencia, del pensamiento y de la sensibilidad, y de ningún modo el oportunismo de los que dicen frases adocenadas en contra de la guerra como si bastara con eso… ¿qué quiere que haga? ¿Qué vaya y tome Mc Donald? ¿y que tiemble Bush? Bush y cualquiera de los tiranos van a temblar mucho más si se desarrolla, mi querido amigo, la inteligencia. Ese es el camino, el camino del pensamiento, de la ciencia, de la inteligencia, del arte. ¿Qué quiere? ¿que abandonemos todos el arte? ¿y nos dediquemos a ver CNN? ¿qué sentido tiene que yo diga que mataron a 600 tipos? ¡Claro que mataron a 600! Si todos se hubieran ocupado de leer algún libro, por ejemplo el señor Bush, a lo mejor, en vez de matar a civiles, estaría interesado en deleitarse con las idas y venidas del pensamiento, en ir a ver la historia como una fuente de sabiduría, en abrevar en la poesía, en las novelas, o en esta deliciosa combinación de sonidos que es la música… ¡Eso es lo bueno de la vida, mi querido viejo! Y no ponerse como un buitre a ver cuántos murieron, y creyendo que esta mera actitud solipsista y onanista de estar viendo CNN a contar cuántos mató Bush, le va hacer temblar a alguien. Eso no sirve para nada. Lo que sirve es la lucha por las cosas buenas de la vida, que son, mi querido amigo, el amor, el conocimiento, el arte, la ciencia y el trabajo. Y de ningún modo la denuncia, el odio, y el regodearse como un buitre con las cosas espantosas que están sucediendo. Esa es la lucha.” (4)

21-3-14

Bruno del Barro 

 

 

 

  1. “Ilusiones necesarias (Control de pensamiento en las sociedades democráticas)”, del lingüista y activista Noam Chomsky.

  2. “Los medios sociales de comunicación de masas”, del sociólogo Armand Mattelart

  3. “1984”, George Orwell

  4. Alejandro Dolina