Deber del Periodista

Reynaldo Sietecase ha generado una leve controversia en los Martín Fierro, donde desde el escenario dijo: "A mí me dejaron fuera de la televisión por preguntar. Quiero dedicarles a este premio a todos los periodistas que no se creen fiscales de la patria. Este laburo tampoco es para ser funcional a los grupos de poder, ni siquiera a esos grupos que nos contratan. El periodismo es un compromiso ético de contar lo que pasa".

Mucho de revelador, pensaremos, contienen sus palabras, aunque algún que otro piola, lúcido y realista, entenderá que si así se procediera sin ningún tipo de reparos, difícil sería conseguir y conservar un trabajo de comunicador.

Más allá de estos deberes de incorruptibilidad y amor por la verdad –que dicho sea de paso todo periodista asegura cumplir-, es necesario ampliar los conceptos sobre dignidad periodística; y que no sólo este no debe ser un mercenario fiel al mejor postor, sino que dentro de sus posibilidades y limitaciones de denuncia, muchos son los caminos por los que puede incurrir y no lo hace.

Sin lugar a dudas, el periodista debe denunciar y molestar. No obstante, también es cierto que algunos profesionales se han limitado, desde el trono de la consagración popular, a actuar como temibles emperadores romanos que levantan o bajan el pulgar, condenando el mal proceder de políticos y otros actores sociales según un criterio autoritario y algo caprichoso, que oculta otros intereses.

Este es el periodismo que acapara audiencia, donde hombres respetuosos exponen sus verdades fáciles de digerir, un señor que se gana nuestra confianza y “entra” a nuestro hogar a través de la radio y la televisión, acompañándonos en nuestros quehaceres domésticos y transformándose en un verdadero confidente. De hecho, este gran periodista –o gran manipulador-, logra interactuar con sus seguidores quienes a veces, conmovidos ante sus dichos, contestan, asienten o gritan en voz alta en la privacidad de sus casas, dialogando con sus aparatos, cuando dichas “verdades” tocan sus intereses particulares.

Lamentablemente este periodismo tendencioso no incita a reflexionar y a probar por otros caminos que no sean el sentido común de convicciones inescrutables: sólo afirma y alimenta las creencias y visión del mundo que más nos conviene. Este también es el periodismo más popular, el que se autoproclama “la voz de la calle”, el pensamiento del “hombre común”.

Este es un gran dilema del periodista, sometido a leyes mercantiles, que no sólo busca la verdad sino la verdad que más quiera escuchar el montón.

Pero retomando lo dicho por el comunicador rosarino, es curioso observar que el periodismo joven idealista e independiente, que aún no trabaja bajo el patrocinio de un grupo mediático económico, imita los modos y temáticas del periodismo actual y reconocido (ese que Sietecase critica). La juventud -que implica renovación por definición- no hace más que, desde su humilde lugar de estudiante e incipiente profesional, ensayar y practicar el rol del comunicador según modismos y muletillas de aquellos respetados hombres del periodismo actual que su trayectoria les permite ser voceros del pueblo e influyentes constructores de opinión pública, tomando prestado además una y otra vez los temas que los medios consagrados establecen como agenda.

Otra Realidad, otra Comunicación

 

Tal vez podamos imaginar una práctica periodística más audaz, lejos de la actual conservadora y defensora de un sistema, que aunque critique y denuncie, afirme o aliente, (esté a favor o en contra del obrar político y económico actual), su intención no es más que “poner las cosas en su lugar”, para que todo “vuelva a su sitio” y que cada uno haga las cosas “como corresponde”, según las bases de un mismo orden social indiscutible e intocable que se pretende mejorar, jamás modificar.

Se estima comúnmente que el periodista debe ser un orientador que opina con claridad de todo lo que ocurre simplificando asuntos complejos, o un investigador comprometido que se introduce en el lodo para dilucidar casos de corrupción o inescrupulosidad donde la justicia ni se mete.

Pero su trabajo quedaría inconcluso. Su crítica también puede, si quisiese, transitar otros caminos.

Podría, por ejemplo, observar los hechos más allá de la parcialidad de los factores sociales, políticos y económicos más evidentes. Este es un periodismo insípido y frívolo que en su afán de objetividad, sólo advierte los hechos ruidosos e ignora factores determinantes como los psicológicos, sociológicos, filosóficos y todo aquello que respecta a una arbitraria y caprichosa, pero a la vez lógica y explicable en su raíz, realidad humana.

El periodista tampoco debiera caer en aquel oportunismo que surge siempre al presentarse un hecho “escandaloso”, donde generalmente actúa como opinólogo, estadista y finalmente juez, para luego pasar rápidamente a otros temas; porque de esta forma, descarta explicaciones incisivas que explicarían la lógica del acontecimiento, mediante estudios previos por ejemplo, de antropología, sociología y psicología.

Actualmente la política, la historia y la economía no parecen ser suficientes, y sin quererlo tal vez,  el comunicador se convierte en trasmisor de valores masivos poco claros y co-relator de antiguas tradiciones que alguna vez fueron nocivas para la sociedad. Podría, si su curiosidad se lo permitiera, indagar más profundamente en el establishment y statu quo que engloban los hechos que relata, y no sólo reaccionar ante actos “irracionales”, inescrupulosos y corruptos a las que no parece querer comprender en su génesis, entendiéndolas como circunstancias de incubación independiente al orden social, más que los factores económicos y políticos que la subyacen; sobrentendiendo además que el mundo “es” y no debe cuestionarse, más allá de estos hechos ostensibles e ilegales que alborotan e indignan a la sociedad.

Esta tarea es más que complicada, pues, como dijo el reconocido lingüista Noam Chomsky, “la misma estructura de los medios de comunicación está diseñada para inducir a la conformidad con respecto a la doctrina establecida. Resulta imposible, durante un lapso de tres minutos entre anuncios, o en setecientas palabras, presentar pensamientos poco familiares o conclusiones sorprendentes con los argumentos y la evidencia necesarios para dotarlos de cierta credibilidad. La regurgitación de beaterías bien aceptadas no se enfrenta con ese problema”.

Por ejemplo, en época de elecciones, un medio se dedica a informar fríamente sobre “movimientos” estratégicos de candidatos, y en última instancia da a conocer según su criterio, los supuestos errores y éxitos de estas alianzas y divorcios políticos, y qué estratagemas fueron más beneficiosas para tal o cual candidato; y todo esto presentado alegremente, como si se tratase de maniobras de guerra para alcanzar el triunfo anhelado, validando la inescrupulosidad en los métodos para obtener el poder a cualquier precio.

Nuevo Periodismo

 

Retomando la idea anterior, aquel periodismo incipiente sin contratación empresarial e independiente no debería ser tan entusiasta en defender tácitamente un sistema cultural contenedor de antiguas tradiciones, creencias y valores, que desconoce en su esencia y su historia, precisamente por ser tan joven.

No debemos ni como periodistas potenciales e idealistas, o como ciudadanos comprometidos, seguir las reglas de juego que otros imponen y alimentar la práctica comunicativa actual en la que únicamente es debatible lo que desde arriba ponen sobre la mesa.

No tenemos por qué escoger entre los sucesos A, B, C o L, G y K cuando la realidad incluye todas las vocales y consonantes. O entre 1, 3 y 6 cuando a todos nos involucra y puede interesar el número infinito de acontecimientos que afectan nuestro modo de vivir, de pensar, de analizar, proceder y entender lo que atañe a nuestro barrio, país, o la humanidad toda.

 

Bruno del Barro

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