Un título más correcto y ampliado debería ser “El peligro (o la locura, la utopía) de considerarse bien informado únicamente con diarios, televisión y redes sociales” y esta es la hipótesis referida (y la paradoja): resulta contraproducente -e inútil- formar opinión estrictamente con medios de comunicación.
Poseer de antemano conocimientos básicos, históricos y contextuales, es indispensable para descifrar la expulsión desbocada de noticias crudas o masticadas que vierten los medios sin ton ni son las 24 horas del día.
"La pura verdad es que en el mundo pasan en todo instante y, por lo tanto, ahora, infinidad de cosas", dijo Ortega y Gasset en su Rebelión de las Masas. "La pretensión de decir qué es lo que ahora pasa en el mundo ha de entenderse, pues, como ironizándose a sí misma. Mas por lo mismo que es imposible conocer directamente la plenitud de lo real, no tenemos más remedio que construir arbitrariamente una realidad, suponer que las cosas son de una cierta manera."
Si alguien tuviera la posibilidad cognoscitiva de interceptar indiscriminadamente toda la información que cruce los sentidos, proveniente de la infinidad de medios y sucesos empíricos, se encontrará con alevosas contradicciones, incoherencias y entropía informativa que no logrará más que desconcertar y permitirnos resolver sin más remedio que nuestra ignorancia es infinitamente más amplia de lo que pensábamos.
"La multiplicidad de acontecimientos que suceden se vuelven inabarcables para la sociedad y desbordan la imagen que ésta puede hacerse de ellos. Frente a tal incapacidad de controlar con exactitud la representación de la realidad, los medios de comuncación intervienen estableciendo esa relación entre la gente y el mundo que la rodea." (1)
Eso que llamamos Realidad, si es que existe, es infinitamente más heterogénea, compleja, confusa, incierta, entrópica e inclasificable de lo que podemos llegar a imaginar. Las clasificaciones sencillas, claras, humanizadas, no es más que un esfuerzo mundano, de seres limitados de carne y hueso, por racionalizar, categorizar y volver comprensible el mundo.
Nuestra cosmovisión -entiéndase esto como el conjunto de creencias y nociones de las que estamos hechos- interviene permanentemente escogiendo el relato más apropiado primero a nuestra capacidad, en segundo lugar, a nuestra valores e intereses, a lo que nos atañe y afecta, seleccionamos lo importante y lo intrascendente, e interpretamos según nos sea más conveniente a nuestra moral preexistente, es decir, incorporamos lo nuevo a lo viejo. Rara vez un hecho, un suceso, cualquiera sea este, puede hacernos cambiar de opinión, pues en general el proceso consta en formar opinión primero y sopesar las circunstancias después. (2)
Lejos estamos del deseo impoluto de penetrar en las entrañas de cada hecho en la búsqueda cabal de "la verdad". Si así procediéramos, podríamos decepcionarnos e incluso trastocar calamitosamente nuestro sistema de creencias, circunstancia nociva para la salud mental. Nuestro equilibrio consta en evadir las incoherencias, el caos, las contradicciones, y aquello que no se pueda juzgar y clasificar racionalmente.
De este mismo modo, los medios -una empresa formada por un conjunto de hombres y mujeres organizados jerárquicamente- escogen intencionalmente –e inconscientemente también- lo que les supone pertinente compartir según una línea de pensamiento que se va construyendo según las circunstancias, los intereses siempre presentes que deben salvaguardar, la experiencia previa y la experiencia ajena, la reacción positiva o negativa del público, el rating, etc., lisa y llanamente, de comportamientos humanos, subjetivos, dinámicos y conservadores también, como la de cualquier sujeto particular o conjunto de sujetos que forman una empresa, una sociedad, es decir, con un objetivo único y que -siempre a tener en cuenta- busca obtener beneficios económicos (una empresa no puede no hacerlo).
Es una locura, entonces, entender a un medio -que suele vestirse sobriamente en las frías telas de la objetividad, ya sea por tradición periodística, por hábito retórico, por convenciones publicitarias, o por pura intención de confundir- como una máquina comunicacional imparcial, sin alma, ni intereses particulares que conservar y defender.
"¿La prensa sólo trasmite información? ¿Es sólo una cinta de trasmisión? ¿O acaso ejerciendo la elección consciente e inconsciente, no posee la prensa la capacidad para iluminar ciertas cuestiones por un lapso breve, machacar otras con el tiempo y simplemente ignorar aún otras?" (McCombs y Shaw, 1973: 83) (1).
En un flash informativo, se lanza al público algunas historias rápidamente bosquejadas por periodistas. Y así, un hecho parece responder a decisiones individuales en circunstancias aisladas, sea a la sazón de un homicidio (un hombre que "decide" matar a otro), el aumento salarial (un sindicalista "decide" perjudicar a un gobierno o realizar un paro político) o la intervención o privatización de una empresa (una autoridad gubernamental que parece tomar disposiciones del día para la noche, desde la soledad de su cuarto y su espíritu caprichoso).
Es de este modo, que mecánicamente y sometiéndose a un proceso de depuración, nos relatan fríamente lo que pasó en el barrio, en la ciudad, en el país, en el mundo; y nosotros –por esa imperante necesidad de saber y tomar partido- atamos cabos, rellenamos esos vacíos entre noticia y noticia y llegamos a las conclusiones más lógicas y convenientes según nuestro grado de cultura y sistema de creencias.
El acento que a cada tema (ley de medios, matrimonio homosexual, aborto, escuchas ilegales, elecciones, inseguridad, etc.) decida ponerle el grupo mediático, definirá en mayor o menor medida el grado de polémica y afección social; pero si así no ocurriese, si un suceso directamente no fuese mencionado, no sabríamos nada de lo acaecido, por lo tanto, no formaríamos opinión al respecto y lo más enigmático de la cuestión es que para nosotros, en definitiva, el hecho nunca habría pasado en realidad, o directamente, no posee relevancia alguna. El ciudadano maduro se retrotrae a su etapa de infante: la "permanencia del objeto", la comprensión de que los objetos y los sucesos siguen existiendo aunque no puedan ser vistos ni tocados, es una excepción en los consumidores mediáticos: "fuera de la vista, fuera de la mente".
“Los medios no son sólo un canal de transmisión de temas ni un `simple testigo de lo que sucede´ (Halperín, 2007: 51). La cobertura mediática de los acontecimientos, incluyendo ciertos hechos y omitiendo otros u otorgándoles mayor o menor jerarquía, condiciona la experiencia que la gente tiene de su entorno más allá de sus propias vivencias (Fishman, 1983).
Establecer la relevancia de unos temas entre las preocupaciones del público y lograr que éste oriente su atención, pensamiento y acciones hacia ellos constituye el primer nivel de la formación de la opinión pública” (McCombs, 2006). `La gente reacciona ante las noticias […] pensando que los acontecimientos que más cobertura reciben son los más importantes´ (Igartua y Humanes, 2004:244)” (1)
A partir de una jerarquía temática bien estudiada impuesta por dos o tres grandes grupos mediáticos, aquel periodismo subalterno (el que más se consume) se dedicará, programa tras programa, radio o televisión, a opinar, a especular, a decir y desdecir, sobre estos temas puestos sobre la mesa previamente por aquellos poderosos –y ocultos- titiriteros de la información.
Conclusión
El diario de la mañana, la radio de la tarde y el noticiero de la noche son insuficientes.
Para comprender la realidad, no basta con la experiencia y enterarse de hechos aislados. Es preciso la ciencia, la historia, la filosofía, e incluso la literatura para, más o menos, formar una idea aceptable de unos pocos temas, antes de comenzar a debatir, según impulsos y el sentido común, las noticias y novedades de la que hablamos diariamente con amigos, familiares y compañeros de café.
Es imprescindible también informarse sobre quienes nos informan, para explicarse, por ejemplo, por qué llueven noticias minuto a minuto, y a la vez, por qué relativamente son tan pocos los hechos que cuentan y por qué en efecto, nada podemos saber ni concluir en base a ello.
Bruno del Barro
2012
Fuentes, base teórica:
(1) "Estableciendo la Agenda", Natalia Aruguete. Doctora en Ciencias Sociales (UNQ) y magíster en Sociología Económica (IDAES-UNSAM). Investigadora del Conicet.
(2) "Nuevos modelos y metáforas comunicacionales: el pasaje de la teoría a la praxis, del objetivismo al construccionismo social y de la representación a la teoría reflexiva", W. Barnett Pearce
(3) "Teoría de la Comunicación Humana", Paul Watzlawick, Janet Helmick Beavin, Don D. Jackson. "¿Es real la realidad?", Paul Watzlawick.
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