El robo, el crimen y el saqueo contemporáneo

 En la segunda mitad del siglo XVIII [..] con el aumento general de la riqueza, pero también con el gran empuje demográfico, el blanco principal del ilegalismo popular tiende a no ser ya en primera línea los derechos, sino los bienes: el hurto, el robo tienden a remplazar al contrabando y la lucha armada contra los agentes del fisco. [...]

Con las nuevas formas de acumulación del capital, de las relaciones de producción y de estatuto jurídico de la propiedad, todas las prácticas populares que dimanaban, ya bajo una forma tácita, cotidiana, tolerada, ya bajo una forma violenta, del ilegalismo de los derechos, se han volcado a la fuerza sobre el ilegalismo de los bienes.

El robo tiende a convertirse en la primera de las grandes escapatorias de la legalidad, en ese movimiento que hace pasar de una sociedad de la exacción jurídico-política a una sociedad de la apropiación de los medios y de los productos del trabajo. O para decir las cosas de otra manera: la economía de los ilegalismos se ha reestructurado con el desarrollo de la sociedad capitalista.

Se ha separado el ilegalismo de los bienes del de los derechos. Separación que cubre una oposición de clases, ya que, de una parte, el ilegalismo más accesible a las clases populares habrá de ser el de los bienes: trasferencia violenta de las propiedades; y, de otra, la burguesía se reservará el ilegalismo de los derechos: la posibilidad de eludir sus propios reglamentos y sus propias leyes; de asegurar todo un inmenso sector de la circulación económica por un juego que se despliega en los márgenes de la legislación, márgenes previstos por sus silencios, o liberados por una tolerancia de hecho.

Y esta gran redistribución de los ilegalismos se traducirá incluso por una especialización de los circuitos judiciales: para los ilegalismos de bienes —para el robo—, los tribunales ordinarios y los castigos; para los ilegalismos de derechos —fraudes, evasiones fiscales, operaciones comerciales irregulares—, unas jurisdicciones especiales, con transacciones, componendas, multas atenuadas, etc.

La burguesía se ha reservado la esfera fecunda del ilegalismo de los derechos.”

 

Vigilar y Castigar”, Michel Foucault

 

Las discusión dialéctica es predecible en el apogeo de las crisis de nuestro país cuando deviene en robos y saqueos: si es por hambre o por otra forma de delito inexcusable –“el televisor plasma no se come”-, si es vandalismo organizado políticamente para incitar el caos y posteriores destituciones, o sicarios enviados por narcotraficantes que desafían la autoridad y al orden establecido, o que 1989, o que 2001, etc.

Para evitar futuras indignaciones, empezaremos aclarando que ningún robo individual o masivo es justificable ante la Justicia; sea por hambre o lo que sea. Así que, antes de otorgarle lógica a acciones ilícitas, pongámonos de acuerdo con que todo el peso de la Ley debe caer sobre estas prácticas.

En principio, podemos observar en el saqueo un acto criminal tradicional, pero llevado a cabo por un conjunto de sujetos emprendedores, a los que se suman oportunistas ante el desborde y la posibilidad de anonimato. Por ello en estos casos es difícil asegurar que todos los participantes de un atraco en masa hayan sido entrenados o experimentados hampones a sueldo.

De cualquier forma, para el observador y consumidor de medios, la sensación que deja es la de caos, falta de orden, anarquía, etc.

Pero dejemos a los profesionales mediáticos que abundan las hipótesis conspirativas políticas que tanto se apreciaron en diarios y televisión.

 

La delincuencia, a la vanguardia de las nuevas tendencias

 

Cierto es que hay problemas de alimentación y vivienda, no obstante, es excepcional el robo de ladrillos, frutas, verduras y gallinas.

Hace tiempo que dejamos de vivir en una economía de necesidades básicas y materias primas; de hecho, este mercado es ínfimo en comparación y está en decadencia en relación al comercio de elementos manufacturados “de lujo” y de procesos complejos, agregados de valor. De automóviles, celulares, computadoras, etc., y sus miles de componentes; ya no como objetos prácticos para la vida, sino relacionados con la experiencia subjetiva, con el diseño, la personalidad, el estilo de vida, en definitiva, la construcción de subjetividad e identidad.

El robo, el saqueo, el crimen, ocurren armónicamente a estos fenómenos culturales, económicos y políticos relacionados con el progreso.

La obtención bestial y forzada de objetos de consumo como televisores de plasma, celulares y otros electrodomésticos inútiles para la subsistencia, sólo es posible en una sociedad tecnócrata arrasada por el progreso y las nuevas tecnologías, que abrió sus puertas al consumo y al mercado internacional desordenadamente, cuando aún había bocas que alimentar, y riquezas por aprender a distribuir, sin tener asegurado para la mayoría de la población los servicios básicos.

Sociedad que sin organización se “liberalizó”, globalizó, materializó y priorizó el objeto sobre el sujeto: que fue bombardeada por la propaganda y la publicidad de objetos efímeros cuando aún el techo y la comida parecían para muchos un lujo.

 

"La publicidad manda a consumir

y la economía lo prohíbe"

 

Se supone que el delito por excelencia en la historia es por obtener alimento, pero en la complejización de esta sociedad, la subsistencia depende también de objetos de consumo superfluos, hoy tan valiosos para la psiquis como comer y dormir.

Los nuevos instintos del hombre, consisten en tener o mantener a cualquier precio un estilo de vida mediante bienes y servicios banales.

Es lógico suponer que el establecimiento de una sociedad de normas y restricciones surja de la suposición de detener el egoísmo humano, por ejemplo la protección de propiedad privada. Pero actualmente, también es un poco al revés: un acto delictivo, egoísta por antonomasia, surge de los efectos colaterales de una cultura individualista y consumista –más allá del carácter político de turno- y al mismo tiempo de normas y restricciones que prohíben pero no educan.

Aunque la Ley lo prohíba, la “realidad” enseña e incita a la expropiación. "La publicidad manda a consumir y la economía lo prohíbe", dice Eduardo Galeano.

Día a día aprendemos que la vida en sí misma no tiene ningún sentido y obtener cosas es vital, llegado al extremo de violentar al prójimo para obtenerlos, acabando con su vida si es necesario.

Y este accionar surge posteriormente al sistema establecido, es una complejización de la delincuencia a causa de la cultura y orden social imperante.

 

Lo bárbaro en lo civilizado

 

Estos hechos sólo pueden desarrollarse, precisamente, en sociedades capitalistas periféricas como la nuestra (en especial los centros neurálgicos de Argentina, las metrópolis cosmopolitas donde la población y el trabajo se concentran), que se caracterizan por la diversificación de su consumo, la masificación, la uniformidad de su cultura, el crecimiento amorfo de sus ciudades y sus respectivos basurales, y al mismo tiempo, la expansión de la miseria, la condena a la impotencia, y a la evasiva mediante narcóticos.

Ciudades donde se propagan como la peste los supermercados, centros comerciales, shoppings y casinos; grandes focos de confluencia que aglomera individuos y objetos de consumo, necesarios como el aire para la vida en sociedad, pero vedados para la mayoría.

No puede explicarse hechos ilegales contra la propiedad privada como brotes “barbáricos”, o brotes “anárquicos” aislados del mundo, productos de cierta escoria humana que habita en las sombras; simplificando la cuestión, evitando el razonamiento y la investigación.

Conductas semejantes, como el caso de saqueos en particular, y otras violentas y delictivas de cualquier orden en general, se debe buscar su génesis en el marco de la cultura actual, pobre y consumista, efímera y artificial, infeliz e insatisfecha, y no en voluntades aisladas y malignas de orden evangélico, razonamiento arcaico que cree en la semilla del mal.

Predomina lamentablemente una antigua cosmovisión, al estilo bíblico: un mundo dónde reinan las fuerzas del bien y del mal, claramente diferenciables. Esto no es así. Las fronteras no son tan claras. 

Lo criminal y lo salvaje no siempre es lo contrario de lo que consideramos civilizado, actualmente es la máxima expresión de la sociedad civil presente.

 

Bruno del Barro

(Escrito a propósito de una serie de saqueos a fines del 2012 en Rosario y en otras ciudades de Argentina)

 

 

 

 

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