Delito condenable y delito de cuello blanco

 Ya los nenes, esponjas de información, comienzan a robar y no sólo a robar, sino también a matar precozmente. Parecen no tener ningún tipo de consideración entre el bien y el mal y a primera vista concluimos que a estos pequeños diablillos no les importa absolutamente nada en la vida. Nada es lo que tienen, nada es lo que tendrán, ni adentro ni afuera; ni ideales ni valores, ni cosas con valor en los bolsillos, ni casa con cosas, ni casa.

Uno de los pocos detalles del mundo en que se mueven que quizás sí les es posible discernir a través de sus enormes ojos, es que quienes importan, casualmente, tienen. Un conocimiento casi esencial de la efectiva educación gratuita y obligatoria: la tele y la calle nos enseña y la vida, día a día, lo demuestra.

A veces esta formación es equilibrada por aquellos valores que brindan el entorno y la familia. Más tarde es cuando se incluye la educación formal y pública, que de nada sirve si no es auxiliada y respaldada por la primera. Este primer ladrillo instructivo para la persona es clave, independiente e inflexible.

De darse el caso en que un individuo fuera lanzado a este mundo sin ningún tipo orientación, a verlo y a sentirlo con ojos vírgenes, a la libre interpretación visual y sensitiva de él, sin un sostén espiritual totalmente abstracto y filosófico que se nos brinda en la infancia; nos encontraríamos con una personalidad nefasta. Este sujeto, por ejemplo, percibiría a la violencia cómo un método lógico para alcanzar un objetivo; no tendría ningún respeto por el orden y las leyes establecidas, instituciones u organizaciones y demostraría un total desinterés por el bienestar y la salud de sí mismo y del prójimo; todo esto, claro, viendo la película de la vida sin censura ni estructura.

 

En definitiva, el mundo no ayuda

 

El mundo real que vemos y tocamos, se encuentra en pugna constante con los buenos valores que sentimos y creemos ciertos, que muchas veces no encuentran incentivo o razón de ser en nuestra vida diaria. ¿Cuántas veces nos vimos frente a situaciones cotidianas y presumiblemente injustas que hicieron temblar nuestro sano juicio al punto límite de cometer un acto demencial? Ahora bien, imaginen el caso de no tener ningún tipo de razonamiento, ningún equilibrio psíquico, ninguna estabilidad económica… Vemos a diario y en los diarios las consecuencias.

Aquellas personas que viven en situación de pobreza y a la vez pertenecientes a una clase trabajadora y honesta, que prefiere no delinquir, no parece corresponder a un producto de la sociedad, sino a una salvedad de ella, a una suerte de valores familiares excepcionales.

Eduardo Galeano explica cómo "en los tiempos de la sociedad industrial europea del siglo XIX, la justicia actuaba al servicio del sistema productivo que se desarrollaba: la policía castigaba a los vagos y a quienes encontraban en las calles y a fuerza de golpes de bayoneta, los metían en las fábricas. Así fue como Europa proletarizó el empleo, hasta entonces campesino, y pudo imponer, en sus pujantes ciudades, la disciplina del trabajo."

Actualmente, ¿cómo es posible imponer la disciplina de la desocupación? ¿Qué medidas legales se pueden tomar para contener a las crecientes multitudes que no tienen, ni tendrán, empleo?

Sin equilibrio emocional, no hay norma jurídica que valga, ni sociedad que pueda contener y aislar a sus inadaptados como medida preventiva. De nada sirve un decreto que nos obligue a no actuar de manera incorrecta, si desde que nos levantamos hasta que nos acostamos estamos incitados a ello. De nada sirve una ley que nos amenace con una condena, por ejemplo, por homicidio, pues, si matar es una opción, es ínfima la importancia que podemos tener sobre la comunidad en que vivimos y nuestro destino en ella: da igual vivir o morir o vivir encerrado, la vida nos enseña a que la vida no vale ni un mísero centavo; aunque sí vale la ropa y las zapatillas que tenga ese pedazo de carne.

 

Muerto el perro se acabó la rabia

 

Llama la atención como gran parte de la ciudadanía estaría de acuerdo con un aniquilamiento masivo de la población descarriada. Es esta la mejor forma, de hecho, de incrementarla y perpetuar el efecto dominó del trauma social de una generación a otra o de un grupo social a otro, sin nunca lograr la total destrucción del supuesto germen de la delincuencia y la violencia.

En el viejo programa de televisión Policías en Acción un muchacho habla de su amigo, que tiene a su lado:

-El –refiriéndose a su amigo- estuvo en colegios, internado, en todos lados, madre sustituta tuvo, todo…

-Yo… –prosigue el muchacho en cuestión- me mataron a mi vieja y bueno, estuve con psicóloga encima y bueno… tuve problemas psicológicos…

-¿Este tipo de situaciones –entrevistador- puede llevar a que un chico empiece a cometer delitos de tan chiquito?

-Sí…

-Vos cuando te sentís mal así –otro chico-, que tu papa te maltrata, vas a salir a robar, te sacas la bronca con la gente…

 

De Cuello Blanco

 

A propósito del programa Policías en Acción, alguien llamado Nicolás deja su opinión del programa, en tono irónico, en la página Web donde se pueden ver los capítulos ya emitidos:

“¡Qué buen programa! Gracias por informarnos que los villeros y los jóvenes son los peores delincuentes. Ni banqueros ni empresarios (sobre todo periodísticos) ni nadie de clase media o clase alta está involucrado en el narcotráfico, el tráfico de armas, el robo a gran escala. Gracias por hacer que odiemos a los villeros y a los jóvenes.”

 

Puede que algo de razón tenga este sujeto. Algo de racismo habrá por ahí. Pues resulta injusto sólo dar espacio a aquellos delincuentes fracasados, esos arrebatadores azarosos que roban unas cuantas veces e indefectiblemente acaban presos o muertos. Más bien merecen un castigo por pésimos criminales.

 

¿Cómo es posible, si es que se habla de que la delincuencia reina en las calles, que sus reyes sean pobres? ¿Cómo es posible que ellos, que son la imagen de la delincuencia, de la vida fácil, terminen casi siempre presos o muertos? No parece la vida de unos verdaderos monarcas, si es que supuestamente son los soberanos de las calles de nuestras ciudades.

Aquel que mata o roba, menor o adulto, debe llevar una vida fugitiva, prófugo eterno de las autoridades, por más que sea liberado y continúe robando, eventualmente acaba encerrado o acribillado por sus enemigos o la policía. Es insólito que tengan una vida larga y plena. Estos son los delincuentes fracasados. Que de la única manera en que pueden obtener algo es por medio de la violencia y por métodos caseros que terminan por destruir su imagen pública. Estos son los delincuentes ignorantes, que nacen pobres y mueren pobres, por el peso de su propia ineficiencia como facinerosos.

De algo parecido habla en una entrevista para La Capital, Alfredo Pérez Galimberti, defensor jefe de la provincia de Chubut. Es adjunto del defensor general de la provincia y conoció la máquina de juzgar desde distintos engranajes: fue fiscal, juez de Instrucción y de Sentencia.

—“El delito que molesta a la sociedad es el delito grosero: el homicidio, el abuso sexual, el robo. Pero también existe el delito de cuello blanco. Si yo vendo zapatos y logro abaratar mi producto aunque sea ilícito, otros van a hacer lo mismo para no perder la posición en el mercado. Porque así es el mundo de los negocios, aunque seamos padres de familia correctos.”

—“Pero esto no es percibido como delito.”

—“Eso es percibido como una conducta comercial incluso lícita y razonable. La criminología en un momento se empezó a preguntar quién hace las leyes: los que juegan al golf con los bancarios. Y los jueces que las aplican están también ahí. La ley está hecha para que no se cumpla: es más fácil perseguir a los pobres que a la criminalidad organizada y los mercados del delito. En Argentina hace diez años que tenemos una ley de lavado de dinero y no hay una sola condena. En muchos años no tuvimos una sola condena por evasión impositiva. La enorme masa de dinero que es detraída del Estado, que podría operar sobre ella para brindar seguridad social, desaparece. Esta mala junta entre el dinero y el poder que detrae dineros en beneficio de unos pocos genera exclusión y desigualdad social. Por eso no se debe pensar la seguridad como una cosa autónoma y desconectada del problema de exclusión. Queremos un sistema penal más eficiente, pero esto no debe traducirse —como en Chile— en el doble de encarcelamiento. Queremos más transparencia, pero no acentuar la selectividad ni que el sistema penal se convierta en la panacea porque no resuelve los problemas sociales.”

 

¿Cuándo el delito es delito, entonces? Diariamente, se vende y compra violencia como pan caliente en el mundo del entretenimiento; la competitividad salvaje forma parte habitual del ámbito laboral y en nuestros momentos de ocio brilla por su ausencia la consciencia social.

¿Es posible suponer la existencia de un mal congénito y la destrucción del mismo? Naturaleza no es lo mismo que comportamiento adquirido en sociedad, de hecho, es lo contrario.

¿Cuándo, entonces, una acción es declarada ilícita o inmoral? La violencia de la televisión, la competitividad de los negocios, el materialismo de la gente, el abandono que sufrimos por los mandatarios, la falta de valores en la familia, la marginalidad social se expanden con total naturalidad.

¿No será la falta de imaginación y de capital para cometer una maldad, el pecado verdadero y merecedor de castigo?

 

Bruno del Barro 

18/11/09

 

Escribir comentario

Comentarios: 0