Cultura Popular

Todo se lo diste al Papa, así que todo, ahora, está en poder del Papa, y no nos vengas ya con nada, no nos estorbes siquiera por algún tiempo”. (Cardenal a Jesucristo en “Los Hermanos Karamasov”, de Fiodor Dostoievski)

 

Es probable que cualquier médico residente, psicólogo, maestro o pequeño militante que haya trabajado en barrios humildes, en unos pocos días, haya hecho más por los pobres, en los hechos, que casi todos los papas de la historia juntos y demás ídolos espirituales que jamás conoceremos fuera del televisor, revistas y estampitas.

El distanciamiento físico favorece el ensanchamiento de la devoción popular por el ídolo, cualquiera sea este.

Esa figura simbólica que encabeza un Vaticano, entidad de autoproclamados representantes del más allá y que el grueso de sus fanáticos verá sólo en la tele, brinda tanta dicha y prosperidad del mismo modo en que puede ayudar económica y espiritualmente los goles de Messi.

 

La necesidad de pastor y rebaño

 Hace ya algunas décadas se han planteado grandes interrogantes (que acaban sin respuesta o en paradojas) de la humanidad. ¿Es posible ser libre pensador y al mismo tiempo ser feliz compartiendo con toda una comunidad tradiciones, ídolos y creencias que la mantienen unida pero a la vez sujetas a la ignorancia?

 En un encuentro hipotético entre un inquisidor católico del siglo XVI y Jesucristo, el escritor ruso Dostoievski imagina la conversación y los dichos del principal Cardenal inquisidor al Mesías:

Todo se lo diste al Papa, así que todo, ahora, está en poder del Papa, y no nos vengas ya con nada, no nos estorbes siquiera por algún tiempo (…) Todo cuanto de nuevo anunciases iría contra la libertad de creencia de la gente, porque aparecería como un milagro, y la libertad de creer en Tí era más preciada hace mil años y medio. ¿No decías tú entonces a menudo: `Quiero hacerlos libres…´? Pues he aquí que Tú ahora asombrarías a esa libre gente (…) Pero nosotros hemos puesto, finalmente remate a este asunto en tu nombre. Quince siglos nos hemos estado atormentando por esa libertad; pero ahora ya todo está terminado y bien terminado (…) Pues has de saber que ahora, ahora precisamente, esa gente está más convencida que nunca de que es enteramente libre y, sin embargo, ellos mismo nos han traído su libertad y sumisamente la han puesto a nuestros pies. Eso hemos hecho nosotros”.

Este inquisidor ficticio representante de toda una época en la historia de occidente insinúa que Jesús ha sobrestimado al hombre, considerando que puede autogobernarse, ser libre e independiente. Pero la institución católica ha corregido este error. Ha unido a los hombres en base a una moral común que conquistó el mundo occidental mediante la espada y el castigo terrenal primero; y luego tomando las riendas de la educación y salpicando a la política con su Verdad, regulando la ignorancia de los pueblos, estableciendo lo correcto y lo incorrecto a través del premio y el castigo, el cielo y el infierno, ahorrandonos el enorme esfuerzo de pensar y establecer una moral por nosotros mismos (esa libertad que Jesús pretendía según Dostoievski); para que cada hombre nazca con la posibilidad de ser feliz formando parte de un rebaño sojuzgado en base a creencias, tradiciones, instituciones, e ídolos preestablecidos a los cuales adorar, y poder dormir en paz si cumplimos las reglas de esta moral heredada que hoy en día subsiste adaptándose a nuevas circunstancias.

 “Hemos justificado tu proeza –continúa el Cardenal- y la hemos basado en el milagro, el secreto y la autoridad. Y la gente alegróse de verse nuevamente conducidas como un rebaño y de que le hubiesen quitado por fin de sobre el corazón un don tan tremendo que tantos tormentos les acarreaba”, y con este “peso” el autor ruso se refiere a la libertad de pensar por uno mismo.

El filólogo y filósofo Friedrich Nietzsche dice que “una breve visita al manicomio nos enseña con suficiente claridad que la fe en ciertas circunstancias hace felices a los hombres; que la felicidad no convierte una idea fija en una idea verdadera; que la fe no transporta montañas, sino que coloca montañas donde no las hay.”

Nuevos símbolos, creencias y entretenimientos nos contienen en un ámbito psicológicamente seguro, necesitados de estas verdades absolutas y compartidas por una comunidad, que no se atreve a cuestionarla, por temor a crisis existenciales propias de una mentalidad independiente que además correría el riesgo de ser condenada socialmente por el hombre común.

 Dice finalmente el viejo Cardenal inquisidor a Jesucristo resucitado: “nosotros aceptamos Roma y la espada del Cesar y nos declaramos emperadores de la Tierra (…) lograremos nuestro fin y seremos césares, y entonces pensaremos ya en la universal felicidad de los hombres”; Jesús había negado esta tarea y podría haber “realizado cuanto el hombre busca en la Tierra, a saber: a quién adorar, a quién confiar su conciencia y el modo de unirse todos, finalmente, en un común y concorde hormiguero, porque el ansia de la unión universal es el tormento del hombre. Siempre la Humanidad, en su conjunto, afanóse por estructurarse de un modo universal (…) Si hubieras aceptado el mundo y la púrpura de César, habrías fundado el imperio universal y dado la paz al mundo. Porque ¿quién ha de dominar a las gentes sino aquellos que dominan sus conciencias y tienen en sus manos el pan?”

La unión de un país o una comunidad vale a cualquier precio, sea por una causa justa o no, por la “pasión” que genera un deporte, o una banda de rock, o cualquier acto masivo, político, religioso o bélico. Muy frescas están en nuestras mentes las extremas experiencias de la unificación nacional por la guerra y el deporte, máximas expresiones de la Patria en los últimos tiempos de la Historia.

Intrínsecamente el fervor masivo es muestra de felicidad, comunión y algarabía, y este estado anímico generalizado justifica en sí mismo los medios que lo generaron.

Dualidad histórica

 

Como ejemplo paradigmático de dualismo, según los caprichos de las experiencias personales, la ideología o la conveniencia; la enorme figura de Perón fue catalogada desde “socialista” hasta “fascista”; y así fue que surgieron interpretaciones dogmáticas en la población que la dividió hasta los extremos de violencia en los años 70; y que continúa hasta el presente tomando nueva forma.

Una tendencia en nuestra cultura es la de tomar una postura imperativa, categórica; antes de estudiar la cuestión a fondo; dudar es un pecado y síntoma de ignorancia, no de raciocinio prudente; nuestros medios de comunicación y la vida cotidiana lo demuestran.

Actualmente, se ha establecido una nueva discusión dicotómica simplista: kirchnerismo-antikirchnerismo, dónde el rol mediático es determinante –como desde hace décadas y que constituye un poder en sí mismo-, tanto que no deja de acusarse al “bando” contrario como manipulador de masas a través del medio de comunicación que a él supone responder; es así que alguien que destaque o denigre un acto de gobierno, el contra-argumento es que este no piensa por sí mismo y sólo hace caso al medio de comunicación correspondiente a ese poder; ambos llamados monopólicos entre sí.

 Cualquier postura intermedia puede ser acusada precisamente de no tomar partido en los hechos fundamentales de su país, cuando difamar y calumniar parece ser en nuestros días una forma adecuada de argumentar.

Y la batalla se gana del mismo modo demostrando, como en el folklore de los estadios de fútbol o el rating de la televisión: quién es más popular, qué acto oficial o espontáneo es más multitudinario, cuál de ambas posturas superfluas representa a la nación.

Dialéctica que se remonta desde tiempos antiguos y la historia oficial argentina reduce en colonialistas-independentistas, federales-unitarios, civilizados-barbáricos, peronistas-antiperonistas, liberales-proteccionistas, capitalistas-comunistas… y su infinidad de sinónimos informales que enaltecen a uno y degradan al otro.

 Uno de los más importantes autores de la Teoría de la Comunicación, Paul Watzlawick, indica que “la historia de la humanidad enseña que apenas hay otra idea más `asesina´ y despótica que el delirio de una realidad `real´ con todas las consecuencias que se derivan con implacable rigor lógico de este delirante punto de partida. La capacidad de vivir con verdades relativas, con preguntas para las que no hay respuestas, con la sabiduría de no saber nada y con las paradójicas incertidumbres de la existencia, todo esto puede ser la esencia de la madurez humana y de la consiguiente tolerancia frente a los demás. Donde esta capacidad falta, nos entregaremos de nuevo, sin saberlo, al mundo del inquisidor general (de Dostoievski) y viviremos la vida de rebaños, oscura e irresponsable, sólo de vez en cuando con la respiración aquejada por el humo acre de la hoguera de algún magnífico acto de fe o por el de las chimeneas de los hornos crematorios de algún campo de exterminio.”

La doctrina de la igualdad

 

¿Cómo se puede nacer en un mundo sabiendo ya, más o menos, los caminos correctos a seguir? ¿No es que cada hombre es un mundo?

¿Por qué a tanta gente le gusta lo mismo? ¿Porque comparte una cultura o porque es víctimas de los apuntaladores de gustos e ideologías?

Según Nietzsche “el veneno de la doctrina de la igualdad de derechos para todos difundido por el cristianismo; partiendo de los rincones más ocultos de los malos instintos, ha movido una guerra mortal a todo sentimiento de respeto y de distancia entre hombres, es decir, a la premisa de toda elevación, de todo aumento de cultura (…) La aristocracia de la mentalidad fue la más subterráneamente minada por la mentira de la igualdad de las almas, y si la creencia en el privilegio de la mayoría hace revoluciones y las seguirá haciendo, el cristianismo y las valoraciones cristiana son, no se deduce, las que convierten en sangre y delitos toda revolución”.

El pensador alemán hace esta interpretación del Viejo Testamento: “El viejo Dios advierte que cometió un tremendo error. El hombre mismo se ha convertido en su mayor error. Dios se ha creado un rival; la ciencia nos hace iguales a Dios; ¡cuando el hombre se hace sabio han terminado los sacerdotes y los dioses! Moraleja: la ciencia es lo único vedado. La ciencia es el primer pecado, el pecado original. Sólo eso es la moral. Tú no debes conocer: todo lo demás se sigue de aquí. ¿Cómo defenderse de la ciencia? Respuesta: ¡Hay que arrojar al hombre del Paraíso! La felicidad, el ocio, conducen a pensar; todos los pensamientos son malos pensamientos. El hombre no debe pensar….”

 Y nuestro viejo intelectual José Ingenieros proclama que “todos los enemigos de la diferenciación vienen a serlo del progreso; es natural, por ende, que consideren la originalidad como un defecto imperdonable”.

Inverosímil y milagroso sería el día en que el Papa o cualquier líder salga a su balcón y diga: ¿qué tanto me escuchan a mí, como si fuese un pastor y ustedes borregos descerebrados? ¡Busquen dentro de sí la felicidad y la libertad! ¡Estudien, lean, descubran por ustedes mismos! ¡No acepten en oferta la primera Verdad Absoluta en una cajita con moño que les quieran vender! 

La real pereza

 

A costa de sostener precariamente formas ambiguas de igualdad y armonía entre los hombres, es necesaria la contención de instintos y pasiones y la orientación de nuestras capacidades cognoscitivas hacia fines “útiles” o “importantes” según el orden imperante. Desalentando y ocultando los beneficios de los intentos de elevar el espíritu y alejarse de la mediocridad. Conformarse con “muy poco” o mejor dicho conformarse con convenciones sociales, estilos de vida vulgares, sin elegir entre varios, apropiándose directamente de lo ya legitimado y aceptado culturalmente.

La “ociosidad” está mal vista; pero un hombre ocupado y estúpido no.

La rutina, síntesis de todos los renunciamientos, es el hábito de renunciar a pensar”, asegura Ingenieros.

La verdadera holgazanería consiste en no buscar en los sitios más recónditos de la historia cultural y artística del hombre para formar nuestros gustos y opiniones personales.

Simplemente somos peronistas o no. Nos gusta los Beatles o Rolling Stones. O Central o Newell, o Boca o River. O retrógradas o subversivos; o conservadores o progresistas; o izquierdas o derechas… a esto se lo considera pensar, tomar postura, a esto se lo llama también pasión, o patriotismo. Abundan estas lógicas bivalentes para formar opinión y pobres silogismos para entender la vida.

Esta es la real pereza, considerar que entre lo mal llamado “popular” se puede encontrar una síntesis de todo. Creer que hay cosas importantes para saber y otras que no. Y que esas cosas importantes son las que están a la vista de cualquiera y en boca de todos. O creer que los medios hacen un verdadero resumen de todo lo que es necesario saber.

Estos pueden ser algunas de las circunstancias actuales y patrones de comportamiento históricos objetables que empobrecen realmente un Pueblo.

 

Bruno del Barro

2013

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