El Ocio Perdido

 Desde los tiempos modernos hemos tenido la convicción de que el trabajo, el esfuerzo, el ocupar el tiempo en actividades productivas para ganarse la vida y comodidad, fue y es el motor de la Historia. La realidad es exactamente la contraria. El tiempo libre, el ocio, liberarse de las ocupaciones intrascendentes y monótonas fue el combustible y la materia prima del hombre civilizado para crear las ciencias y las artes actuales.

Nos debemos remontar al hombre de la grecia clásica. A la vieja Atenas. Imposible hubiera sido el desarrollo de la inteligencia, si el griego no se hubiera liberado del trabajo agotador y hubiera descubierto la vida social, y al aire libre. Nada de lo bueno que heredamos de ellos existiría. Nada de lo que catapultó al hombre a los goces más puros del arte, la literatura y la historia. Para empezar no tendríamos Historia. No estaríamos hablando de un legado cultural inmenso, si aquel hubiera tenido que trabajar 8 horas o más.

“En Grecia se pudo llevar una vida activa con mucho menos alimento que el que se necesita en los climas más rigurosos; pero, además, el hombre griego podía pasarse y se pasaba la mayor parte de sus horas de ocio fuera de su casa. Esto significaba que tenía más tiempo libre; no necesitaba trabajar par comprar sillones y carbón. (...) El ocio que disfrutaban los atenienses suele atribuirse popularmente a la existencia de la esclavitud. La esclavitud tenía algo que ver con ello, pero no tanto como el hecho de que los griegos pudieron prescindir de las tres cuartas partes de las cosas cuya obtención nos quita tiempo.

De esta manera, al emplear fuera de su casa el ocio que en buena parte había obtenido gracias a esa facilidad de prescindir de tantas superficialidades que nosotros juzgamos necesarias, o las consideramos así, el griego, ya en la ciudad o en la villa, logró afinar su ingenio y depurar sus formas de convivencia mediante la asidua comunicación con el prójimo. Pocos pueblos han sido tan plenamente sociables. La conversación era para el griego el aliento vital -y lo es todavía, si bien menoscabado por la persistente inclinación a la lectura de los periódicos-. ¿Qué sociedad sino Atenas pudo haber producido una figura como Sócrates, el hombre que cambió la corriente del pensamiento humano sin escribir una palabra, sin predicar una doctrina, simplemente conversando en las calles de la ciudad? (...) ¿En qué otra sociedad se advierte tan poco la diferencia entre el hombre cultivado y el que no lo es, entre quienes poseen buen gusto y el vulgar? La verdadera educación del ateniense y de muchos otros griegos era impartida en los lugares de reunión: en las horas de charla en la plaza del mercado, en el peristilo o en el gimnasio, en las asambleas políticas, en el teatro, en los recitales públicos de Homero, y en las celebraciones y procesiones religiosas.” (1)

 La educación y el arte impartido o compartido entre paredes, y además pago, resultaría un insulto para el griego clásico. Aquella cultura de la que nos sabemos herederos, pero que desconocemos las condiciones (desde climáticas hasta sociales) que dieron posibilidad a semejante desarrollo de las ciencias y la creatividad, o la inteligencia en general.

Estas condiciones son, el tiempo libre, desligarse de las obligaciones cotidianas, para “socializar” -una palabra que indicaba aprender y educarse-; y además al aire libre, en el exterior, en las “calles”, en el ágora, en las plazas y bosques. Exactamente lo contrario al ideario y valores que brindan las condiciones actuales. El tiempo está subdividido en partes infinitesimales entre trabajo y entretenimiento, casi siempre encerrados, erradicado de nuestras vidas aquel “ocio creativo”. Pues el tiempo siempre es “productivo”: si acaso estamos descansando un fin de semana, ya sea solos, con amigos, pareja o familia, es para “recargar” energías para volver a la Actividad con mayúscula.

“Por liberales que pudiesen ser los instintos políticos del ateniense, su democracia no se hubiese desarrollado como lo hizo -ni tampoco su drama- si hubiesen sido necesarios un techo y unas paredes. Dentro de nuestras condiciones sociales que promueven la reclusión y el individualismo y exigen gastos para frecuentar cursos de enseñanza o espectáculos, la existencia de la gente acomodada debe ser potencialmente más rica que la del pobre (…). En Atenas la vida pública, con su sabia estructura, era accesible a todos porque estaba expuesta al aire y al sol.” (1)

Es irónico por lo menos, pensar que la cultura occidental, la de las ciencias y enormes progresos, otra sería, si las antiguas civilizaciones que la antecedieron, no hubieran tenido extensos espacios de tiempo dedicados exclusivamente al ocio, que nada se parece al tiempo libre en la actualidad.

En palabras de los catedráticos Santiago Segura Munguía y Manuel Cuenca Cabeza, de su trabajo El Ocio en la Grecia Clásica “…no es fácilmente entendible el nacimiento y apogeo de la filosofía y de las ciencias, en la civilización grecorromana, sin la existencia de un numeroso grupo de ciudadanos, denominados libres, que se vieron excluidos de los trabajos embrutecedores y pudieron dedicarse a la teoría y la contemplación."
Y creería menester resaltar que la poesía épica, el teatro, la historia y el drama, la filosofía en sus distintas ramas, desde la metafísica hasta la economía política, la matemática y muchas ciencias naturales, son sólo algunas de las cosas que tuvieron su origen en la Grecia Clásica.

El ocio durante muchos siglos gozó de buen crédito y fama. Recién en la entrada a la época moderna donde se expandió el comercio que acariciaba un nuevo continente de riquezas en bruto, cuando la esclavitud renació y se revalorizó, solventando la máquina a vapor, auspiciando la primera revolución industrial europea, dando un salto cuantitativo de sus afanes materiales. Dando lugar más tarde -por conveniencia burguesa- al “trabajador libre”, esas grandes multitudes que se arrastran hasta las fábricas para vender su fuerza de trabajo.

El ocio debía ser erradicado. La propaganda estatal y religiosa se haría cargo de los cambios educativos.

La idea del ocio subsistió, en una u otra forma, hasta fines de la Edad Media. Más tarde, la expansión del capitalismo precisó una mentalidad que revalorizara el trabajo. La ética protestante logró trasmutar la condena bíblica `Ganarás el pan con el sudor de tu frente´, en bendición. En la nueva moral, el ocio fue un contravalor. Para la burguesía protestante no hubo mayor pecado que perder el tiempo. También en el siglo XVIII, Benjamín Franklin advertía, en sus Consejos a un joven comerciante, que `el tiempo es oro; siempre debes mantenerte ocupado en algo útil y suprimir todas las acciones innecesarias´ (2).

Algo así fue en resumidas cuentas, la destrucción y desvalorización del ocio -que tanto bien hizo en otros tiempos- hasta llegar a nuestra época, en que mirar cuatro horas una ventana es poco menos que estúpido, mientras hacer lo mismo frente a una máquina, una pantalla, o un tragamonedas es una ocupación o pasatiempo regular y aceptable.

“Cuanto más se ha asimilado el trabajo intelectual a la actividad industrial prepotente, falta de tradición y de buen gusto, y cuanto mayor ha sido el celo con que la ciencia y la escuela se han esforzado por arrebatarnos la libertad y la personalidad y por meternos desde la más tierna infancia en una situación de trajín forzoso y sin una pausa de respiro (una situación considerada ideal), tanto más se ha producido una decadencia, un descrédito y una falta de ejercicio de la ociocidad, junto a otras artes pasadas de moda.” (3)

 

Bruno del Barro 

 

17/07/14

 

 

 

(1) “Los griegos”, H. D. F. Kitto (Profesor británico de griego)

 

(2) “Esclavos del ocio”, Osvaldo Baigorria (escritor, periodista y docente argentino)

 

(3) “El arte del ocio”, Hermann Hesse (escritor alemán, premio Novel de literatura)

Escribir comentario

Comentarios: 0