"La juventud está perdida"

       (Sociedad disciplinada vs. Sociedad Libertina)

 “Lo que falta es disciplina”, dicen adultos indignados ante lo que consideran una juventud sin límites, amoral, irrespetuosa. “¿Quién les enseñó valores y respeto por lo ajeno?”, se quejan vecinos lindantes a boliches mientras limpian los restos de alcohol, vómito, meadas y recurrentemente sangre. “¿Dónde están los padres?”

El hombre y la mujer madura deducen ante algunos hechos, no sin cierta nostalgia e incertidumbre, que la juventud ya no es lo que era, que antes había “valores”, respeto, sacrificio..., dando por sentado que en su abnegada edad de oro se cumplían con estas normas sociales que ahora rememoran abatidos.

Que haya cambios no es la novedad (todo cambia sin retorno), ni tampoco que estos puedan parecer negativos en algún sentido, pero las razones son menos evidentes de lo que la experiencia personal nos dice.

Se acusa, por ejemplo, a tutores de no poner límites, a los maestros de no poner voluntad, y a los dirigentes en general de negligencia, corrupción y abandono institucional.

Pero será necesario abrir el panorama para observar un amplio abanico de factores que aquí no alcanzaremos a enumerar.

Para comenzar, diremos que en cada época rigen determinados “dispositivos de poder” y ciertas “formas de ser” que hacen a los contextos en los cuales vivimos, hablamos y pensamos (1). Por lo cual, la lógica de una transformación juvenil y del hombre social en general tiene también su explicación en los nuevos dispositivos formativos que compiten con los antiguos.

 

 Juventud disciplinada vs. Juventud descontrolada

 Algunos nostálgico exigen el retorno inmediato del rigor, ante una sociedad desbarrancada y anárquica, pero lo que no se alcanza a observar es que aquella disciplina de antaño no se corresponde con los nuevos intereses y discursos dominantes.

 En generaciones anteriores eran necesarios hombres comedidos, productivos, ahorrativos, militarizados para ciertas circunstancias, atravesados por discursos patrióticos en pos del progreso en el sentido más pragmático, para la construcción de un Estado-nación sólido y pujante. “De esta manera, las sociedades industriales (también la atrasada Argentina) desarrollaron toda una serie de dispositivos destinados a modelar cuerpos y las subjetividades de sus ciudadanos. Son las técnicas disciplinarias, rigurosamente aplicadas en las diversas instituciones de encierro que componían el tejido social: escuelas, fábricas, hospitales, prisiones, cuarteles, asilos. Las sociedades industriales dieron a luz cuerpos sumisos pero productivos”. (1) (2)

 

Actualmente y desde hace tiempo en Argentina y el mundo se sumaron dispositivos que implementaron, aún sin saberlo, nuevos valores y actitudes ante la existencia, coincidentes a la globalización y digitalización que dominaron nuestros espacios cotidianos.

 La mesura del hombre productivo y ahorrativo circunscripto en valores de patria y familia, educado mediante el castigo y las amenazas de encierro, fue reemplazado por un ser más sencillo y sin pautas tan claras, excepto en una: las de forjarse como individuo a través de su potencial consumidor. Es allí donde recién comienza a emerger un sujeto en el mundo. No importa su lugar de origen, lengua, ideales, educación, valores, creencias o vocación. Ya que únicamente de esta nueva clase de individuos dependen las nuevas economías transnacionales que quebraron las fronteras de los estados-nación, las tradiciones y costumbrismos locales.

“En lugar de integrarse en una masa -como los ciudadanos de los Estados nacionales de la era industrial- el consumidor forma parte de diversas muestras, nichos de mercado, segmentos de público, `targets´, redes sociales y bancos de datos." (2)

  Antes, nuestra principal identificación era justamente el documento de identidad; ese documento detenta un número que ubica al individuo dentro de una comunidad; muestra una foto, una huella del dedo y una firma de puño y letra. Ahora, al sujeto de la sociedad contemporánea se le suman un sinnúmero de tarjetas de crédito y códigos de acceso. “Cada vez más, la identificación del consumidor pasa por su perfil: una serie de datos sobre su condición socioeconómica, sus hábitos y preferencias de consumo”. (2)  

  

 La eterna insatisfacción

 En épocas de disciplina no se invitaba a pensar, si este pensamiento no era productivo de algún modo. La consigna era obedecer según las obligaciones y caminos que un ser humano debía transitar por convención (no convicción).

Los sentimientos del niño eran reprimidos en pos de un adecuado comportamiento. Las rutas a seguir eran claras. Trabajar, estudiar, cumplir tareas del hogar, respeto al adulto y autoridad, compromisos familiares, buenos modales, civilización, militarización, integración ciudadana, identificación patriótica con el progreso, etc.

En cambio, el hombre contemporáneo, no requiere de reglas, mesura, autocontrol u objetivos claros en su vida. La clave es lo contrario: la eterna insatisfacción y desenfreno, el "vivir la vida al máximo"; que se traduce en la constante búsqueda (material, digital, geográfica y humana a través del consumo, del gasto) de sentido, a causa del aburrimiento y vacío existencial imperante.

Actualmente, la formación de un sujeto se amplió y hasta se distanció de las posibilidades pedagógicas limitadas de la familia y la escuela: la “universidad de la calle”, el mundo virtual donde vive el joven la mayoría del tiempo y se reparte con la vida real; la televisión, el cine, las telenovelas, las redes, las series, la propaganda y publicidad que reflejan una realidad distorsionada; y las formas de habitar el tiempo con el semejante, por ejemplo, a través de series populares de las que conversamos, o del mundo cibernético y los videojuegos cada vez más realistas, más emocionantes y en un ambiente seguro, compiten con las aventuras del predecible y mucho más peligroso mundo terrenal.

El joven mama de estas nuevas actividades y mal que bien aprende e incorpora valores y comportamientos que al adulto responsable le será arduo limitar, por más castrador que este sea.

“Asistimos a una `clausura´ de un espacio simbólico de pertenencia que ha sido la marca de constitución subjetiva durante la primera mitad del siglo XX. Ser argentino suponía tres cualidades: ser alfabetizado, ser ciudadano y tener trabajo. Nombraba a un sujeto anclado en un lazo social y filiado a una genealogía cultural. La impotencia instituyente habla de la caída no sólo de tres referentes o patrones de identidad sino de la propia autoridad simbólica, es decir, de discursos que interpelen, nombren, convoquen a los sujetos, les asignen un lugar en la trama social y los habiliten para la construcción de sus propios discursos. Estamos en presencia de un sujeto que se define a partir de sí mismo, un sujeto fragmentado. El Estado-nación mediante sus instituciones principales, la familia y la escuela, ha dejado de ser dispositivo fundante de la `moralidad´ del sujeto”. (3)

De todos modos, -es necesario destacarlo- la “inconsciencia” o falta de consciencia crítica y la pasividad ante los discursos y dispositivos formativos que en la historia construyeron al hombre social, parece ser el requisito y el patrón común de las dos épocas que simplificamos aquí para su rápida comprensión en la Vieja Juventud Disciplinada y Nueva Desenfrenada, Libertina o Consumista.

 

Daños Colaterales 

“El hombre confinado por las sólidas paredes de las instituciones disciplinarias, bajo la vigilancia de una mirada constante que lo somete a la norma, está cediendo lugar al hombre endeudado de la sociedad contemporánea. El consumidor -feliz poseedor de tarjetas bancarias, de crédito y débito, que ofrecen acceso a los más diversos bienes y servicios por medio de contraseñas en sistemas digitales- está condenado a la deuda perpetua. El antiguo sistema de encierro, disciplina y vigilancia, como la nueva modalidad de consumo desenfrenado y deuda ilimitada representan mecanismos de exclusión. La miseria de la mayoría de la población mundial parece ser una característica estructural del capitalismo, en todos los tiempos y lugares en que fue implementado. Si durante el apogeo industrial un gran contingente permanecía al margen del esquema disciplinario porque sus miembros eran `demasiados numerosos para el encierro´, ahora se revelan `demasiados pobres para la deuda´”. (2)(4)

Nada tiene de malo a primera vista observar a los adolescentes con sus nuevas “necesidades básicas”: comunicarse y entretenerse desde sus aparatos electrónicos y celulares de última; su ambición por los carros rápidos que reflejen personalidad y su exigencia por ropas que completen su identidad.

Pero si el sujeto humilde ya no puede constituirse a través de aquellos valores de unidad social intangibles, nobles y elevados, que trasmitían las viejas instituciones, ¿qué hacer con aquellos niños desarraigados, desapegados, apátridas y amorales, que poseen implantados deseos de consumir para “existir” y no tienen la oportunidad?

La marginación y la expulsión social existió siempre. Pero uno podía tener poco y ser alguien.

“Hoy en el contexto de la centralidad que ha cobrado el Mercado y la caída hegemónica de los Estado-nación, el suelo de constitución de los sujetos parece haberse alterado. Los chicos que viven en condiciones de expulsión social construyen su subjetividad en situación. Los ritos, las creencias, el “choreo” y el “faneo”, son territorios de fuerte constitución subjetiva.

La violencia es hoy una nueva forma de sociabilidad, un modo de estar `con´ los otros, o de buscar a los otros, una forma incluso de vivir la temporalidad.

La violencia se presenta como un modo de relación que aparece en condiciones de impotencia instituyente de la escuela y la familia, es decir en una época en que parecen haber perdido potencia enunciativa los discursos de autoridad y el saber de padres y maestros, que tuvieron la capacidad de interpelar, formar y educar en tiempos modernos”. (3)

 

Consciencia crítica

 Y por último, recordemos -donde esta tesis quiere hacer el principal énfasis-, que la obediencia y sumisión ante el orden de cosas establecido fue y es la constante de todos los tiempos en que se constituyó alguna forma de contrato social. Como toda constitución de las cosas tiende a su propia conservación, sería en vano y absurdo esperar de estas mismas instituciones las herramientas para poder analizarla, criticarla, modificarla.

Sea en épocas de esclavitud, disciplina, control, libertad, libertinaje o consumo, la crítica o mero cuestionamiento de los valores transmitidos por los mentados dispositivos, nunca fue más que una excepción, aún más en estos tiempos en que todo mensaje se diluye: en que se permite un descontrol controlado, una crítica de lo criticable, o formas de banalizar y frivolizar la crítica, y una fachada de libertad en los circuitos del consumo.

Mientras tanto, actitudes ante la vida pasivas, estúpidas, indiferentes, inorgánicas, patológicas, inescrupulosas y egoístas, son libres de desarrollarse hasta las más amplias fronteras del temperamento, siempre y cuando no interfieran en los engranajes y moral de nuestros tiempos; ya que estas personalidades pueden ser el germen por igual de lo correcto y lo incorrecto: un ciudadano modelo, productivo, consumista y exitoso; como también de un loco, un fracasado, un antisocial, un violento o un delincuente.

 

Bruno del Barro

20/9/13

 

Autores consultados:

 (1) Michel Foucault, psicólogo, teórico social y filósofo

 (2) Paula Sibilia, comunicadora social y antropóloga

 (3)Silvia Duschatzky, pedagoga

Cristina Corea, semióloga, licenciada en Letras (UBA) 

 (4) Gilles Deleuze, filósofo

 

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