Civilización: legitimización de la desigualdad primitiva

“El hombre posee potencias, virtudes, capacidades que le han sido dadas por la Naturaleza para vivir, aprender, amar; pero no tiene sobre ellas un dominio absoluto; no es más que su usufructuario; (…) Pero estas propiedades, unas son innatas, como la memoria, la imaginación, la fuerza, la belleza. Y otras adquiridas, como la tierra, las aguas, los bosques. En el estado primitivo o de indiferencia, los hombres más valerosos y más fuertes, es decir, los más aventajados en razón de las propiedades innatas, gozarían el privilegio de obtener exclusivamente las propiedades adquiridas.” (1)

 

Las propiedades adquiridas responden a una necesidad o demanda social; a su vez se desarrollaron en los hombres de manera desigual las aptitudes para apropiarse de los elementos brindados por la Naturaleza. Para evitar desigualdades, dice la historia, fue necesario una legislación, un contrato social, un orden jerárquico en donde fueron necesarios sabios, jueces, filósofos, jefes, parlamentarios, etc.; que administrarían el sistema de leyes establecido.

La cuestión es: ¿quién podría cargar con semejante responsabilidad?

 

 

 

La indiferencia en el salvajismo y la barbarie 

 

“Con anterioridad a toda convención, los hombres se encontraban, no precisamente, como asegura Hobbes, en un estado de hostilidad, sino de indiferencia. En este estado no había propiamente nada justo ni injusto; los derechos del uno en nada obstaban a los del otro. (…) Según dicha hipótesis, los hombres, mientras están en el estado de indiferencia, nada se deben. Todos tienen el derecho de satisfacer sus necesidades sin inquietar a los demás, y, por tanto, la facultad de ejercitar su Poder sobre la Naturaleza, según la intensidad de sus fuerzas y de sus facultades. De ahí, como consecuencia necesaria, la mayor desigualdad de bienes entre los hombres. La desigualdad de condiciones es, pues, aquí el carácter propio de la indiferencia o del salvajismo, precisamente lo contrario que en el sistema de Rousseau. (...) Entonces surge la idea de la justicia y de la injusticia, es decir, del equilibrio entre los derechos del uno y los del otro, iguales necesariamente hasta ese instante.” (1)

 

En una comunidad pequeña y antigua, imaginemos, que por un lado se encuentra un hombre con la facilidad de proveerse de alimentos, y simplemente comparte o intercambia su excedente, sin mayores ventajas, sin variar sus condiciones de vida, al fin y al cabo, posee un excedente, que por definición, es aquello de lo que se puede desprender.

 

Por otro, un segundo hombre con las mismas facultades, pero que al percibir sus ventajas sobre el resto -aprovechamiento y acaparamiento de tierras, mayor ganado domesticado que excede en su capacidad de producción-, decide comerciar sus bienes, aunque de un modo arbitrario, sacando provecho en detrimento de sus pares, a los cuales nada les sobra.

 

En esta misma población -hipotética-, luego, gracias a estas inequidades o desequilibrios -generadas, especialmente, por el segundo hombre-, se hizo evidente la necesidad de administración, de gobierno.

 

Pero precisamente esta necesidad de un ejercicio legitimado de poder sobre los demás -de desigualdaddesequilibrio entre las partes consentido o contractual-, para contrarrestar el desequilibrio propio de una sociedad en desarrollo (un momento de la evolución productiva en que surgen los excedentes individuales o privados), suele ser ejercido precisamente por quienes poseen, a priori, más poder. Así surgieron, en la práctica, las aristocracias, supuestamente, el gobierno de los más "aptos". Mientras que en teoría -planteamiento posterior a los hechos analizados- el contrato social está ahí para contrarrestar las desigualdades, en la práctica, el poder oficial es ejercido por quienes provocaron o causaron ese desequilibrio.

 

Retomando la circunstancia ideal o hipotética, un sujeto X tuvo como primer objetivo comerciar con el excedente de elementos provenientes de la naturaleza que obtenía con una destreza superior a sus vecinos. Luego, gracias a su influencia (tanto en el establecimiento de precios, por ejemplo, como en el status social que ostenta) este se convierte en administrador -no oficial en un principio- general de las leyes y bienes públicos.

 

Los factores históricos que obligaron a la evolución de pequeños grupos (gens, fratrías, tribus, etc.) a estados e instituciones bajo normas inmutables ocurrió a través de largos periodos de tiempo y por causas complejas, como el aumento de las riquezas, el peligro de comunidades invasivas, que a su vez modificaron los valores, la organización social y familiar, y el estado general de las cosas.

 

Esta es en los hechos -aunque por supuesto - la situación actual.

 

La propiedad privada 

 

“La domesticación de los animales y la cría de ganado habían abierto manantiales de riqueza desconocidos hasta entonces, creando relaciones sociales enteramente nuevas. Hasta el estadio inferior de la barbarie, la riqueza duradera se limitaba poco más o menos a la habitación, los vestidos, adornos primitivos y los enseres necesarios para obtener y preparar los alimentos: la barca, las armas, los utensilios caseros más sencillos. El alimento debía ser conseguido cada día nuevamente. Ahora, con sus manadas de caballos, camellos, asnos, bueyes, carneros, cabras y cerdos, los pueblos pastores, que iban ganando terreno, habían adquirido riquezas que sólo necesitaban vigilancia y los cuidados más primitivos para reproducirse en una proporción cada vez mayor y suministrar abundantísima alimentación en carne y leche. Desde entonces fueron relegados a segundo plano todos los medios con anterioridad empleados; la caza que en otros tiempos era una necesidad, se trocó en un lujo.

 

 

Pero, ¿a quién pertenecía aquella nueva riqueza? No cabe duda alguna de que, en su origen, a la gens (organización familiar primitiva de carácter comunitario). Pero muy pronto debió de desarrollarse la propiedad privada de los rebaños. (…) También es indudable que en los umbrales de la historia auténtica encontramos ya en todas partes los rebaños como propiedad particular de los jefes de familia, con el mismo título que los productos del arte de la barbarie, los enseres de metal, los objetos de lujo y, finalmente, el ganado humano, los esclavos.” (2)

Nuevo orden social: la transformación del producto en mercancía

 

“Entre los griegos (...) la aparición de la propiedad privada sobre los rebaños y los objetos de lujo, condujo al cambio entre los individuos, a la transformación de los productos en mercancías. Y éste fue el germen de la revolución subsiguiente. En cuanto los productores dejaron de consumir directamente ellos mismos sus productos, deshaciéndose de ellos por medio del cambio, dejaron de ser dueños de los mismos. Ignoraban ya qué iba a ser de ellos, y surgió la posibilidad de que el producto llegara a emplearse contra el productor para explotarlo y oprimirlo. Por eso, ninguna sociedad puede ser dueña de su propia producción de un modo duradero ni controlar los efectos sociales de su proceso de producción si no pone fin al cambio entre individuos.

 

Con la producción de mercancías apareció el cultivo individual de la tierra y, en seguida, la propiedad individual del suelo. Más tarde vino el dinero, la mercancía universal por la que podían cambiarse todas las demás; pero, como los hombres inventaron el dinero, no sospechaban que habían creado un poder social nuevo, el poder universal único ante el que iba a inclinarse la sociedad entera. Y este nuevo poder, al surgir súbitamente, sin saberlo sus propios creadores y a pesar de ellos, hizo sentir a los atenienses su dominio con toda la brutalidad de su juventud.

 

¿Qué se podía hacer? La antigua constitución de la “gens” (fratrías y tribus comunitarias) se había mostrado impotente contra la marcha triunfal del dinero; y, además, era en absoluto incapaz de conceder dentro de sus límites lugar ninguno para cosas como el dinero, los acreedores, los deudores, el cobro compulsivo de las deudas. Pero allí estaba el nuevo poder social; y ni los píos deseos, ni el ardiente afán por volver a los buenos tiempos antiguos pudieron expulsar ya del mundo al dinero ni a la usura. (...) Con los progresos de la industria y el comercio habíase desarrollado más y más la división del trabajo entre las diferentes ramas de la producción: agricultura y oficios manuales, y entre estos últimos una multitud de subdivisiones, tales como el comercio, la navegación, etc.

  

En resumen, la constitución gentilicia (la vieja organización comunitaria entre familias) iba tocando a su fin. La sociedad rebasaba más y más el marco de la gens, que no podía atajar ni suprimir los peores males que iban naciendo ante su vista. Mientras tanto, el Estado se había desarrollado sin hacerse notar. Los nuevos grupos constituidos por la división del trabajo, primero entre la ciudad y el campo, después entre las diferentes ramas de la industria en las ciudades, habían creado nuevos órganos para la defensa de sus intereses, y se instituyeron oficios públicos de todas clases.

 

Hasta ahora, todas las revoluciones han sido en favor de un tipo de propiedad sin lesionar a otro. En la gran Revolución francesa, la propiedad feudal fue sacrificada para salvar la propiedad burguesa; (...) desde la primera hasta la última de estas pretensas revoluciones políticas, todas ellas se han hecho en defensa de la propiedad, de un tipo de propiedad, y se han realizado por medio de la confiscación (dicho de otra manera, del robo) de otro tipo de propiedad. Tanto es así, que desde hace dos mil quinientos años no ha podido mantenerse la propiedad privada sino por la violación de los derechos de propiedad.” (3)

Quienes tienen el poder o la potestad de administrar el nuevo Estado 

 

Cualquier forma de organización no instintiva, representó, antes que nada, poder, y supuestamente jurisdicción en una o un grupo de personas; que si se estudian sus requerimientos y exigencias, como los formulados por Sócrates sobre el político-ético y filósofo, o los juzgados y ministerios “imparciales” y “objetivos” de un Estado propuesto por los pensadores modernos ilustrados como Rousseau, Voltaire, Montesquieu, etc., se observará su calidad de inalcanzables y utópicos.

 

En la historia, no es frecuente encontrar personajes destacados, bienintencionados, altruistas y justos, en puestos jerárquicos ni mucho menos; por el contrario, hay un notorio desinterés por todo aquello que represente honores, superioridad y autoridad, de tendencia a la contemplación o al arte, o al ocio (desde el punto de vista griego), humanitaria, solidaria con los de su alrededor, a sus iguales, y no es tanta la inclinación a ocupaciones partidarias y estatales, a pesar de que, en teoría, es desde donde se concretan los verdaderos cambios en una sociedad.

 

Ciertamente, lo que remite a normativas, legislación, administración, nunca correspondió -como debería suponerse- a grandes hombres arrojados y desinteresados, a filántropos innatos; recayó, en contraste, sobre anhelos de poder.

 

Antaño, el poder real recayó arbitrariamente en manos de familias ricas desentendidas de su pueblo; luego con la implementación general de leyes y normas racionalistas y románticas desde el “Iluminismo” y la Revolución Francesa que pretendían hombres rectos, inmaculados e ilustrados para administrar el nuevo estado y la justicia en poderes independientes; sólo se observó un progreso en el encubrimiento de sus avaras intenciones, es decir, una disminución de la arbitrariedad dando lugar a tácticas y maniobras maquiavélicas propiamente dichas para alcanzar el poder bajo la legalidad de las constituciones emergentes.

 

La supuesta diferencia entre una democracia moderna y una vieja aristocracia (gobierno de ricos y nobles), es que la primera elige a sus delegados, y la segunda corresponde a un grupo de elite enriquecida, siendo ésta condición suficiente para gobernar sin convenios ni asambleas populares.

 

La paradoja entre esta supuesta evolución en la administración de un Estado, reside en que en las democracias representativas modernas y contemporáneas son pocas las posibilidades de que un candidato tenga la forma, en un primer lugar, de ser candidato y de ser votado, sin pertenecer a un sector privilegiado de la sociedad. Lo cual rememora la antigua arbitrariedad nobiliaria, pues actualmente la opción de los ciudadanos comunes se reduce a optar entre quienes de esa elite enriquecida serán los representantes del Estado.

 

Hay democracia porque cualquier filisteo puede votar, pero no la hay cuando los únicos candidatos que se nos presentan son poderosos empresarios y políticos enriquecidos (sin ser relevante en esta instancia la discusión de su moral, corruptibilidad, métodos de escalar jerárquicamente, etc.)

 

El Contrato Social y la balanza de la justicia

 

El orden social estatal reordenó el primigenio “desorden” o “anarquía” de las viejas comunidades para legitimar, no para prohibir y limitar, las desigualdades entre los hombres. El surgimiento de la propiedad privada, luego de la mercancía, la división del trabajo, reacomodó todo aquello que significaba gloria y superioridad según la cultura de los pueblos independientes -como fuerza, rapidez y sabiduría-, en una nueva forma de destacarse: la acaparación de bienes, su astuta comercialización, las riquezas consecuentes, el pertenecer a la administración del Estado, fueron en la evolución cultural de la civilización, métodos necesarios del hombre racional para afirmarse en la sociedad.

 

“Para abolir este derecho a emplear la violencia y el engaño, este derecho a causarse mutuos perjuicios, única fuente de la desigualdad de los bienes y de los daños, se celebraron convenciones tácitas o expresas y se inventó la balanza de la justicia. Luego estas convenciones y esta balanza tenían por objeto asegurar a todos la igualdad en el bienestar, y si el estado de indiferencia es el principio de la desigualdad, la sociedad debe tener por consecuencia necesaria la igualdad. La balanza social es la igualación del fuerte y del débil, los cuales, en tanto no son iguales, son extraños, viven aislados, son enemigos. Por tanto, si la desigualdad de condiciones es un mal necesario, lo será en ese estado primitivo, ya que sociedad y desigualdad implican contradicción. Luego si el hombre está formado para vivir en sociedad, lo está también para la igualdad: esta consecuencia es inconcusa.

 

Y siendo así, ¿cómo se explica que, después de haberse establecido la balanza de la justicia, aumente la desigualdad de modo incesante?” (1)

 

12/2013

Bruno del Barro 

 

 

(1) “¿Qué es la propiedad?”, Pierre Joseph Proudhon, filósofo y político francés.

 

(2) “El origen de la familia, la propiedad privada y estado. II. La familia”, Friedrich Engels

 

(3) “El origen de la familia, la propiedad privada y estado. V. La génesis del estado ateniense”, Friedrich Engels