Mitos y noticias sobre el Lenguaje

(a propósito del Lenguaje Incluyente)

Introducción (Prescindible)

 

A partir de las lecturas de artículos sobre el lenguaje inclusivo en particular y el lenguaje en general, noto que casi todos ellos caen en el desbarajuste y el caos (pero sin fines literarios) de confundir y mezclarlo todo: las propiedades de la lengua, sus reglas intrínsecas, las competencias de la RAE, su misoginia o exclusión femenina histórica, los escándalos internos; las palabras del diccionario, la elección de esas palabras y por qué están allí, sus facultades visibilizatorias en la Comunicación; el Feminismo; el género gramatical como reflejo del mundo; la relación entre el signo y la cosa que refiere; el Patriarcado; etc... todo en un rejunte virulento y ansioso de razonamientos para caer estrepitosamente en la conclusión que ya el autor tenía de antemano antes de razonar o averiguar nada.

"Confusión de las lenguas" en la torre de Babel, de Gustave Doré  (1866)
"Confusión de las lenguas" en la torre de Babel, de Gustave Doré (1866)

 

Abundan los silogismos: "La RAE es machista (premisa uno); el diccionario es machista (premisa dos); ergo: el lenguaje inclusivo puede y debe ejercerse"; o por el contrario, ridiculizarlo colocando "e" a cualquier enunciado; o citar  solemne y salomónicamente con aires de primicia: "el masculino gramatical ya cumple la función inclusiva como término no marcado de la oposición de género"; para concluir sin más que el llamado lenguaje incluyente no tiene razón de ser.

 

Ambos razonamientos evaden cualquier noticia o novedad sobre el Lenguaje o la dan por sentada o son muy vagas (la importancia del Lenguaje en la sociedad es mucha o más o menos según las circunstancias); ambos sobredimensionan la relevancia de la Real Academia y le otorgan un rol protagónico que casi nunca tuvo, ya sea atacándola o poniéndose de su lado (surgen graciosas contradicciones como “no vamos a tolerar que la RAE...” y luego “no nos importa lo que la RAE diga”); ambos retoman la exploración de un artilugio desusado y a veces misterioso como lo es el Diccionario, enterrado hace décadas y hay padres que se indignan al encontrarse con malas palabras porque las consideran una mala influencia para sus hijos; y en ambos, de modo omnipresente pero a veces disimulado, subyace la cuestión feminista (estoy en contra del Feminismo, por lo tanto, del lenguaje inclusivo). La simpatía ideológica a priori sobre esto vale más que cualquier dato o información sobre la lengua y la comunicación, filtrando lo conveniente.

 

Un argumento no se convierte en bueno porque estemos de acuerdo con sus conclusiones, y lo contrario mucho más doloroso e inaceptable: hay buenas razones para con aquello que no coincidimos (lenguaje inclusivo, aborto legal, etc.), aunque elijamos ignorarlas o, lo más habitual, ridiculizarlas. Por lo tanto, no voy a anunciar mi Postura rápidamente, porque sé que transformaría mágicamente a mis exámenes en buenos o malos aún antes de abordarlos.

 

Vale manifestar, primeramente, que la contienda emprendida contra la RAE es una pérdida de energías por ilusoria y trivial, por lo cual no voy siquiera a incluirla en estas informaciones más allá de un breve comentario (la RAE es un cuco espectral de autoridad al que se defiende y contra el que se pelea vanamente como niños; pero fuera de ámbitos académicos muy específicos irrelevantes para el conjunto de la sociedad no tiene poder o autoridad alguna, por el contrario, nosotros tenemos poder sobre ella. Es la RAE la que, a sabiendas, debe "correr" detrás nuestro, y no al revés).

   Pero pareciera que, al modo psicoanalítico, se busca un Padre o Ley contra el cual rebelarse.

   

Hablamos de una institución concreta que, como todo organismo conformado por reglas, jerarquías y burocracias, se encuentra siempre un paso detrás de lo que está ocurriendo en la sociedad, en este caso, de las complejas y enmarañadas fluctuaciones de su lenguaje verbal. Como vulgarmente se dice, la RAE “saca una foto” de un momento dado de la lengua castellana (en conjunto con las veintitrés academias correspondientes a cada uno de los países donde se habla el idioma); la revelación de esa foto, como es de esperarse, se nos muestra en diferido. Hasta que esta foto se revele, la RAE, a través de sus voceros y esbirros, por cuestiones protocolares, no puede hacer otra cosa que repetir una y otra vez las conclusiones obtenidas de las fotos anteriores.

 

La Academia es totalmente consciente de esto, tanto de las fluctuaciones del lenguaje al que debe acoplarse las modificaciones, agregados o "parches" en sus diccionarios y gramáticas son constantes, diarios, tanto como de su propio desfasaje.

     

     En segundo lugar, el poder de la palabra se encuentra, según el caso, entre sobrevalorado y desacreditado, es decir, envuelto en supersticiones y opinologías: a veces se lo ningunea, en otras se le otorgan poderes mágicos. Que una cosa es la Comunicación (general) y otra el Signo Lingüístico (particular). También, que

el conservadurismo de la Lingüística no es tal, y que desde principios del siglo XX prevé y hasta alienta los cambios y modificaciones acorde a los momentos históricos.

      Entre otras muchas cosas.

En la Primera Parte abordaré la paradigmática noción del Lenguaje según el mito de las Escrituras y una interpretación libre de ella; un juego más bien retórico que informativo, pero que es ejemplo proverbial para explicar la función del lenguaje como centro de la Comunicación y la omnipotente e incuestionable capacidad inclusivista y visibilizatoria de esta última en la sociedad; de la que siempre se habla, pero con mucha ambigüedad.

 

Sí, la exclusión simbólica es terrible, ¿pero por qué? ¿por qué nombrar a los sujetos dentro de la maquinaria social-comunicacional es tan importante?

 

En la Segunda Parte, los signos lingüísticos en particular (sustantivos) y su supuesto de inclusividad, no tan evidente como se cree. Aquellos que solo quieran conocer la conclusión y no los razonamientos diríjase directamente a la última parte.

 

Primera Parte

La primera lingüística hasta la penúltima se orientó no solo a explicar el lenguaje sino a mantenerlo cautivo en su forma última, guarecerlo de los vaivenes y manoseos del tiempo y de la plebe; lo que era parecido a querer poner entre rejas al aire.

Las muchedumbres hacen uso irresponsable de las palabras con fines comunicativos y las desquicia, las pone de cabeza; aquel que lucha contra esto y mantiene su léxico inmaculado, corre el riesgo de no ser entendido jamás, excepto por los muertos: el riesgo del lenguaje absoluto es la soledad absoluta.

➻ Roland Barthes [1915-1980], semiótico francés que, mediante un lenguaje propio y original, trató sobre el Lenguaje.
➻ Roland Barthes [1915-1980], semiótico francés que, mediante un lenguaje propio y original, trató sobre el Lenguaje.

 

La última o la penúltima lingüística en cambio, desde el siglo XIX, demuestra lo contrario: la evolución de la lengua suele tener origen en las formas de hablar populares, argóticas o dialécticas, de manera tal que la corrección de una época no hace sino consagrar las incorrecciones de la época precedente. [...] [1]

 

En 1647 el gramático francés Claude Favre de Vaugelas ("Observaciones sobre la lengua") definió el buen uso del lenguaje como "compuesto por la elite de las voces. Es la manera de hablar de la parte más sana de la corte".

 

Lo que no sabía Vaugelas, es que la noble lengua de los reyes no era más que la evolución del habla de antiguos esclavos y gentiles. 

 

El mito de un lenguaje matriz, ecuménico y de pura raza, y su posterior degenerada bifurcación tiene origen en un pasaje sugerente y polisémico de las escrituras:

1- Toda la Tierra hablaba una misma lengua y usaba las mismas palabras.

Los hombres se establecieron al Oriente y se dijeron: 4- «Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo, hagámonos un nombre famoso, y no andemos más dispersos sobre la faz de la Tierra».

 

5- Pero el Señor descendió para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban edificando 6- y dijo: «He aquí que todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua; siendo este el principio de sus empresas, nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan.

 

 7- Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros».

 

 8- Así, el Señor los dispersó sobre toda la faz de la Tierra y cesaron en la construcción de la ciudad. 9- Por ello se la llamó Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de todos los habitantes de la Tierra y los dispersó por toda la superficie.”

 

 Génesis 11:1-9

 

A partir de un análisis del texto, de una vulgar exégesis o hermenéutica, tres o cuatro elementos notables se desprenden de la parábola. Primero, que la altivez de los hombres reprochada por Dios deriva de su unión y fortaleza; de sus virtudes, no de sus vicios. Segundo, que esta unión mucho depende de su idioma único, vale decir, de una comunicación fluida. Esta unión los hace fuertes, capaces, quizás invencibles, por lo tanto, cometen el pecado de asemejarse a Dios (nos hace preguntar, inevitablemente: ¿qué diablos quiere Dios de nosotros si el camino del perfeccionamiento y el progreso está prohibido?).

 

Último, el castigo de Dios también es insólito, excéntrico: no es el martirio, ni la tortura, ni ningún sufrimiento físico (como en el pecado original), sino la incomunicación, a partir del desmembramiento del lenguaje, el desentendimiento.

 

Este castigo resulta brutalmente anacrónico por su actualidad: primero por señalar a la lengua esencialmente como instrumento de comunicación menospreciado hasta Saussure [2]; segundo, por connotar que esta suprema interlocución entre los hombres cumple una función unificadora: la de confirmar mutuamente la existencia; que solo a través de la interacción con otros puedo saber que mi Yo existe. Esta finalidad psicológica de la comunicación como convalidación mutua es una tesis constatada y relativamente nueva:

 

Pareciera que, completamente aparte del mero intercambio de información, el hombre tiene que comunicarse con los otros a los fines de su autopercepción y percatación, y la verificación experimental de este supuesto intuitivo se hace cada vez más convincente a partir de las investigaciones sobre la deprivación sensorial, que demuestra que el hombre es incapaz de mantener su estabilidad emocional durante períodos prolongados en que solo se comunica consigo mismo. [3]

 

Advierte por contraste de la nocividad o letalidad de la incomunicación, es decir, de los estragos de la soledad. No podría idearse un castigo más monstruoso, aun cuando ello fuera físicamente posible, que soltar a un individuo en una sociedad y hacer que pasara totalmente desapercibido para sus miembros [4].


 Esto es exactamente lo que ha ocurrido con las llamadas minorías históricas: su eliminación o desprecio en los circuitos centrales y periféricos de la Comunicación (no se encuentran en un juego de interlocuciones válidas, ni como prójimos ni como otros, no hacen su entrada en el discurso, no tienen registro en el Texto Social) [5].

 

Tener por resuelto y acabado el conflicto con ellas etnias no occidentales, mujeres, sexualidades disidentes, etc. por haber cedido o comenzado a otorgar derechos palpables y públicos, dejando el pasado atrás, es una ingenuidad, es precisamente subestimar este poder de la palabra y la comunicación.

 

Las catástrofes de la exclusión y la incomunicación en la Historia son hondísimas y exceden con mucho los límites de lo evidente.

La exclusión de los textos, de las palabras, del lenguaje, es una exclusión aparte que pocos conocen o tienen en cuenta en su sentido más auténtico e inmenso (que bien simboliza la cita bíblica): la partición irreductible de la humanidad.

     

Es una exclusión como se suele decir, subjetiva, simbólica, tanto o más importante que la exclusión de hecho o efectiva.

 

Eludir la confirmación del prójimo, o mejor dicho la confirmación de su auto-percepción, o también "construcción subjetiva de la identidad" es, como bien sabe hoy la ciencia pero poco el sentido común, uno de los castigos más brutales e inhumanos.

 

Este primer fenómeno de la exclusión simbólica en términos generales, que abarca al lenguaje, es el punto de partida para comprender una rebeldía para con la lengua como lo puede ser el lenguaje incluyente o no sexista.

 

Antes de comenzar la segunda parte, con informaciones no muy alentadoras para un idílico lenguaje "libre de género", vale describir a este fenómeno último del lenguaje como una emergencia o factor emergente de una realidad particular, opresiva, como el vapor que emana con violencia de una pava puesta al fuego, una contingencia política, no premeditada, no del todo racional: el rechazo al dimorfismo del género gramatical o a lo masculino como genérico no es un combate hacia la lengua propiamente dicha, sino hacia una hegemonía de varones que acapararon el mundo, y por lo tanto, la Palabra. Dijo Barthes: la ideología burguesa daba la medida de lo universal; el escritor burgués, único juez de la desgracia de los restantes hombres. [6]

 

Se puede hablar de un síntoma de algo, no de una enfermedad o de una salubridad, lo que sería un juicio moral torpe y apresurado. Como fenómeno propiamente emergente de las masas, su cualidad es la desprolijidad, la inestabilidad, lo excesivo y hasta lo arbitrario, es decir, el cambio constante bajo el calor del vertiginoso presente.

 

Por lo tanto, gracias a estas particularidades del lenguaje que también demuestran humores, burlarse de él y juzgarlo es lo más sencillo agregar “e” a todo lo que se pueda no deja de ser una ocurrencia previsible, como también fue divertido en su tiempo jugar con el cocoliche y el lunfardo en la literatura o el tango; o ridiculizar y hacer bromas con esa obra mal escrita y desaliñada como lo fue el Quijote de Cervantes, posterior emblema del idioma español.

 

Cuestionar su futuro en la lengua, es decir su utilidad, su necesidad, su exageración, su extremismo; qué palabras deben modificarse y cuáles no; el establecimiento de un canon o taxonomía; su puesta en uso intensivo y extensivo; o si de hecho es solo una tendencia pasajera; es de carácter secundario y es pasar por alto la cuestión fundamental de que es producto de una ebullición social, no de una premeditación semántica (coincide con esto el lingüista Santiago Kalinowski de la Academia Argentina de Letras: es un fenómeno político, no lingüístico).

 

Segunda Parte

   De lo general (la comunicación), vayamos a lo particular (las palabras en sí mismas). Históricamente la élite intelectual –digamos, desde Platón hasta Marx o intelligentsia, apelaron en sus textos a la humanidad, cuando, implícitamente, solo se referían al hombre caucásico europeo y heterosexual (en especial la entusiasta Revolución Francesa, que a fe de incluir a todos en las palabras olvidaron de hacerlo en los hechos).

 

Los significantes supuestamente universales Humanidad, Hombres, Ciudadanos, Individuos, etc. solo conformaban, en el imaginario, un significado parcial y fragmentario; literalmente hablando, discriminador.

 

Esta cuestión es fundamental porque a pesar de la aparente neutralidad del significante (la palabra humanidad parece incluirlo todo, a diferencia de el hombre) nunca lo fue en su significado, en la imagen mental del signo lingüístico. Por ejemplo, por más ambiguo, inconmensurable, ilimitado que sea descripto el dios cristiano (Ezequiel 1:26-28, Apocalipsis 1:14-16), su imagen no puede representarse ni concebirse de otra manera que como una fuerte figura masculina, viril, blanca, barbuda, sabia, etc.

 

Dos elementos poco aludidos pero nada menores se desprenden de este escenario:

que por más neutro –o femenino o no masculino– que pretenda o diga ser formal y semánticamente un término como un sustantivo (humanidad), el imaginario colectivo llenará este "contenedor vacío" con los arquetipos dominantes (los hombres blancos de occidente);

del mismo modo términos neutros como ciertos pronombres y participios activos atacante, del verbo atacar; cantante, de cantar; amante, de amar; dirigente, de dirigir pueden también despertar estereotipos dentro de un discurso particular, por ejemplo: “tal o cual Dirigente escapó de su oficina para irse a un hotel con su amante” es una enunciación donde la mayoría coloca al sujeto masculino en dirigente y el femenino en amante solo por una articulación sintáctica, no por el género gramatical.

 

Presidente, de presidir, lo sentimos masculino no por sus letras sino simplemente porque es un cargo ocupado históricamente por hombres (hablar de presidenta, jueza o ministra no es producto de una ignorancia gramatical, sino de una forma improvisada de protesta, es enfatizar una excepcionalidad histórica: una mujer en el poder).

 

El asunto principal que se pierde y confunde en la tertulia de redes sociales entre pros y contras igualmente desinformados sobre el Lenguaje es y fue la exclusión en su conjunto: social, cultural, económica, lingüística, etc., pues cualquiera fuese la forma que hubiera tomado el español (con o sin género gramatical), hubiera sido machista, pues la sociedad, en su conjunto, lo era:

 

“La investigación empírica aporta indicios de que los sustantivos ‘neutrales’ y los pronombres de lenguas sin división gramatical genérica pueden tener de todas formas un sesgo masculino encubierto.

Así, aunque eviten el problema de una terminología masculina genérica, incluso los términos neutrales pueden transmitir un sesgo masculino." (Sol Minoldo y Juan Cruz Balián)

"Esto supone, además, la desventaja de que ese sesgo no podría ser contrarrestado añadiendo deliberadamente pronombres femeninos o terminaciones femeninas, porque en esas lenguas esa forma simplemente no existe. Se dificultan entonces las iniciativas de ‘subversión simbólica’ de las que habla Bourdieu.

 

Eso concluye, por ejemplo, el trabajo de Mila Engelberg a partir del análisis del finlandés, una lengua que incluye términos aparentemente neutros en cuanto al género pero que, en los hechos, connotan un sesgo masculino. Y al no poseer género gramatical, no existe la posibilidad de emplear pronombres o sustantivos femeninos para enfatizar la presencia de mujeres. La autora señala que esto podría implicar que 

el androcentrismo en lenguas sin género puede incluso aumentar la invisibilidad léxica, semántica y conceptual de las mujeres.

 Algo muy similar encuentra Friederike Braun en su estudio con la lengua turca, cuya falta de género gramatical no evita que les hablantes [sic] de turco comuniquen mensajes con sesgos de género.” [7]

 

Conclusión 

Considero que estas informaciones que reuní, aportadas por expertos, son más relevantes que las posturas superficiales (el o el no al lenguaje inclusivo puede ser una conducta frívola como colocar un voto en una urna si no es acompañada de grandes gestas, de profundos cambios internos y externos); y la conclusión es esta:

 

La modificación consciente de la lengua, una propuesta más que interesante y por cierto histórica (que puede ejercerse con toda libertad sin el permiso de absolutamente nadie y menos de la RAE) solo tendrá sentido si tiene un correlato en el grueso de la vida social (si el todes impera en un futuro pero la lucha contra el patriarcado trastabilla ligeramente, ese todes volverá a referirse al arquetipo imperante masculino –o a cualquier otro; les diputades, les polítiques, les poderoses, referirá mentalmente a los hombres o a cualquier arquetipo imperante).

 

Si el éxito del lenguaje no sexista es disparejo a la evolución en conjunto, dentro de poco veremos a políticos igual de embusteros y patriarcales dirigirse a todos como a todes o a cantantes de moda utilizando el lenguaje incluyente en canciones degradantes y mediocres.

 

Del mismo modo, si esa modificación compulsiva de la lengua no se ejerciera, pero sí en todo lo demás, lo más probable es que el lenguaje decante inclusivo naturalmente: idénticos significantes del pasado cambiarán de significado en el futuro, y la humanidad será realmente la humanidad; todos o todes, realmente serán todos o todes.

 

Eliminar el binarismo del español buscando sustantivos y pronombres andróginos mediante vocales inocentes que nada evoquen, es un medio aunque muy limitado, pero no un fin; recordemos una vez más, y hago hincapié en esto, que esas palabras neutras ya existen y fueron rellenadas por estereotipos masculinos y femeninos según el contexto (amante, presidente), y que los idiomas sin género gramatical (turco, finlandés, japonés, guaraní) o en que el plural es femenino (árabe) poco reflejan su situación social. (Véase la investigación de Mo’ámmer Al-Muháyir: El masculino genérico en castellano. Signo lingüístico o signo ideológico)

 

Bruno del Barro

20/07/2018

 

[1] “...se evidenció que los procesos lingüísticos fundamentales se manifiestan tanto –y aún más en las formas de hablar llamadas ´incorrectas´ (infantiles o populares) como en las que se ajustan a la norma oficial.”

Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje (1972), Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov

[2] “Una de las innovaciones de la lingüística de Saussure consiste en declarar esencial el papel de la lengua como instrumento de comunicación, papel que los comparatistas, al contrario, consideraban una causa de degeneramiento.”

Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje (1972), Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov

[3] "Por sorprendente que parezca, sin este efecto auto-confirmador la comunicación humana no se habría desarrollado más allá de los muy estrechos límites de los intercambios indispensables para la protección y la supervivencia; no habría motivos para comunicarse por la comunicación misma.

La vasta gama de emociones que los individuos experimentan los unos con respecto de los otros –desde el amor hasta el odio probablemente no existiría, y viviríamos en un mundo vacío de todo lo que no fueran actividades más utilitarias, un mundo carente de belleza, poesía, juego y humor."

Teoría de la Comunicación Humana (1969), Paul Watzlawick

Reseña de Teoría de la Comunicación Humana

[4] William James (1842-1910), filósofo y psicólogo estadounidense

[5] Las estructuras elementales de la violencia (2003), Rita Laura Segato

[6] Triunfo y ruptura de la escritura burguesa (1972), Roland Barthes

[7] La lengua degenerada (2018), Sol Minoldo y Juan Cruz Balián

Otras fuentes:

 -Pensamiento y Lenguaje (1934), Lev Vygotski

 -Las palabras y las cosas (1966), Michel Foucault

 -El grado cero de la escritura (1964), Nuevos ensayos críticos (1964-1971), Roland Barthes

  -La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (2016), Siri Hustvedt

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