La Educación Inútil

Toda población está de acuerdo con la importancia de la Educación. Pero el concepto es ambiguo. La educación institucional dada por profesionales en establecimientos está orientada más o menos a la inserción laboral, la conmemoración de próceres y tradiciones locales, y a algunas cuestiones moralistas para vivir en sociedad. Es decir, por un lado brindan datos “útiles” -en teoría-, para fines específicos y por otro, efemérides históricas con el fin de formar a un ciudadano patriota y dócil que respete fechas y nombres, semáforos e impuestos.

Por otro lado, el niño contemporáneo no sólo lidia con las instituciones, sino con los aparatos mediáticos y de entretenimiento como la televisión y el computador que también tienen un carácter formador; al igual que las enseñanzas de nuestros mayores y tutores, y experiencias de vida moldean temperamentos en lo particular. Podemos sugerir entonces la existencia de una tríada fundamental de influencia en la personalidad que son la formación institucional (formal), vivencial y tecnológica (informal), que en muchos puntos, se contradicen.

Por influencia de nuevas tecnologías y de la vida cotidiana se está configurando una nueva generación de jóvenes prácticos, desmoralizados y competitivos que viven en un presente constante, donde lo recomendable es aprender únicamente información fructuosa para la subsistencia y el bienestar personal. Todo se reduce a una buena estrategia para sobrevivir y convivir lo mejor posible en sociedad con el menor esfuerzo.

Esto es, de hecho, el lado “positivo” de la educación informal  porque, a pesar de todo, estos jóvenes no poseen malos comportamientos y de hecho al crecer serán los pilares de nuestra sociedad. Al otro lado de la misma moneda, producto de estos mismos agentes educativos (instituciones, nuevas tecnologías y la vida cotidiana misma) y con el complemento de una situación social marginal y de carencias, es posible el desarrollo de un comportamiento vandálico, antisocial y fuera de la ley que todo hombre de bien rechaza y condena, pero que no es más que el producto mismo del orden social que subyace a todo la ciudadanía.

De este modo es necesario recordar las evidentes diferencias entre aspectos de la formación actual basada en las tecnologías y el entretenimiento pasivo (programas televisivos, videojuegos, cine) y donde el tiempo puede rellenarse completamente con estas actividades intra-hogareñas; y  la infancia de generaciones pasadas donde en los ratos libres -a falta de otra cosa- se apelaba a la imaginación, a esparcimientos participativos (en extinción) como la Popa, las Escondidas, etc.; y entre otras cosas, a libros, pero como lugar ficticio y fabuloso de recreación y entretenimiento (educación informal), no sólo para saberes prácticos y fines educativos formales.

La importancia de “aprender” no residía sólo en obtener algún beneficio efectivo y tangible para la vida. A veces aprender y entretenerse era una misma cosa, y hasta contenía un sentido contrario del actual. Hoy se entiende el estudio y la lectura como actividades pesadas y aburridas y en parte la culpa es de los mismos docentes, además de las nuevas formas de entretenimiento. El profesor viene directamente a dar respuestas a preguntas que nadie hizo y pocos son los retos mentales que brinda la educación inductiva, más allá de las densas lecturas de que reniegan, y con razón, los alumnos. La escuela es un pesar más de la vida diaria, un obstáculo que tiene el joven – en general es así como este lo concibe- para lograr sus objetivos, que en el mejor de los casos es ejercer alguna actividad específica que le apasione. Quiere terminar rápidamente sus estudios para poder hacer lo que “desea realmente”.

Los paradigmas son otros. Los tiempos más apretados. Los dilemas filosóficos producto de la experiencia y el ocio fueron remplazados por divertidos videojuegos, computadores que poseen todas las respuestas y televisores que cuentan todo lo que es necesario saber.

De este modo la cultura se inclina al goce instantáneo y fugaz: cuando algo aburre, se busca nerviosamente otra cosa que hacer para rellenar el tiempo, que actúe como estimulante de rápida acción; y los momentos faltos de actividad narcótica, se padecen con ansiedad y frustración. Estos son algunos síntomas que demuestran niños, jóvenes e incluso adultos.

Lógicamente, al niño moderno y práctico le parece una pérdida de tiempo el aprendizaje tradicionalista impartido en la escuela. Mientras que el adulto se martiriza y esfuerza, también con motivos, para que el joven adquiera conocimientos y logre ser alguien en la vida; permitiendo al mismo tiempo, que en los ratos libres de tareas educativas se dedique al esparcimiento que todo niño necesita, que actualmente corresponde a actividades escapistas que no retan su inteligencia y alteran la realidad -culturalmente aceptadas por pares y adultos- y que son unas de las causas del despropósito aparente de las tareas escolares.

Las ambiciones futuras de estos niños de bien se encontrarán en el terreno de lo práctico y ostensible, adquiribles en el menor tiempo, incluso mediante estrategias metódicas  parecidas a fórmulas matemáticas, que se aplicarán, por ejemplo, a sus relaciones amistosas, amorosas y sexuales, para obtener un empleo, dinero, automotor y un hogar, y todo aquello que signifique prosperidad y satisfacción en el sentido más corpóreo y exitista.

Como pensamiento sensato, podría decirse que es necesario encontrar un equilibro entre educación para fines prácticos y laborales, y formación cultural y artística que fomente la creatividad y alienten la imaginación, como ocurre en la educación inicial y la primera infancia que da lugar a disciplinas libres y manuales.

Sin embargo, esas actividades no aseguran la mejor formación de alguien ni contrarrestan de ningún modo la industria cultural del entretenimiento y la tecnología de beneficios instantáneos y efímeros.

Esta desproporción educativa puede deberse a que el niño es atraído rápidamente al mundo materialista adulto, pues es concebido como un consumidor de lujo desde la perspectiva de comerciantes y publicistas (oficios populares entre ciudadanos modelos y prósperos) que intentarán inferir en sus deseos por todos los medios.

Nadie pretende que nuestros hijos se conviertan en hombres y mujeres inescrupulosos, ventajeros o estúpidos; no obstante, la prosperidad de una sociedad depende, en un elevado porcentaje, del mercado joven.

Tememos por su formación, y se ignora en parte que su educación se ejerce en todos los ámbitos de la vida, fuera de nuestro alcance controlar; además, se desea que rápidamente adquiera conocimientos que eviten los padecimientos y carencias que los padres mismos pudieron experimentar de niños.

 

“Toda educación depende de la filosofía de la cultura que la presida; y debido a estos obsecuentes imitadores de los "países avanzados" -¿avanzados en qué?- corremos el peligro de propagar aún más la robotización. Debemos oponernos al vaciamiento de nuestra cultura, devastada por esos economicistas que sólo entienden del Producto Bruto Interno -jamás una expresión tan bien lograda-, que están reduciendo la educación al conocimiento de la técnica y de la informática, útiles para los negocios, pero carentes de los saberes fundamentales que revela el arte.” (Ernesto Sábato, “Antes del fin”)

 

Por todo esto, es necesario entender las diferencias entre saber e inteligencia de carácter “improductivo” a primera vista, y formación práctica y técnica institucionalizada; sus ventajas y desventajas.

Per se, el aprendizaje “inútil” es aquel que nos hace mejores personas. El que nos permite observar más allá de lo puramente remunerativo para nuestro ego inmediato, y advertir el provecho de la contemplación y el descanso en nuestra codicia y voluntad sobre los otros y las cosas.

Muchas personas han encontrado goces indescriptibles en el acto de leer un libro o simplemente contemplar, y a la vez llevar una vida práctica y en sociedad.

Será preciso que quienes rodean al muchacho o muchacha le demuestren que no todo es lo que parece: que es necesario decodificar los símbolos y convenciones que nos circunscriben como sujetos, a través del desarrollo de la propia inteligencia, y que esto no es únicamente aprender mucho de lo que “sirve” ni aceptar maquinalmente costumbres y prácticas preestablecidas haciéndose experto en ellas, sino el florecimiento de la curiosidad y la sensibilidad.

 

 “En el momento en que la voluntad descansa y surge la contemplación, el simple ver y entregarse, todo cambia. El hombre deja de ser útil o peligroso, interesante o aburrido, amable o grosero, fuerte o débil. Se convierte en naturaleza; hermoso y notable como todas las cosas sobre las que se detiene la contemplación pura. Porque contemplación no es examen ni critica, sólo es amor. Es el estado más alto y deseable de nuestra alma: el amor desinteresado.

“El alma de las cosas, la belleza, sólo se nos revela cuando no codiciamos nada, cuando nuestra mirada es pura contemplación. Si miro un bosque que pretendo comprar, arrendar, talar, usar como coto de caza o gravar con una hipoteca, no es el bosque lo que veo, sino solamente su relación con mi voluntad, con mis planes y preocupaciones, con mi bolsillo. En ese caso el bosque es madera, es joven o viejo, está sano o enfermo. Por el contrario, si no quiero nada de él, contemplo su verde espesura con "la mente en blanco” y entonces sí que es un bosque, naturaleza y vegetación; y hermoso” (Hermann Hesse, premio Nobel de Literatura, 1946).

 

Bruno del Barro

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