El Origen de la Inseguridad

 Al nacer, despertamos en un mundo que gira por su propia cuenta.

Hay una maquinaria en funcionamiento que se enciende cada mañana metafóricamente hablando, y reposa por las noches, como en piloto automático. Hablamos de la Sociedad, de la que nosotros somos sus instrumentos, sus mecánicos que aprietan las tuercas de esta maquinaria fenómeno de la ingeniería que ya estaba ahí cuando nacimos. Cada pieza es vital, aunque algunas prácticas sean monótonas y de la más baja categoría.

"El hombre ha construido su mundo, ha erigido casas y talleres, produce trajes y coches, cultiva cereales y frutas, pero se ha visto apartado del producto de sus propias manos, y en verdad ya no es el dueño del mundo que él mismo ha edificado. Por el contrario, este mundo, que es su obra, se ha transformado en su dueño, un dueño frente al cual debe inclinarse, a quien trata de aplacar o de manejar lo mejor que puede. El producto de sus propios esfuerzos ha llegado a ser su Dios." (1)

 

Hay una jerarquía que se distingue por distintas cosas, pero por sobre todo, por los beneficios monetarios que obtiene cada uno. Esta distinción es caprichosa. No es por quién más trabaja sino por el valor arbritrario de ese trabajo, o por quién posea o adquiera más capital o bienes de producción y estén a su disposición empleados para hacer "trabajar" a su capital, y sin compartirlo con ellos. Esto no significa, empero, que necesariamente el que más gana sea un vago o un atorrante corrupto.

Esta estructura se apoya en otra superestructura que podría ser la política, las ideologías, las religiones, las costumbres, la educación, las tradiciones, los deportes, las convenciones, las creencias. A todo esto se le puede llamar Cultura.

El hombre no es una máquina, pero si por lo menos estuviera cerca de serlo, aquellos jefes, patrones o "dueños" que mencionamos, estarían muy satisfechos. Pero no es porque este patrón sea malo por naturaleza, sino porque él también es parte de esa estructura económica que le exige el aumento exponencial de la producción si quiere sobrevivir.

En la otra parte, se requiere el aumento del consumo. En la teoría económica todo sería perfecto si se consumiera exactamente lo que se produce.

Al día de hoy, se ha llegado a una instancia particular en que el consumo suntuoso, y no por necesidad, es el eje del Mercado. “Cuando compro un coche ¿lo compro porque realmente lo necesito? La industria del automóvil entraría en bancarrota de la noche a la mañana si los coches fueran comprados sólo por las personas que en realidad los necesitan...” (2)

Todo tiene un precio: la comida para sobrevivir, el terreno o el espacio para dormir y vivir, y hasta por sexo se llega a pagar, o mejor dicho, se ofrece sexo por dinero; y un montón de objetos que contradictoriamente hacen a nuestra subjetividad: ropa, celulares, autos, guitarras eléctricas, videojuegos.

 

"El hombre no solamente vende mercancías, sino que también se vende a sí mismo y se considera una mercancía. El obrero manual vende su energía física, el comerciante, el médico, el empleado, venden su `personalidad´. Todos ellos necesitan una `personalidad´ si quieren vender sus productos y servicios. Su personalidad debe ser agradable: debe poseer energía, iniciativa y todas cualidades que su posición o profesión requieran. Tal como ocurre con las demás mercancías, al mercado es al que corresponde fijar el valor de estas cualidades humanas,  y aun su misma existencia." (1)

 

Dentro de los problemas propios que surgen de este orden establecido, los contabilizables a simple vista, uno de ellos es que es inferior los puestos de trabajo disponibles frente a la población con necesidades del mismo, por más que sea el caso de que no existan vagos y todos quieran salir a laburar al mismo tiempo (la situación sería aún peor en ese caso).

Aparte de esta realidad concreta, surgen una serie de problemas intangibles, psicológicos, que por su naturaleza abstracta no son tenidos en cuenta generalmente.

En términos generales, ya podemos establecer una primera cuestión característica en el mundo occidental: para sobrevivir (fisiológicamente hablando) y para vivir (socialmente hablando) es necesario consumir.

A un pequeño porcentaje de la población le basta con sobrevivir y a otros no les queda otra que conformarse con sobrevivir: no pueden obtener más que las necesidades básicas, sin importar su voluntad. Y esto también es un dato estadístico, sería una locura si todos los que quisieran, por ejemplo, pudiesen comprar un auto. El caos sería absoluto. Por lo tanto, también podemos observar que es hasta necesario que muchos sean más pobres que lo que quisiesen.

Al fin y al cabo, los trabajos más ordinarios y mal pagos son imprescindibles en esta maquinaria de infinidad de pequeñas piezas; los mejores pagos son una excepción general.

 

No obstante, se ha forjado una contradicción en el mundo de la publicidad y el consumo omnipresente, que sugiere un enorme inconveniente: son pocos lo que se conforman con poco. La Publicidad es absolutamente democrática, llega a todas partes; mientras que la posibilidad real de poseer y consumir todo aquello que se publicita en todo momento, es reservada para una minoría estadística. 

La obligación de una sociedad casi exclusivamente comercial, obligación que propone las exigencias del mercado, es la de avasallar el mundo cultural con que todos los productos de un comerciante cualesquiera sea este, son imprescindibles.

El comerciante invierte fortunas en publicidad para que esto sea posible, publicidades en cada esquina y en la privacidad del mundo virtual en el que navegamos constantemente.

Entonces, nos cruzamos con otra contradicción, la enorme mayoría desearía ser parte de ese sector exclusivo que puede consumir lo que desee; pero las posibilidades reales, por más mérito y esfuerzo que se haga, son exiguas.

No obstante, culturalmente, la pulsión por obtener esos objetos de consumo imprescindibles para vivir socialmente es casi imposible de reprimir. Y muchos no paran de esforzarse toda su vida.

“El consumo es esencialmente simbólico. […] los consumidores tratamos, imaginariamente, de colmar nuestro deseo. Por operar precisamente en un orden simbólico el consumo jamás se detendrá. Infinitos productos objetos ilusorios de la ansiada completud del consumidor serán sucesivamente elegidos, sin consistir ninguno de ellos en el definitivo satisfactor del deseo.” (2)

¿Qué le decimos, entonces, a toda esta gente, que es la mayoría, que no puede ni podrá ser integrada a la sociedad actual del consumo? ¿Cómo reprimir sus sentimientos? ¿Cómo evitar que no hipoteque su vida ni se endeude eternamente para obtener objetos efímeros pero importantes para su subjetividad?

Muchísimos son los que se esfuerzan día a día para alcanzar la cima, pero los puestos disponibles son limitadísimos.

Nos encontramos con una paradoja y una contradicción de valores que generan en la población un trauma extendido, un “trauma social”, que no es evidenciado por ningún profesional en la salud.

El profesor en psiquiatría Paul Watzslawick llama a esta contradicción desamparo moral: “Quién recibe de otras personas vitalmente importantes para él normas de comportamiento que exigen y al mismo tiempo imposibilitan unas determinadas acciones, se encuentra en una situación paradójica, en la que sólo puede obedecer desobedeciendo. He aquí la fórmula básica de dicha paradoja: `Haz lo que te digo, no lo que me gustaría que hicieras´. Es por ejemplo el caso de los padres que esperan que su muchacho respete la ley y el orden y que, al mismo tiempo, sea emprendedor y osado. O el de aquellos otros que dan enorme importancia al dinero y cualquier medio le parece bueno para conseguirlo, a la vez exhortan a su hijo a ser honrado y leal en todo momento [...]. La conducta resultante de esta contradicción responde con mucha frecuencia a la definición social de `desamparo moral´.” (3)

 

 Los problemas psicológicos derivados de esta paradoja social que nos dice una cosa (consumir lo más posible para ser alguien en la vida) y nos prohíbe otras (para la mayoría está vedado este mundo de consumo, y no puede obtener los “objetos de deseo” mediante robo o delincuencia) son múltiples y extendidos en toda la comunidad globalizada, enormemente traumatizada por ello, al mismo tiempo que el problema no es visualizado, no nombrado (por ejemplo en las escuelas o medios de comunicación), nadie por lo tanto puede ser tratado de una "enfermedad" que negamos y que parece no existir, por lo que padecer de una patología concreta tan grave pero que socialmente no se lo considera, aumenta el padecimiento. Estos son: estrés, depresión, manías, agresión, ataques de pánico, esquizofrenia, neurosis, pulsiones desconcertantes y caer paralelamente en vicios y adicciones.

La televisión y los medios en general nos muestras las consecuencias visibles de estos enfermos sociales, pero jamás se mencionan sus causas; no por ceguera o mala intención, sino porque el mismo formato mediático impide penetrar en asuntos concernientes a la psicología y el inconsciente del hombre, de cualidades simbólicas y complejas.

Resulta imposible, durante un lapso de tres minutos entre anuncios, o en setecientas palabras, presentar pensamientos poco familiares o conclusiones sorprendentes con los argumentos y la evidencia necesarios para dotarlos de cierta credibilidad. La regurgitación de beaterías (artificios y cursilerías) bien aceptadas no se enfrenta con ese problema” (4)

Esta forma de proyectar la realidad genera enormes prejuicios. Que un niño robe, que un joven acuchille, que cualquiera mate por obtener objetos efímeros, o que se desaten sucesos violentos aparentemente sin explicación, sobre todo al ser tan reiterativos estos hechos, hacen de estos problemas no un asunto tanto de voluntades individuales y malignas por decisión y convicción, sino que nos habla precisamente de lo contrario, de sorprendentes fuerzas e impulsos pero de orden patológico, es decir, humanas y sociales y por lo tanto explicables, que el mismo perpetrador no puede descifrar y ocurren generalmente sin premeditación, aunque sean reiterativas estas prácticas ilegales o no.

Dicho sea de paso, esto no justifica estos procederes, ni se desea que la Ley no actúe como dicte el Código Penal o la Constitución.

Pero ocurre que justamente estas leyes, estas prohibiciones y delimitaciones escritas en papel, no tienen ningún efecto educativo ni reformador sobre el hombre que padezca dichas alteraciones en su psiquis. El miedo al castigo, la venganza, poco funciona en una mente disfuncional para que no cometa el acto que la sociedad prohibe abiertamente, pero que es la incubadora misma de personalidades criminales y “antisociales” (entre comillas porque precisamente son sociales).

"Únicamente una ficción puede hacer creer que las leyes están para ser respetadas, que la policía y los tribunales están destinados a hacer que se las respete. Únicamente una ficción teórica puede hacernos creer que nos hemos suscrito de una vez por todas a las leyes de la sociedad a la que pertenecemos.

Todo el mundo sabe también que las leyes están hechas por unos, y que se imponen a los demás.

El ilegalismo no es un accidente, una imperfección más o menos inevitable. Es un elemento absolutamente positivo del funcionamiento social, cuyo papel está previsto en la estrategia general de la sociedad.

Todo dispositivo legislativo ha articulado unos espacios protegidos y provechosos en los que la ley puede ser violada, con otros en los que puede ser ignorada, con otros finalmente en los que las infracciones son sancionadas. En el límite me atrevería a decir que la ley no está hecha para impedir tal o cual tipo de comportamiento, sino para diferenciar las maneras de vulnerar a la misma ley." (5)

 

Será hora de conocer un poco más nuestro mundo psicológico y social, y su estructura desde el punto de vista de las ciencias sociales, y de ver menos televisión para que los medios y la experiencia, limitadas por definición, no nos jueguen una mala pasada, y vayamos a forjar una cosmovisión o una visión de la realidad, que sea verdad sólo a medias.

 

“Mi sentimiento personal es que los ciudadanos de las sociedades democráticas deberían emprender un curso de autodefensa intelectual para protegerse de la manipulación y del control...” (4)

 

 

Bruno del Barro

13/10/14

 

(1) “El miedo a la libertad”, Erich Fromm 

(2) “Marketing Estratégico”, Alberto Wilensky (Licenciado en Administración, Posgraduado en Comercialización y doctor en Ciencias Económicas de la UBA)

(3) “¿Es Real la Realidad?”, Paul Watzslawick

(4) “Ilusiones Necesarias”, Noam Chomsky

(5) Michel Foucault (psicólogo, teórico social y filósofo francés)

  

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