Amor a la esclavitud

Es difícil comparar con precisión las épocas, pero con algo de lucidez es complicado observar otro tiempo como el hoy en que la pasividad se encuentre tan aceptada, arraigada e institucionalizada. Ni siquiera en momentos del peor autoritarismo, porque incluso en esas circunstancias, y quizá por la represión misma, muchos encontraron tiempos libres para buscar en ensayos o literaturas de viejos pensadores consejos para plantarse ante la vida, cavilando sobre estos análisis sociales, accionando en consecuencia.

Equivocados o no, las minorías, con o sin recursos, se apoyaban en grandes pensamientos como anarquistas o socialistas, cuando la industria cultural no había hecho mella en la vida cotidiana, cuando la industria cultural no había marcado la rutina de los ciudadanos, ni televisores, ni radios o internet. El hombre poseía “tiempo muerto”, que por aburrimiento se chocaba de bruces con literatura, filosofía o una guitarra vieja, y sin querer empezaba a crear, a imaginar sin guías, a educar, a pensar y compartir conclusiones.

Hoy en día todos las grietas del tiempo aparecen rellenadas y saturadas, las industrias han creado entretenimientos, actividades y modas que deben vender como cualquier otro producto e instalar en las cotidianeinades.

 "Hay una competición salvaje por llenar cualquier tiempo del consumidor que se encuentre aún sin sembrar, por la más minúscula brecha de tiempo entre momentos de consumismo que aún pueda ser rellenada con información", dice el sociólogo Zygmunt Bauman, "El fenómeno hype, ese producto de la industria de las relaciones públicas destinado a separar `los objetos deseables de atención´ (objetos como una página entera de publicidad anunciando la salida de una nueva película, o la publicación de un nuevo libro, o la emisión de un programa televisivo que ha sido patrocinado fuertemente por los anunciantes, o la apertura de una nueva exposición) de los `ruidos no productivos´ (léase: a los cuales no se les puede sacar provecho), sirve momentáneamente para distraer, canalizar y condensar en una sola dirección las búsquedas continuas y desesperadas... Y para que durante unos cuantos minutos o unos cuantos días la atención se concentre sobre un objeto de consumo y de deseo seleccionado."

 

Por otro lado, si en esta situación de pasividad que es la regla, surge algún ansia genuina por expresarse, por comunicarnos, esta fallece rápidamente sin cocinarse en algunas palabras en redes sociales. Mueren en el huevo. Siempre hay algo para hacer sin crear ni pensar; películas o series por ver, concursos, carreras por terminar, videojuegos, recitales, viajes, torneos de fútbol, gimnasios, redes sociales, compañía sexual, juegos de rol, estupefacientes, circo, malabares, y por supuesto, informados únicamente con medios de comunicación, como reflejo fiel del afuera.

 

“Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado, o cuánto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórralos de datos no combustibles, lánzales encima tantos «hechos» que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan [...]. No les des ninguna materia delicada como Filosofía o Sociología para que empiecen a atar cabos” (“Fahrenheit 451”, Ray Bradbury, 1953).

 

Prácticamente es imposible hasta oír nuestra propia voz, qué tenemos para decirnos a nosotros mismos, que sea sólo para nosotros. Escuchar nuestras palabras, pensamientos, locuras o deseos. Esta voz es acallada en la vorágine de la rutina diaria, y ni siquiera emerge en esos pequeños viajes que nos trasladan de un lado productivo a otro, en ese tiempo muerte del transporte público, ya que nuestros auriculares nos aturden mientras navegamos por nuestro fiel celular, revisando redes sociales y todos ya saben cuántas cosas más.

 

Hacemos una cosa, y ya estamos, al mismo tiempo, pensando en la siguiente.

Nada se hace sin un fin lógico, obvio y tangible. ¿Cómo voy a salir, por ejemplo, a caminar si no es para hacer ejercicio o ir a algún lado? ¿Qué diablos es eso de salir y deambular sin rumbo fijo?

La “inactividad” nos aterra, al igual que el silencio, que dejaría oír nuestra propia voz interior.

¿No les ha pasado cuando se acuestan a la noche que su mente no los deja dormir porque estuvo anulada todo el día y estalla de ideas a esas horas?

El pensamiento -o lo que se cree que es- sólo tiene lugar en las aulas o para cumplir exigencias académicas. Leer, escribir, aprender es un fastidio que deben padecer sólo los grandes analfabetos idiotas como los niños o ignorantes.

Tiempo en que el “bienestar del cuerpo” está sobrevalorado, donde lo importante es “aflojar las tenciones y el estrés”, verse bien, sentirse bien con uno mismo, frases de un optimismo negacionista propio de la autoayuda de Osho, Jodorowsky, Cohelo, etc. que consuela pero no cuestiona, que se dirige directamente a la autocomplacencia de una vida rutinaria y alienta los placeres individualistas del sauna, el spa, el yoga, cama solar, la meditación, el reiki, tai chi, pilates, crossfit o cualquier actividad de moda sobre bienestar personal que por supuesto cuesta fortunas y se realiza en ambientes tranquilizantes, ascépticos, de colores calmantes, aires acondicionados silenciosos y por supuesto cocheras para que uno pueda ir y venir sin toparse con la burda chusma que con su hostilidad, sus tendencias al robo y a la violación, amenaza con romper un artificial equilibrio interior que depende de la “desconexión” y la aceptación-negación (es lo mismo, ambas conclusiones son pasivas) de las injusticias cotidianas que padecemos por el trabajo, el Estado, la política, la economía, el consumo, la desigualdad, la miseria, la familia, el hogar...

 

"Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, una cárcel sin muros en la cual los prisioneros no soñarían con escapar. Un sistema de esclavitud donde, gracias al sistema de consumo y el entretenimiento, los esclavos tendrían amor a su servidumbre" (“Un mundo feliz”, Aldous Huxley, 1932).

 

Morir derrotado, perseverar en el error, paralizarse por el miedo, una carrera loca hacia lo desconocido y utópico, la locura que lleva a la soledad y al psiquiátrico, perseguir a un amor por décadas seguros del fracaso, cualquier cosa es preferible a, por ejemplo, ser un exitoso gerente de empresa, a sobrevivir con sobrada holganza en el mundo mercantil.

 

“Salgamos de una vez. Salgamos a buscar camorra, a defender causas nobles, a recobrar tiempos olvidados, a despilfarrar lo que hemos ahorrado, a luchar por amores imposibles. A que nos peguen, a que nos derroten, a que nos traicionen. Cualquier cosa es preferible a esa mediocridad eficiente, a esa miserable resignación que algunos llaman madurez” ("Instrucciones Para Buscar Aventuras", Alejandro Dolina)

 

   

Bruno del Barro

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