Trozos de Gloria

                       (A falta de otra cosa)

En otro tiempo, antes de morir, se recomendaba que previamente se escriba un libro, se plante un árbol y se tenga un hijo. Aunque no precisamente antes de morir, si no durante la plenitud de la vida, se sugería hacer todo eso para luego sí dejarse arrastrar por la parca y agonizar sin remordimientos.

Estos consejos atribuidos al poeta cubano José Martí, parecen haber pasado de moda; nadie va a perder el tiempo en libros ni en plantitas en su edad de oro mientras otros andan por ahí ganando minas y manejando autos lujosos; ni hablar de la vulgaridad de engendrar niños, cosa que se puede hacer en cualquier momento. 

 

“Los trajes y las casas de cada hombre son parte de su yo tanto como su cuerpo.  Cuanto menos se siente alguien, tanto más necesita tener posesiones. Si el individuo no las tiene o las ha perdido, carece de una parte importante de su `yo´ y hasta cierto punto no es considerado como una persona completa, ni por parte de los otros ni de él mismo.” *

 El éxito en la vida no es fácil de alcanzar. Algunos consiguen el prestigio anhelado al convertirse en abogados, médicos o altos gerentes empresariales que podrán caminar por ahí -si quisiesen- con el pecho inflado, seguros de haber alcanzado una meta social preestablecida; pues no todos lograrán esta seguridad económica y la mayoría mirará con sana envidia y desde abajo esta situación social.

 

“Otros factores que respaldan al ser son el prestigio y el poder.  En parte se trata de consecuencias de la posesión de bienes, en parte constituyen el resultado directo del éxito logrado en el terreno de la competencia. La admiración de los demás y el poder ejercido sobre ellos se van a agregar al apoyo proporcionado por la propiedad, sosteniendo al inseguro `yo´ individual.” *

Sin embargo, la sed de gloria intentará ser saciada con algunos sorbitos de algo parecido en la vida cotidiana del hombre ordinario, para espantar los fantasmas del fracaso y la frustración.

Antes de mencionar cómo esto se puede lograr, algunas palabras de Arturo Jauretche sobre ese "medio pelo" de la sociedad argentina, ese que intenta aparentar un status que no tiene.

 

 “Mientras para el inmigrante la valoración del oficio y de toda actividad se da en términos económicos, (¿cuánto voy ganando?), para el criollo, durante bastante tiempo, no es la retribución la que determina la elección, sino la calidad del mismo. Y es así renuente a muchas actividades que entiende lo disminuyen como individuo.
(Sin posibilidades de clasificarse por un ascenso en el status, el prestigio no tiene referencias económicas, ni símbolos correspondientes a la situación de familia o de grupo. Es puramente personal. En la guerra o en la política puede surgir de su capacidad individual de caudillo o jefe de partida; en el trabajo de su particular destreza que da renombre: renombre de domador, de rastreador, etc., en el campo; de desollador, de chatero, en la ciudad. Prestigia la guitarra y el ser poeta, o las dos cosas a la vez: payador; y buen bailarín, o la generosidad y la amistad. Y sobre todo ser guapo, que es la condición que acredita la medida del hombre en la prueba más definitiva por el más arriesgado de los cotejos, aquel en que la vida del contendiente es el premio).
Mucho se ha escrito entre nosotros sobre el culto del coraje, pero creo que se ha tenido poco en cuenta que es una manifestación del ego, en una sociedad que no daba formas gregarias de manifestar superioridad: sólo había situaciones de prestigio personal que no se transmitían a la familia ni se heredaban y donde además, como se ha visto, la ilegitimidad era lo más común en la filiación: (es cosa personal aunque se diga el `hijo e'tigre overo ha de ser´; pues tiene que mostrarlo y enseguida lo van a buscar para que lo pruebe. Es decir, para que lo acredite personalmente: es más compromiso que herencia).
Las posibilidades de la mala vida también se amplían con el crecimiento urbano y ofrecen en la nueva composición un derivativo que se conforma al mantenimiento de ese individualismo estético en que la habilidad en el cuchillo y la prestancia física constituyen condiciones que se requieren en el juego, las mujeres, el matonaje. En la simbiosis que se va produciendo, y a la que vamos enseguida, esta evasión se manifestará también, como señala Bagú, en los descendientes de los nuevos: el `vivillo´ y los `malevos´ pueden ser descendientes en primera generación de migrantes internacionales o internos.”
(Arturo Jauretche, “El medio pelo en la sociedad argentina”, 1966) 

De todos los días

 

Para la mayoría, será meterse dentro de una camiseta y adjudicarse triunfos futbolísticos de su equipo; las charlas entre hombres de clubes opuestos se darán en términos de “nosotros”  en contraposición de “ustedes” (“ustedes abandonaron, nosotros tenemos aguante”, etc.), haciéndose cargo de los éxitos y decisiones de sus dirigentes temporales; colocando en la repisa de los méritos personales todas las fotos, afiches, banderas y recuerdos de nuestra amada e histórica institución, la cual poco o nada le importa la suerte particular del devoto y desvivido hincha.

Para algunos fariseos será demostrar a su mujer e hijos quién manda en la casa, dónde querrá sentirse no sólo proveedor, padre amoroso y laburante, sino monarca del desdichado hogar que a duras penas logró construir, luego de pasar el día en la calle y toda su vida, como peón.

 

“Para aquellos que sólo poseen escasas propiedades y menguado prestigio social, la familia constituye una fuente de reputación individual. Allí, en su seno, el individuo puede sentirse `alguien´. Obedecido por la mujer y los hijos, ocupaba el centro de la escena, aceptando ingenuamente este papel como un derecho natural que le pertenece. Puede ser un don nadie en sus relaciones sociales, pero siempre es un rey en casa.” *

Encuentra en su familia, aquellos seres subordinados que nunca conseguirá de otra manera.

Reclamará apenas llegue de trabajar, que todo esté en su lugar e impartirá órdenes inútiles a su mujer e hijos sólo para demostrar quién manda en la casa. No deberá haber juguetes en el piso, la mesa deberá estar puesta, la cena servida o casi lista, su sillón desocupado, cada uno en su silla –o en su puesto, en la cocina por ejemplo- y el televisor en su programa favorito con el control remoto a disposición. Si ese día hay partido, la rutina deberá realizarse con más severidad.

Con seriedad se dispondrá a hacer zapping y hacer todo tipo de comentarios sobre las chicas de Show Match; luego en el noticiero dará recomendaciones de cómo dirigir el país y un agudo y breve análisis de la situación social en general. En los partidos de fútbol dará indicaciones acaloradas e insultará sin importar quién esté presente, y por último, se querrá lucir frente a su familia -que tanto lo respeta- en los programas de preguntas y respuestas donde demostrará que es un hombre mundano, sabio y pedante.

 

“Aparte de la familia, el orgullo nacional también contribuye a darle un sentimiento de importancia. Aun cuando no fuera nadie personalmente, con todo se siente orgulloso de pertenecer a un grupo que puede considerarse superior a otros.” *

Para estos hombres, otra forma de acariciar la gloria, por lo menos por un rato, es en acérrimos partidos de truco o de fútbol con amigos. Estos momentos de notoriedad resurgirán en cada comentario burlón y despectivo hacia los perdedores en el asado posterior.

Precisamente el grado de asador será una habilidad extra e indispensable para cualquier hombre que quiera ser concebido como tal y será un macho completo según sus conocimientos del mundo deportivo y específicamente del fútbol, al igual que saber manejarse ante un automóvil en reparación.

Descifrar el motor de un auto no es comprender la técnica, sino fuente de orgullo y admiración falocéntrica. Una imagen digna de observar es la de un grupo de hombres rodeando un automóvil con algún inconveniente; se asemejará mucho a un grupo de médicos cirujanos ante un transplante de médula ósea o un caso indescifrable.

El auto o la moto, como se sabe, es la extensión más viva de la masculinidad. Aquellos con recursos escogerán el móvil que mejor lo representen y los jóvenes más exigentes, detallistas, que saben lo que quieren y carecen de particularismos, “tunearán” o personalizarán sus vehículos una y otra vez sin darse cuenta que nunca quedarán satisfechos. Esto es, adherir accesorios rimbombantes y vistosos para demostrar qué clase de hombre lo maneja. Luces fluorescentes violetas o verdes, sistemas de suspensión neumática, llantas agrandadas y cromadas, pisos bajos, motores potenciados y ensordecedores. O sea, recargar exageradamente cualquier parte del vehículo acompañado de unos altoparlantes a todo lo que da con el único fin de exhibirse.

 

A mediados del siglo XX, Arturo Jauretche describe cómo en aquel tiempo "desde el ángulo del `medio pelo´, por ejemplo, el automóvil es un signo de status; también un instrumento de transporte, pero esto es subsidiario. Pronto el automóvil chico, que se ha comprado con enorme sacrificio y endeundándose, exige su reemplazo por el coludo [...] se han aprovechado del prestigio para llevarlo a las nubes y no fían ni un pito, ni siquiera a un módico interés del 30 por ciento acumulativo. En fin, se hace un sacrificio y se lo compra. No sirve de nada porque al día siguiente uno de los neófitos se aparece ¡nada menos que con un `Mercedes´...!"

 

Los más raros

 

No obstante, hay algunos aún más locos y pretenciosos que encuentran la gloria -concientes de su pobreza y calidad de fracaso- en ocasiones de amor. Es decir, se creen reyes del mundo, multimillonarios y dueños de su libertad cuando se sienten verdaderamente amados; esta impresión se hace aún más fuerte si se está seguro de no tener nada que brindar, ni de haber probado ninguno de los métodos mágicos para ser aceptados y reconocidos: ni han ganado nada, ni se han sacado la lotería, ni poseen ninguna virtud sobresaliente entre otros hombres, ni prestigio, ni dinero, ni tunearon el auto, ni tienen auto.

Estos han descubierto, pero de casualidad, que pueden disfrutar de los ínfimos instantes de gloria que brinda la vida (que suelen pasar desapercibidos) del modo más despojado (sin porte de rostro ni artilugios llamativos, ni sabiduría en las materias más populares y atractivas): si es posible, desnudos ante el otro; y del modo más potenciado también: momentos de dicha pasan por una lupa y se transforman en los tesoros intangibles más preciados de su finita existencia, son su patrimonio, el fruto de su esfuerzo.

Lo han alcanzado de tanto sentir. De tanto pensar los sentimientos. Muchos de ellos son lectores. Leen algunas palabras y se detienen a pensarlas, a apreciarlas, a veces hasta el llanto o la sonrisa en la soledad de un cuarto o una plaza.

Con el tiempo, fueron descubriendo que se encuentran susceptibles ante ciertas circunstancias que otros restan importancia, y a la vez, para ellos, los esfuerzos en los que la mayoría pierde su vida entera, poco o nada les interesa.

 

Bruno del Barro

Abril 2012

 

*“El miedo a la libertad”, Erich Fromm 

-“El medio pelo en la sociedad argentina”, Arturo Jauretche

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