Abortar la realidad: ¿a favor o en contra de la vida?

Algunos gritan desesperados: ¡Sí a la vida! En esta falacia de la Lógica, demos pues por sentado que otros están a favor de la muerte.

Lo concreto es que, diga lo que diga la ley, opine lo que se opine en la tranquilidad del hogar y las redes sociales, en este mismo momento, se pierden vidas en potencia y se suceden muertes potencialmente evitables también. Cada diez minutos se realiza un aborto en Argentina, o para algunos, un asesinato premeditado.

La pantalla de legalidad, las palabras escritas sobre beatos papeles, parece ser lo que asusta. Personas que andaban muy tranquilas, se arrancan las vestiduras al escuchar por la televisión la discusión teórica sobre la punibilidad del aborto -recién allí comienza para muchos la defensa de “la vida”- mientras, estos ocurren y ocurrirán, de hecho, todo el tiempo en todos los rincones de la clandestinidad: desde los más pudientes hasta los más miserables.

A pesar de la legislación actual que “protege la vida” en casi todos los casos y que parecía mantener en paz a ciertos sectores de la población, se pierden aproximadamente por año 450 mil futuros niños por abortos voluntarios (1). Esto es un 40% de todos los embarazos, la mayoría considerados ilegales y en malas condiciones sanitarias. Cerca de 80.000 mujeres cada año se hospitalizan debido a complicaciones producto del mal procedimiento y estas deben enfrentarse a penas legales.

Estas prácticas rudimentarias son la primera causa de muerte materna en Argentina y por cada mujer que procura ayuda médica debido a complicaciones, otras siete mujeres en la misma situación no buscan ayuda. Por supuesto, todas ellas pobres.

Ante esta situación desesperante, casi incontrolable, surge el debate. No por las pretensiones e intenciones, digamos inhumanos, desinteresadas por la vida –esa palabra tan gigante y por ello ambigua-, que tengan algunos sectores de abortar, asesinar, acabar con la existencia de una persona. Sino por la imperiosa necesidad de no perder más vidas. 

El debate más encarnizado es al fin y al cabo dialéctico: se pierde inevitablemente entre los laberintos polisémicos del lenguaje.

A pesar de lo que diga la ley, políticos y moralistas, hasta ahora parece que nada ni nadie pudo detener ni persuadir a gran cantidad de mujeres, digan lo que digan las escrituras. Estas posibles madres tienen la última palabra y deciden proceder de una u otra forma, diga lo que diga el Código Penal.

Los legisladores tal vez revean qué está mal que haga una mujer. Ellas, no obstante, actúan y actuarán según su criterio y qué les urge en su vida particular, teniendo en cuenta su cuerpo, su vida y circunstancias. Punto. De ahí en más, dependerá de esos mismos procuradores adaptarse a la realidad o no, y si brindarles todo tipo de ayuda. O no.

 

Sí a mi vida

A veces la supervivencia se convierte en una angustiosa batalla. Falta el trabajo, la comida, las condiciones dignas, las capacidades para saber qué es lo que ocurre en este mundo. No obstante, actuar a la ligera en tales circunstancias, no es una opción. Abortar no es ir a cortarse el pelo o comprarse una cerveza. Algunas mujeres sufren enormes trastornos mentales cuando inesperadamente descubren que una personita habita dentro suyo. Sus mentes se alborotan, se revolucionan. Se martirizan, lógicamente, pensando a futuro.

Tal vez para estas mujeres ir en contra de la ley no se compara con traer una vida al mundo en las condiciones indignas que le tocaron en suerte. Pensar es difícil en estas circunstancias, claro.  Tal vez el miedo a una condena judicial, no es suficiente para responsabilizarse forzadamente de una vida por años o décadas.

Como solución, cómodo decir, se propone -se impone- la adopción. Que en muchísimos casos resulta más doloroso psíquicamente que el aborto. La situación es complicadísima y no puede simplificarse. “Vivir en carne propia todo el proceso de la gestación para luego desprenderse de la criatura. Esto significa que la adopción implica también una enorme carga de pena y dolor tanto para las madres biológicas como para sus criaturas” (Campaña Aborto Legal, Uruguay).

Cuando nada se vive en carne propia, aconsejar resulta lo más fácil de mundo. “Te mandaste una cagada, hacete cargo”, “Lo tendrías que haber pensado antes de” y, como siempre, se mete en el medio a esa moral genérica e impersonal, o a algún dios omnipresente y castigador. Las voces dicen impunemente, sobre todo si son de hombres: abortá, adoptá, hacete cargo. Así como quién habla de fútbol o de política en la mesa de un bar, y pasa inmediatamente a otro tema.

No a la muerte

Al descartar la interrupción de un embarazo como eventualidad, como contingencia, se impide y censura indirectamente la voz de la mujer que deberá reprimir su verdad: “no quiero ser madre”. La condena social es insoportable.

El principio firme ante cualquier circunstancia que entiende que el embarazo simplemente se debe afrontar, rechaza una realidad humana (la de una futura madre) inserta en un lugar conflictivo que es la sociedad. La condena social y legal no aceptará, ni siquiera escuchará, sus inseguridades, sus miles de dudas que no la dejan dormir.

La Iglesia Católica y esbirros institucionales modernos surgidos de su seno (escuelas y universidades, y ciudadanos y profesionales que pasaron por ellas), entre otras voces, por otro lado, tienen razón, hay una potencia de vida mediante. Pero negar una viabilidad médica –interrumpir un embarazo o asesinar a un bebé- que supera un hecho natural –la concepción-, es no aceptar otra realidad aún más amplia, ya sea un estado mental, el a veces ambiguo para la víctima acto sexual no consentido –de ardua comprobación- y miles de otras circunstancias -lamentables, extrañas, impredecibles- imposibles de cuantificar y catalogar, propias de una sociedad masificada, heterogénea y compleja, como que traer al mundo una vida implica una ciclópea responsabilidad humana. Tener hijos tanto como se hace el amor es una triste incoherencia en la actualidad. En una sociedad que, dicho sea de paso, la Iglesia Católica contribuyó a edificar.

 

Que no se te haga costumbre

El escenario de un aborto realizado a la ligera es un absurdo, un argumento caricaturesco que sólo puede ocurrir en la imaginación, a falta de otros. Falta de experiencia, falta de investigación, falta de razonamiento lógico e instrumental.

Legalizar o más bien despenalizar el aborto sería una cuestión que viene atada de la mano a acciones aún más urgentes que permitir una intervención quirúrgica, como educación sexual, concientización, etc.

“En la ciudad de México lograron eliminar las muertes de mujeres por abortos en los últimos cuatro años, tras la aprobación de la interrupción legal del embarazo (ILE) y su implementación en servicios de hospitales y clínicas públicas. La tasa de reincidencia de abortos es bajísima: menos del uno por ciento, de acuerdo con las estadísticas oficiales, que también revelan que ocho de cada diez mujeres que se somete a una ILE optan por un método anticonceptivo al término de la atención.” Los datos fueron revelados por el secretario de Salud del Gobierno del Distrito Federal mexicano, Armando Ahued (2011).

 

Sí a la vida, porque sí

No vale la pena disputar. Entendamos bien que una doctrina, un credo, una superstición, poco tiene de racional y de relación con los hechos empíricos, pues un dogma teológico, tradicionalmente, es asimilado a priori, antes de conocer en qué sociedad se vive. A Dios poco o nada le interesan la geopolítica y la economía. Ningún argumento es válido para quien sólo cumple órdenes superiores divinas y prehistóricas.

Quienes se proclaman en contra del aborto en cualquier circunstancia, deberían despreocuparse por su legislación, porque estos hechos ocurren de una u otra manera. No piensen en leyes o normativas, en la Biblia o el Código Penal, no miren a congresistas, a políticos o curas; si su lucha es por la vida, miren a la calle, miren a las madres de bajos recursos, miren aquello que tanto gusta decir a los periodistas: La Realidad.

"Estoy harto de que se nos mueran chicas pobres para que las ricas aborten en secreto. Se nos mueren nenas en las villas y en Sanatorios hacen fortunas sacándoles la vergüenza del vientre a las ricas. Con el divorcio decían que era el fin de la familia. Y sólo fue el fin de la vergüenza de los separados ilegales. Con el aborto legal no habrá más ni menos abortos, habrá menos madres muertas. El resto es educar, no legislar".
(René Favaloro en
entrevista con el periodista Federico Türpe -Secretario de Redacción del diario La Gaceta. Docente de Periodismo Digital- en 1998).

 

Artículo realizado en el 2011, revisado y corregido 2018

Bruno del Barro

 

 

(1) “¿De dónde surge el dato de que hay 450 mil abortos por año?” (Septiembre 2017), Olivia Sohr y Lucía Martínez

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