Ser o no ser en el fútbol argentino

Técnicamente, todos sabemos que el fútbol son 22 hombres detrás de una pelotita y otros miles o millones que la siguen atentos con la mirada. Pero eso no nos importa. Todo lo que esto suscita es mucho más grande y complejo.

Por más que intelectuales se gasten en teorías sesudas, no hay razonamiento que nos pueda convencer de que todo aquello que vivimos y sentimos desde chiquitos alrededor del fútbol, sea una cuestión de menor importancia o una total perdida de tiempo.

Como hay pensadores que tratan al fútbol como una actividad primitiva practicada y admirada por cavernícolas, otros, relatan sus historias poéticamente y lo fabulan al nivel de acontecimientos divinos.

Con todo, la sociedad argentina no podría ser sin fútbol. Este se ha tornado un factor determinante en nuestros altibajos emocionales y rellena un espacio en la vida relativo a la felicidad, las alegrías, la adrenalina, la lucha, la gloria, la derrota, la revancha. Sentimientos enaltecidos a un nivel majestuoso y patriótico de la grandeza humana: la mitificación y la leyenda, los héroes y los adversarios históricos. No sólo esto se proyecta en la cancha y en los jugadores, sino que todos nosotros como hinchas somos parte de aquellas hazañas. Y semejante sensación de grandeza no la alcanza ninguna otra actividad en la vida.

El fútbol es también a nivel internacional la proyección de la patria en el mundo, y si ganamos, ganamos todos, simplemente “somos los mejores” y la victoria no requiere mayores explicaciones. En cambio, si se pierde, pierden algunos, y se despliegan todo tipo de análisis en la búsqueda desesperada de una razón y un chivo expiatorio.

La expresión “chivo expiatorio” proviene de un ritual del antiguo pueblo de Israel en el que se escogía un chivo al azar. El pobre animal que nada entendía era cargado con todas las culpas del pueblo judío y era insultado y apedreado y luego abandonado en el medio del desierto.

 

Ser  de

 El “ser de” implica matemáticamente un “no ser de” y el odio acérrimo a ese opuesto. Y como se comprueba históricamente, la visualización de un enemigo específico en común, une a los pueblos o comunidades.

Ser de Boca o Rosario Central no basta para ser o pertenecer. Uno se acaba, completa su ser, repugnando a River o a Newell. Poseer un enemigo puntual, consuma al “ser”, lo que implica la búsqueda continua e ingeniosa de defectos en la hinchada o equipo contrario y la constante exaltación de “virtudes” de una hinchada propia que de esta forma se homogeneiza.

Estas visiones se plasman en los cánticos, himnos de guerra que entonados en grandes multitudes no hacen más que exacerbar la “pasión” y conferirle verosimilitud a presumibles gestas propias y canalladas o deshonras contrarias.

Un “Titán” Palermo o un Maradona son tan gigantes como un San Martín. No sólo se los equipara, sino que se suele referir a ellos como seres antropomórficos sin defectos, o sea, dioses o héroes míticos.

 

Ser o no Ser

Los habitantes de una ciudad son “separados” al nacer en distintos clubes. A pesar de lo que aseguren las hinchadas, estas se amontonan azarosamente de un lado o del otro.

Ese amor y esa pasión podrían haberse correspondido a cualquier color y club.

Como a un país, como a una ciudad, como a un barrio, como a una religión, como a la familia, como a la madre, se puede decir, se lo quiere al club porque es lo que tocó.

No obstante, en este caso la situación es bastante más imprevisible y caprichosa. No hay correspondencia genética de un club sobre un niño, nadie nace en la jurisdicción de este y no hay ningún tipo de apañamiento ni relación real de pertenencia del club con el hincha en particular. Es elección de familiar o de un mismo. No hay explicaciones románticas, ningún corazón nace pintado de colores.

El club por supuesto necesita del adepto y más que nada del afiliado, pero sobre todo en grandes clubes, no les importa de quien se trate. No tiene ninguna relación especial ni con Juan ni con Cacho ni con Jorge; le da lo mismo, sólo quiere que los asociados sean muchos.

Esa pasión es exagerada teniendo en cuenta que ese club enorme de la Argentina no le dio nada concreto al hincha, sólo supuestas victorias, títulos y campeonatos, pero que en realidad el hincha se adjudicó a distancia.

En el caso de estos grandes clubes del fútbol local, tanto a nivel gerencial, como técnicos, jugadores, etcétera; la mayoría, para no decir la totalidad son simples empresarios, empleados o contratados transitorios, nada los une con la tradición del club ni sus colores, salvo contadas excepciones.

Llegando a este punto mencionado, el de los colores, podría decirse sin exagerar que es lo único propio de un club de fútbol.

Las hinchadas son grupos heterogéneos sin ninguna particularidad distintiva de otra, los clubes son simples instituciones deportivas con empleados y empleadores vinculados temporalmente, ¿qué quedaría del club si de un instante a otro le quitásemos los colores o se los cambiásemos?

Nos encontraríamos con elementos siempre secundados: el lugar común con instalaciones para disfrutar entre familia y amigos. Y ahí el club puede ser campeón. En lo concreto, no en lo simbólico. En unir a la gente, no en procurar ser mejor que otro grupo de iguales como son los equipos-hinchadas.

 

Ser como sea

La realidad es que el fútbol da color y sabor a la vida, que a veces puede no tratarnos como merecemos. A algunos los puede sacar por un rato de una realidad sin demasiadas alegrías, más bien rutinaria, donde la mayoría de las horas de los días se debe agachar la cabeza, ser obediente, pagar cuentas, realizar trámites, cumplir compromisos.

El fútbol, como decía, nos da satisfacciones que no encontramos en otros lugares lógicos.

Uno tal vez no sea el mejor en lo que hace, ni en el trabajo, ni en el deporte ni en nada. Las veces que pudimos decir “lo logré, alcancé mis objetivos” son pocas. Los triunfos en la vida se cuentan con los dedos de las manos y hay que ver a qué le llamamos logros. No muchos tienen la posibilidad de graduarse como universitarios y festejar un título por ejemplo; no muchos son aplaudidos por sus virtudes -tal vez por realizar un rico asado- sino más bien todo lo contrario: debemos soportar humillaciones y hacer caso sin rechistar a nuestros empleadores, superiores, esposos y esposas, padres, incluso hijos.

El club de fútbol se transforma necesariamente en una extensión de mi cuerpo, vida e historia personal. Mis aciertos y fracasos, alegrías y tristezas escapan a mis decisiones y dependen exclusivamente de la suerte de “mi” club, que se lo llega a comparar con el cariño a una madre o a un país.

El fútbol se mete en los espacios vacíos que hacen a nuestros deseos íntimos e identidad. Nos brinda adrenalina e informalidad, ausente en otros ámbitos cotidianos. Tampoco es sencillo formar parte de un grupo unido de gente y además reconocido y exitoso, por lo tanto nos genera sentimientos de pertenencia, falto en otros sitios. Nos sentimos parte de algo, e incluso grandes triunfadores cuando el equipo gana, sin participar de ninguna manera.

Por primera vez en la vida, nos podemos declarar profesionales en una materia, que no es académica pero sí de interés generalizado, nos podemos sentir respetados e incluso superiores por nuestros conocimientos futbolísticos.

El fútbol nos brinda entre otras miles de satisfacciones, temas de conversación, entretenimiento y color a la semana. Cuando no hay fútbol o el equipo fracasa, hay depresión, mal humor e incluso violencia, dentro o fuera de casa.

 

Válvula de escape

Tal vez esa carga emotiva producto de pequeñas y diarias injusticias no debiesen canalizarse por ese lado, que nuestro estado emocional y salud mental dependa de la suerte de un partido o un campeonato de fútbol.

En vez de encauzar semejantes energías humanas en estas actividades poco trascendentes en nuestra vida práctica, aplacándolas hasta que exploten insensatamente, se podría sacar partido de estos espíritus extraviados e inconformes que cuentan con las fuerzas y el poder que quienes viven confortablemente no poseen, porque nada desean cambiar.

Cuando vemos una hinchada de miles de personas observando y alentando a un equipo que no los representa, vemos a una masa potencialmente capaz de imaginar proyectos comunes que transformen y revolucionen a una sociedad toda en la que salga beneficiada la mayoría. Lo hará cuando aprenda a no ser engañada y encuentre por sus propios medios y voluntad la manera más producente de canalizar aquellas extrañas sensaciones, llamadas entre otras formas, indignación.

 

19 /jul./2011

Bruno del Barro

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Comentarios: 2
  • #1

    daniel (sábado, 26 marzo 2016 09:50)

    me parece interesante esta pagina, y lo importante es poder tomar algo de lo que decis para ver cierto grado de te digo algo y recibo, cuando uno dice hemos ganado es que forma parte del todo, es la identificacion que nace desde el pie , de lo que sentian los padres y despues esta la eleccion en poder seguir o dejarlo , en este caso del futbol y si por una historia de politica con los sectores populares, mi identificacion con el peronismo y muchas cosas mas

  • #2

    Bruno (lunes, 28 marzo 2016 14:49)

    Totalmente Daniel. Ocurre en mi caso particular que no estoy de acuerdo con ningún tipo de mitificación, ni siquiera de lo que me gusta. Soy un asiduo mirador de fútbol, pero no considero héroe a un jugador ni lo más grande del mundo a nada. Sólo porque me gusta algo no tengo porqué magnificarlo o engrandecerlo.
    Lo que más me gusta a mi es la literatura y la música, y no tengo necesidad de convertirlo en lo mejor del mundo o una actividad enaltecedora, ni nada; simplemente me gusta y listo.