Política adolescente

Una juventud abandonada, otra que renace; una idealista, otra pragmática; una comprometida, otra fanatizada; una movilizada otra extraviada; una autónoma otra alienada; una individualista, otra solidaria. Todas las perspectivas son disímiles y sin embargo ninguna se contradice necesariamente. De hecho tranquilamente todas estas realidades pueden convivir, y luego cada uno verá el costado que le parezca. Traducirlo a números y estadísticas es meterse en terreno pedregoso.

Muchos jóvenes dieron su ejemplo de ciudadanía informándose y otros, no. Igualmente votaron.

 

La cultura del voto se arraigó, de una manera u otra, en la ciudadanía incluso la más principiante e inexperta y esto para la teoría de la democracia es síntoma de buena salud institucional.

Pero esto no debe terminar ahí. Es necesario establecer qué factores determinaron que un muchacho con tan poca experiencia y sabiduría política elija tal o cual boleta.

¿Cuantos tomaron su decisión a consecuencia de un análisis sesudo de la situación social y el panorama político a sus anchas? La pregunta es para todas las edades.

Altamente valorable fue el esfuerzo institucional que hizo comprender la importancia del sufragio, igual de sorprendente resulta la falta de compromiso para educar e informar e incitar a informarse no sólo sobre la mecánica de las elecciones sino sobre qué y a quién votamos: el rol que se cumple en cada cargo de poder de menor a mayor jerarquía (diputados, presidente, vicepresidente, etc.) y un estudio íntegro del perfil de cada candidato.

No es obligación de las escuelas considerar temporadas electorales y enseñar más allá de la estructura general de la democracia representativa y federal (poder ejecutivo, legislativo y judicial), y resulta desigual en peso con la información sesgada que brinda un familiar, los medios y el mismo candidato a través de su campaña publicitaria.

Se puede llegar a entender que la relación entre candidato y votante continúa ligada, en general, a la simpatía que genera el partido o el postulante. Los rumores, creencias, medios de comunicación favoritos, factores psicológicos, prejuicios o medidas que afectan directamente los modos de vida son, entre otros, elementos que pueden ser en un cien por ciento determinantes.

Un sujeto pasivo votará sin vueltas según sus influencias próximas (padres, hermanos, etc.), y si es de una precoz consciencia crítica la entropía informativa que acumulará por imágenes, dichos, entredichos, medios de comunicación, lograrán no menos que confundirlo.

La fidelidad histórica de una familia hacia un partido impide profundizar sobre un candidato por la fuerza de los colores y escudos. Y otro tipo de voto igual de enceguecido pero no por el fanatismo sino todo lo contrario, por la liviandad con la que se toma la cuestión, por fácil persuasión de su cognición y falta de conciencia crítica: vagas referencias de su entorno e influencia mediática casi directa definen la elección.

Los medios que podrían informarnos asiduamente sobre a quién vamos a votar, en cambio, en su infructuosa búsqueda de la objetividad, le siguen el juego a esa vorágine de las campañas, hablando de maniobras y alianzas, derechas e izquierdas, analizando los fenómenos políticos provinciales y estrategias partidarias como si se trataran de tácticas bélicas de expansión, mostrando como “ganador” o mejor “estratega” a quien más distritos y provincias haya conquistado, legitimando las formas en que fueron logradas los objetivos, como si todo valiera.

En pocas palabras, en vez de simplificar la cuestión para aquellos que acaban de convertirse en adultos legalmente, la complejizan.

Pero también deberíamos preguntarnos si los candidatos que tanto buscan el apoyo popular, tienen interés en que su pasado, su historial y toda su evolución en el terreno político sea materia de estudio, y se conozca de ellos más que por las campañas y discursos que elaboraron. Lo que más sabemos es por ellos mismos o por opositores, que comprensiblemente su objetividad estará en duda porque su intención es encumbrarse, subestimando al contrario con críticas y acusaciones varias.  

 

El desconocimiento y la falta de experiencia en la juventud se puede traducir en idealismo, esperanza e ingenuidad. No acumulan años de vivencias y desengaños, ni poseen una opinión definida de las cosas en general. En cambio, el adulto sabe, o cree saber, cómo funciona el mundo y específicamente el mundo de la política Argentina. No hay dos adultos que se pongan de acuerdo, pero cada uno de ellos sabe perfectamente como son las cosas. Es así pues que el muchacho en búsqueda de respuestas se encontrará con verdades absolutas que se contradicen.

El joven tiene la posibilidad de acabar en una confusión tan grande que, lejos de definir una postura, logrará que pierda interés y algunos temas hasta le infundan una profunda aversión. Otro caso tal vez el más grave pero asumido como el ideal es aquel que, funcional a sus tutores o mayores, haga y diga lo de otros, como propio. Escuchar atentamente a quienes más sabiduría poseen es sin duda enriquecedor, pero nunca cuestionarlo es preocupante e insalubre. Es necesario contraponer con otras opiniones, criticar, escuchar, reflexionar, formar una personalidad auténtica.

Jamás debería echársele la culpa al joven (futuro adulto) por estar desinteresado en ciertas cuestiones y que muchas veces se declara apolítico. No sólo porque el tema en sí parezca complicado y genere suspicacias, también porque quizás no es aún capaz de discernir de qué manera las decisiones que se toman desde lejos por un señor o señora que nunca va a conocer afectan su cotidianeidad y cierto es que, según su suerte, algunos estarán pensando únicamente en amigos, salidas, redes sociales, playstation, sexo y el disfrute en general, y otros en procurarse sustento de inmediato y hacer su pequeño lugar en el mundo. Estos casos entre otros muestran no tener ningún tipo de interés en la política porque supuestamente no es algo que afecte su entorno. La conexión existe aunque no la perciban: la libertad del muchacho no podría ser tolerada en otra sociedad o época y aquel con más preocupaciones según la situación del país le costará más o menos conseguir un puesto de trabajo y vivir dignamente.  

 

El joven que se planta del lado de una transformación radical en privilegio de todo un pueblo no está posicionándose políticamente pensarán algunos, está pasando por una etapa nomás, que se cura con el tiempo. El adulto que continúe con estas formas e ideas ya pasará a ser un inmaduro a la vista de varios.

Utópico por naturaleza, con toda una vida por delante, late fuertemente dentro del joven la esperanza de que las cosas puedan revolucionarse para mejor.

El adulto con años y años sobre su espalda ya jorobada, cargada y cansada de frustraciones y luchas, cuida su entorno más inmediato, ya sólo pretenderá que no le quiten lo poco que tiene, que tanto esfuerzo costó obtener. Su círculo íntimo es lo importante: su familia, amigos, su trabajo y su cuchitril.

Es común que algunos relacionen a la juventud con idealismos y a la madurez con conformismos. Por supuesto no implica a una totalidad generacional pero es una mirada recurrente. El horizonte está cada vez más lejos y ya no vale la pena desafiarlo, es el otoño de la vida y quedan más años hacia atrás que hacia adelante. Las cosas deben resolverse a corto plazo, sin vueltas y esto puede reflejarse en la construcción de una visión de gobierno. El candidato menos peor, el que no robó tanto y que si es así, haya sido para el pueblo o el que mínimamente no me dejó en la ruina o aquel en que alguna vez, tal vez de casualidad, me haya favorecido durante su gestión.

Sin embargo, no falta quien por más arrugas que tenga no deje de conmoverse ante todos los hechos injustos y accione ante la pasividad de sus conciudadanos, por más mal que lo miren y ridículo que parezca. Aquel hombre de mundo que nunca naturalizó la corrupción ni la falta de escrúpulos.

De igual forma resulta angustioso encontrar jóvenes perfectamente adaptados. Que no cuestionen el por qué de todas esas cosas que suceden a su alrededor y que acepte las arbitrariedades como hecho natural, o ni siquiera note lo que pasa a su alrededor.

La edad no define una postura y casi románticamente podríamos decir que viejo sólo es aquel que se abandona a la ortodoxia de un pensamiento, que pierda toda fe en sus semejantes y en la creencia de que todo puede ser infinitamente mejor.

 

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Bruno del Barro