La decadencia del gobierno de la Ley

 

“Serían necesario dioses para dar leyes a los hombres”

Jean Jacques Rousseau

 

La Ley es un recurso primitivo de la civilización, que a pesar de sus bondades originarias y aún necesarias actualmente, la organización social sigue dependiendo de modo exclusivista y rudimentario de ellas para delimitar los comportamientos humanos.

Estas normas, santas palabras sobre nobles papeles que alguna autoridad declarada "oficializa", se imponen, según la tradición, inmutable a todos por igual y aplican a quienes circulan entre las fronteras imaginarias políticas de una nación conceptual, sobre lo que hacer y lo que no, e impone un mismo castigo ante la misma desobediencia.

Cuando la primera educación no funciona, cuando las amables invitaciones y repeticiones a comportarse de tal forma correcta

Son medidas coactivas inmutables que surgen ante la imposibilidad de entender y controlar los comportamientos del hombre, en contraste a recursos complementarios, de carácter más producente.

Se podría llegar a comprender que una ley corresponde a una restricción, con un castigo único e inmediato al transgresor. De esta forma, se eluden los aspectos inherentes de la falta: los elementos previos y complejos que condujeron a realizarla, que podrían favorecer a una investigación para erradicarlas definitivamente. Por el contrario, la ingenuidad y la insensatez tienen la esperanza de evitar una próxima infracción a través de un único método: el miedo. El miedo al castigo. Al parecer las intenciones de trasgredir, robar y asesinar son inevitables en el hombre contemporáneo, entonces sólo se puede frenar estos impulsos esperando que tenga miedo a ser castigo. Pero me pregunto, aquel que ha llegado a tal instancia de enajenamiento, ¿no ha perdido el sentido del Yo, del control y respeto a sí mismo, y el respeto al prójimo? ¿No ha perdido ya el miedo a todo?

En ningún momento o casi nunca ha sido parte del sentido común la comprensión y la concientización en las reales consecuencias de las acciones humanas aparentemente inaceptables, y a la vez indiscutibles. Lo cual no significa sólo comunicación o trasmisión de datos, sino asimilación individual por reflexión.

El ejercicio de reflexionar (averiguando, pensando, investigando, preguntando, dialogando, etc., lo que además requiere tiempo de asimilación) -acción que en apariencia debiera ser incitada por adultos hacia jóvenes- resulta tedioso y lento como método educativo en los tiempos que corren, ante la posibilidad práctica y rápida de indicar, como verdad absoluta, lo que está bien y lo que no, ejerciendo la “docencia de la señalización”.

El establecimiento de una ley, una obligación, como acción máxima de la intención de modificar conductas sociales, sin tener demasiado en cuenta la concientización, de poco sirve a un pueblo para compenetrarse con la reglamentación estatal.

De poco sirve, por ejemplo, una ley antidiscriminatoria, para evitar un hecho racista y mucho menos para evitar la formación de un pensamiento racista. Ideología gestada en un individuo por condiciones concretas e informales de la vida cotidiana. Una ley anti-discriminación puede implementarse, pero nada evitará la generación de un odio interno en algunas personas hacia otras si las condiciones sociales de su vida producen tales sentimientos.

La ley sólo intenta reprimir rústicamente comportamientos que considera indecentes y oprobiosos. Y precisamente se tratan de castigos sobre el sujeto porque el acto intolerante no se tolera, pues no se comprende o no se quiere comprender en su raíz u origen en el temperamento del sujeto.

¿Qué ley puede evitar los síntomas de soledad? ¿sufrimiento, desazón, depresión, impotencia? ¿Qué ley puede impedir que un hombre mate a su mujer de 30 puñaladas? ¿O qué un patógeno viole a un niño? ¿Alguien espera que estas personas que llegaron a tal lamentable comportamiento estén en su sano juicio para recordar el Código Civil, el Penal, o la Constitución?

¿Alguien ha estudiado en profundidad los efectos psicológicos de la industria cultural, la economía de mercado, el gobierno del consumo, la expulsión social?

Diariamente, se vende y compra violencia como pan caliente en el mundo del entretenimiento; la competitividad salvaje forma parte habitual del ámbito laboral y en nuestros momentos de ocio brilla por su ausencia la consciencia social.

¿Es posible suponer la existencia de un mal congénito y la destrucción del mismo? La Naturaleza no tiene nada que ver con el hombre social. Dejemos a un niño crecer en la selva, luego observemos y recién entonces podemos averiguarlo. Pero lo cierto es que no conocemos al hombre en naturaleza, sino inmerso en una cultura de valores, obligaciones, libertades y contradicciones que lo conforman como tal.

¿Cuándo una acción es declarada ilícita o inmoral? La violencia de la televisión, la competitividad de los negocios, el materialismo de la gente, el abandono que sufrimos por los mandatarios, la falta de valores en la familia, la marginalidad social se expanden con total naturalidad.

¿Alguien sabe que en una vida, y sobre todo una que recién comienza, los hechos traumáticos y la falta de contención, la repetición de catástrofes en los televisores y la naturalización de la violencia en los video juegos y demás, generan Apatía? Esto es, ¿sentimiento en menor o mayor grado propio de un psicópata que no siente nada ante el dolor ajeno? 

¿Cómo se pretende que nazca la Empatía con el prójimo si la vida cotidiana elimina este sentimiento? ¿Qué ley puede impedir esto?

 Una sociedad no modificará sus malos comportamientos por decretos teóricos que los prohíban (aunque sirvan como referencia y deba implementarse de todos modos el peso de la ley cuando corresponda), que le digan a uno que hacer y que no, sino, en una primera instancia, será necesario comprender su génesis estudiando elementos culturales que generan tales conductas y esto requiere de la más férrea investigación psicológica, epistemológica, sociológica, económica y política.

El sentido común poco puede hacer al respecto; pero sí la observación y el estudio, el razonamiento y el entrenamiento de la sensibilidad humana que desembocará en el desprejuicio y en la búsqueda de una solución auténtica.

Asimismo, esto implica, metafóricamente, sembrar en el entendimiento la semilla de la autorreflexión para que, regada por nuevas realidades que el sujeto tomará en cuenta, broten naturalmente conceptos autónomos y exentos de antiguos dogmatismos y prejuicios sociales. Es decir, es en la jurisprudencia del sujeto donde se decidirá sobre el bien y el mal, someterse al diálogo, tener en cuenta otros puntos de vista, y por propia voluntad comprenda, mantenga la integridad y aplique todo el peso de la justicia contra sí mismo en cada acto de la vida, donde jamás la justicia institucional podrá penetrar, hasta que un despropósito manifiesto se desenlace públicamente cuando tal vez sea demasiado tarde.

Se dice que los actos inmorales socavan o sabotean la libertad y son una mancha del mundo civilizado. Pero todos los actos no éticos, inescrupulosos, vandálicos y violentos, ¿pueden explicarse fuera del orden actual establecido?

La nación gobernada casi exclusivamente por la ley, aquella que no hace más que implementar más y más reglas sin tener en cuenta las costumbres, valores y comportamientos que genera su propia estructura y maquinaria del orden y el trabajo, como si fueran hechos secundarios, nos rebela una sociedad en decadencia.

Una ley no es una toma de consciencia. Las leyes no son parte de un sistema o forma de gobierno avanzado del hombre, como la teoría política y la creencia popular aseguran; al contrario, empíricamente demuestra su retraso al no comprender, ni querer comprender, un estado o comportamiento del hombre, negándolo, rechazándolo, prohibiéndolo. Asegurando de alguna manera, su perpetuación, pues el ser racional y emocional no entiende por limitación, sino por concientización, internalización conceptual de lo correcto y lo incorrecto por sus propios medios.

El orden establecido, por último –y esto explica muchas cosas-, no se observa en el afán de educar a su gente -más haya de lo que implica el adiestramiento de las masas para su propia subsistencia y continuidad.

No está en su agenda ni en sus pretensiones encontrarse con pueblos mentalmente críticos y reflexivos, pues, acabáramos, saldría a la luz una innumerable lista de contradicciones y arbitrariedades, más graves que las que quieren evitar, innatos de nuestras instituciones que mantienen todo como está.

El sistema corta y recorta la mala hierva, sin arrancar el problema de raíz, por miedo a atentar contra su propia vida, escribió Eduardo Galeano.

En conclusión, una ley sólo debe permitirse ser un recurso provisorio hasta comprender las necesidades de la gente, sus problemas y anhelos. Un deber más cercano al psicólogo o al sociólogo que al frío especialista en derecho legislativo. No obstante, ambas disciplinas deberían tener la misma importancia en la organización social y trabajar en conjunto.

“No leyes, soluciones. Leyes hechas por los hombres son los intentos para hacer frente a los problemas que ocurren y no saber cómo resolverlos. El patriotismo, las armas, los ejércitos, la marina… todos son signos de que aún no somos civilizados.” (Jacque Fresco, ingeniero social-diseñador industrial).

 

15-ene-14

Bruno del Barro

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